sábado, 14 de diciembre de 2024

Homilía del Domingo Tercero de Adviento, ciclo C Lc 3, 10-18

 

Homilía del Tercer Domingo de Adviento, ciclo c

Lc 3, 10-18                                                         15.12.2024

          Juan el Bautista está predicando un bautismo de conversión para acoger al Mesías que está por venir. Por eso es fundamental proceder a un cambio radical en el modo de pensar y de evaluar la vida. Juan en Bautista nos plantea seriamente la escala de valores en la que nosotros nos fijamos a la hora de actuar y razonar en nuestra vida. Juan el Bautista nos está preguntando en el fondo lo siguiente: ¿Cuáles son tus intereses en tu vida? Y nos invita a enumerarlos por orden de importancia. Tal vez en el primer puesto lo ocupe el dinero y más que abras los ojos pienses en el dinero a conseguir como la motivación para actuar. Puede estar un paso más abajo el éxito profesional, luego puede ser la familia o el equipo de futbol… y tal vez, en la base de esa escala, en el último lugar, pueda estar Dios. Si esa es la escala de valores sobre la cual uno basa y cimienta la vida debes de convertirla; es decir, ponla al revés, ya que la relación con Dios ha de pasar a lo más alto de la cúspide de esa escala de valores.

 

         Ésta es la conversión que Juan el Bautista quiere plantearnos para que nos podamos involucrar en el mundo nuevo que Cristo nos trae con su venida. Las personas estamos llamados a dar frutos de conversión; los frutos son el signo de la verdadera conversión, de tal manera que las cosas ya no están como lo estaban antes. Para saber de qué frutos se está hablando -para dar muestras evidentes de conversión- el evangelista Lucas introduce tres categorías de personas que se presentan ante el Bautista y le hacen la misma pregunta: ‘¿Qué cosa tenemos que hacer?’. Están decididos a convertirse y le preguntan sobre qué cosa deben de hacer.

 

Al primer grupo les dice: «En aquel tiempo, el grupo de la multitud preguntaba a Juan: ‘Entonces, ¿qué debemos hacer?’ Él contestaba: ‘El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».

 Estas multitudes acuden al Bautista. Cuando escuchamos noticias de guerras y de hambrunas nosotros nos sentimos tranquilos porque estamos en nuestro pequeño ámbito donde nos sentimos tranquilos. A lo más una noticia nos puede impactar y conmover, pero el trascurso del tiempo termina sofocando tal impresión y nos olvidamos tan pronto como nuestra atención es robada por otra noticia o escándalo. La multitud le está preguntando sobre qué cosa han de hacer para que surja ese mundo nuevo de justicia y de paz. Juan el Bautista da la clave para que cambie el mundo: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Aquí está el paso a dar: Comparte lo que tienes con aquellos que lo necesitan. Necesitamos revisar y refundar nuestra relación con las cosas, con los bienes terrenos. Es que resulta que nos hemos creído una catequesis del Demonio: que nosotros somos dueños y soberanos de los bienes que nos han llegado hasta nuestras manos, ya que nos sentimos con el derecho de hacer con ellos lo que queramos, ya sea negociar con ellos para aumentar el precio en base a enriquecernos aún más y radica la raíz de los males. Ya nos lo dice la Epístola de Santiago «¿De dónde proceden las guerras y contiendas que hay entre vosotros, sino de los deseos de placer que luchan en vuestros miembros? ¿Codiciáis y no poseéis? Pues matáis. ¿Envidiáis y no podéis conseguir? Pues combatís y hacéis la guerra» (Sant 4, 1-2). La catequesis demoniaca que nos hemos creído es que nos sentimos propietarios de los bienes de este mundo. La verdad es otra y nos la revela el primer versículo del Salmo 24: «De Yahvé es la tierra y cuanto la llena, el orbe y cuantos lo habitan»; tengámoslo presente. Nada es nuestro, todo es de Dios. No somos dueños de nada, somos invitados en este mundo.

 

La Primera Carta a Timoteo en el capítulo seis nos dice: «Nosotros no hemos traído nada al mundo, y nada podemos llevarnos de él» (1 Tim 6, 7). El mismo Job nos dice: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Job 1, 21). Aquellos que caen en la tentación de acaparar actúan sin sentido y que ahogan a los hombres en la ruina y en la perdición. «La codicia por el dinero es la raíz de todos los males», es lo que nos dice la primea carta a Timoteo. Y a causa de esta avaricia muchos han perdido la fe y han adquirido muchos tormentos. En el intercambio de los bienes se manifiesta el amor, ya que lo único que importa es que el otro sea feliz. Cuando uno acapara cosas termina entendiendo al otro, no como un hermano o hijo de Dios, sino como un contrincante al que uno ha de derrocar. Juan el Bautista nos dice que, si queremos salir del mundo creado y fundado sobre la catequesis del Demonio, esa catequesis que es una mentira en sí misma, y deseas entrar en el mundo de la verdad, en el mundo de Cristo, estás invitado a realizar una cosa: no te quedes con los bienes que el Padre ha puesto en tus manos, sino compártelos con el hermano: Mantente alejado del anhelo de acumular y contrólate este impulso. Este es el primer signo de la verdadera conversión.

        

         Al segundo grupo les dice lo siguiente: «Vinieron también a bautizarse unos publicanos/recaudadores y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido». En el tiempo de Jesús los recaudares de los impuestos eran más odiados, no sólo por ejercer esta profesión que no inspiraba simpatía, sino por el modo de cómo ellos lo practicaban. El recaudador iba al gobernador romano con la suma del dinero de los impuestos, y lo que recolectaba de más se lo quedaba en calidad de comisión e iba a su propio bolsillo. Es fácil imaginar los engaños y los subterfugios, abusos y corrupción que ellos hacían para enriquecerse a costa de los impuestos de los ciudadanos judíos. Los publicanos no eran queridos porque eran colaboradores de los romanos y de este sistema opresivo. Además, eran personas renegadas porque cuando un judío era elegido como recaudador de impuestos o publicano debía ofrecer un sacrificio a los dioses del emperador a modo de contrato. Eran ladrones legalizados y gente que ha abandonado la propia fe por amor al dinero. El Bautista no les dice que abandonen la profesión, porque los impuestos son necesarios para construir carreteras, mantener infraestructuras, para la sanidad, pensiones, etc. Es necesario que existan personas que recauden los impuestos para el normal funcionamiento de una sociedad. ¿Qué cosa les pide el Bautista a los publicanos? Pide sólo lo que sean justos (dar a cada cual lo suyo y pedir a cada cual lo que le corresponde). El Bautista nos hace la invitación a hacer una comprobación si nos hemos convertido o si seguimos actuando al modo pagano en nuestra profesión. Es cierto que hay profesiones que son incompatibles con el evangelio, tales como el narcotráfico, el tráfico de personas, las actividades mafiosas… son imposibles que se puedan compaginar con el Evangelio. Juan el Bautista está hablando de profesiones que están al servicio del hombre y de la vida y que son necesarias, ya que se pueden llevar a cabo de diversas maneras. Por ejemplo, un periodista puede difundir la verdad, pero también puede contar mentiras y difamar a las personas con sus escritos y sus libros. El policía te puede imponer una multa, pero lo puede hacer con arrogancia o con respeto explicando el porqué de esa sanción para que no pongas en peligro tanto tu propia vida como la ajena. El cura puede estar celebrando la Misa con una cara avinagrada porque los feligreses no colaboran en nada, el frío ha llegado a congelar la cera líquida de las velas y las vestiduras litúrgicas están como húmedas y frías o puede celebrar la Misa con una actitud de agradecimiento a Dios porque le permite estar sirviéndole ante su presencia dando así una palabra de fortaleza espiritual a sus propios feligreses. El médico puede limitarse a hacer el diagnóstico exacto e indicar la terapia a seguir, pero también puede acompañar ‘este mal trago’ del paciente con la empatía hacia en paciente enfermo. La paciencia, la sonrisa, la amabilidad, la empatía… no entran dentro del contrato de trabajo, pero son parte del nuevo modo de realizar la propia profesión. Estas actitudes que revelan la atención al hermano en una voluntad auténtica de servirlo y para verlo feliz son el signo que nos indican que se está produciendo la conversión.

 

         Al tercer grupo el Bautista les dice: «Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga». Estos soldados eran los que estaban al servicio de Herodes Antipas, no eran soldados romanos. Eran mercedarios venidos de Siria, pobres hombres arrancados de sus familias y enviados por muy poco dinero a cometer violencia en un pueblo de lengua, costumbres y religiones diferentes. Estos soldados habían aprendido a ejecutar las sanguinarias órdenes y a ejercer la fuerza desproporcionada en obediencia a las órdenes, sin jamás cuestionar nada. Estos soldados caían en la tentación de desahogar sus frustraciones sobre quien eran los más débiles que ellos. Sin embargo, algunos de esos soldados habían conservado sentimientos humanos y se daban cuenta que estaba al servicio de un mundo injusto dónde únicamente contaba la ley del más fuerte. Estos son los que se presentan ante Juan el Bautista haciéndole la pregunta: ¿Qué cosa debemos hacer? Podríamos esperar a que el Bautista les dijera que tirasen las armas y se negasen a ir a la guerra y que fueran desobedientes a las órdenes que se les diesen. Lo que les dice es que su misión es la de mantener el orden y evitar que se cometa violencia. Que el servicio de los soldados es un servicio necesario para el pueblo, pero han de realizarlo buscando el bien del otro. El Bautista da tres recomendaciones a los soldados y que se extienden a todos, ya que podemos estar tentados a abusar de la posición de poder y de fuerza.

La primera recomendación del Bautista a los soldados es ‘no hagáis extorsión con la fuerza’. El evangelista emplea el verbo griego “διασείω” que significa ‘sacudir’, ‘temblar’. La tentación de hacer temblar al más débil está siempre presente. Aquel que está sentado en una mesa de despacho y se presenta uno para hacer una gestión, el que está en el despacho sentado se ve tentado en poner condiciones a la otra persona o ser grosero, impaciente… y a la vez, el que está sentado en ese despacho tiene a otro por encima que le hace temblar también a él. La conversión planteada por el Bautista es complacer, no a quien está por encima de uno, sino también agradar a los que son más débiles que uno.

La segunda recomendación a los soldados es ‘no recurras a la intimidación, no os aprovechéis con las falsas denuncias’. No recurras a la intimidación, o sea que no obligues a las personas a denunciar a otras personas o incluso torturar a las personas. La recomendación es que se contenten con su salario y que no busquen un sobre sueldo extorsionando, intimidando o torturando a las personas para que denuncien a otras personas.

 

El Bautista a ninguno de los tres grupos les sugirió ninguna práctica religiosa para prepararse a la venida del Mesías. Les pidió un cambio de vida; un cambio de vida que se plasma en una relación nueva con los bienes de este mundo y con los hermanos. El historiador Flavio Josefo da testimonio de la simpatía de todo el pueblo por Juan el Bautista. Dice que era un hombre bueno y que exhortaba a los judíos a vivir una vida justa, que se trataran recíprocamente con justicia; a someterse con devoción a Dios. Todo el pueblo estaba entusiasmado a la hora de escuchar al Bautista. De tal modo que el propio Herodes Antipas estaba preocupado de tanta popularidad y le hizo meter en el calabozo.

 

«Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego». El pueblo estaba expectante por la realización de las promesas de los profetas y en tiempos de Jesús esta expectativa estaba siendo alimentada y llegaban a creer que fuera el propio Juan el Bautista el Mesías. Juan inmediatamente lo aclaró de un plumazo: Yo no soy el Mesías.

Y presenta dos imágenes para mostrar la diferencia entre él y el verdadero Mesías: «Yo os bautizo con agua; Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego». Juan el Bautista sumergía a las personas en el agua del Jordán. Cuando uno está empapado por el agua, la propia agua lava y uno va escurriendo el agua. Pero también esa agua puede entrar dentro de la persona, como ocurre con las plantas, entra dentro de ella. Esa agua entra dentro de la planta y produce frutos. El bautismo de Juan el Bautista es un agua exterior, donde uno va escurriendo el agua por donde se encuentra; sin embargo, el bautismo del verdadero Mesías traerá un agua nueva y será introducida dentro de la persona y le dará una nueva vida, la vida dada por el Espíritu, la vida que no viene de la tierra, sino que viene del Cielo; la vida del Eterno.

La segunda imagen que emplea Juan el Bautista es el fuego. El único fuego que conoce Dios es el fuego del Espíritu. Y lo propio de fuego es quemar; el Espíritu será un fuego que queme toda la iniquidad, todo el mal, que abrasará todo el pecado del mundo. Hará desaparecer el mundo viejo, el mundo de la muerte. De hecho, el mismo Jesús lo dirá: «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, ¡y cuánto desearía que ya hubiera prendido!» (Lc 12, 49). El bautismo de Jesús es el bautismo del Espíritu que elimina toda forma de pecado.

 

Y Juan el Bautista emplea una tercera imagen para describir lo que hará el Mesías: «En su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga». Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio». La tercera imagen empleada por el Bautista está sacada de la sociedad agrícola de la época. Dice que el Mesías tendrá en la mano el bieldo, esa pala larga de madera que se utilizaba para ventilar el grano y separar la paja del grano. Al levantar con fuerza el bieldo el viento separaba la paja del grano y se terminaba separando el buen grano. El Mesías con su palabra soplará/separará toda la paja, es decir, todo el mal del mundo. No podemos purificarnos del pecado con nuestras lógicas antiguas. La purificación de nuestros pecados podrá solo llegar cuando se acceda al ventilador de la Palabra del Evangelio; ésta sí que es la que limpia del mal del mundo. El fuego del Espíritu que quema todo signo del pecado y de muerte.

 

Las palabras del Bautista no son palabras de castigo para los pecadores. San Lucas lo aclara diciendo que se trata de una buena noticia y que los pecadores no han de tener miedo, sino que están llamados a alegrarse porque para ellos va a venir la liberación del mal que les esclaviza y que les hace infelices. Han de estar felices porque sus pasiones rebeldes, sus codicias y los deseos de acumular serán barridas por la Palabra del Evangelio.


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