Homilía del
Domingo I del Tiempo de Adviento, Ciclo C
01.12.2024
Lc. 21,25-28.34-36
En
el evangelio somos testigos de las palabras pronunciadas por Jesús en los
últimos días de su vida terrenal y en Jerusalén. Estaba en el Templo y sus
discípulos se maravillaban de la magnífica construcción realizada por Herodes
el Grande e invitan a Jesús a compartir esta admiración por este Templo que
constituye la gloria y el orgullo del pueblo de Israel. La respuesta de Jesús
es inesperada y desconcertante: «No
quedará piedra sobre piedra». De todo lo que te estás admirando no quedará
piedra sobre piedra. Esta afirmación para una persona piadosa israelita era un
tanto blasfema porque en el santuario está presente la gloria del Señor,
entonces cómo puede decir Jesús que el Templo sagrado será destruido. Si Dios
es incapaz de proteger su propio hogar todas las cosas y todas las certezas
religiosas se derrumbarán porque la fe carecería de fundamento.
Esto tiene aplicaciones
prácticas en la vida de nuestra gente: ¿Y si ya no tenemos sacerdote en pueblo
ni Misa dominical?; Y si mi parroquia en la capital –donde me han bautizado, me
he casado, he despedido a tantos seres queridos…- se cierra y se convierte en
una discoteca o en un museo o en un teatro… ¿adónde voy a ir yo ahora?; Y si se
marcha ese cura tan carismático y majo de la parroquia que llevaba a los chicos
de excursión, de salidas, de campamentos, de meriendas…¿qué será de nosotros?
¿Haciendo esto no nos están quitando acaso la fe y hacen que las personas se
alejen de la iglesia?; Y si mi cofradía es pasto de las llamas y con todos los
pasos de semana santa son destruidos ¿qué será de nosotros? ¿Cómo poder afrontar
semejante crisis de fe?; Y si la novena a tal santo no se puede realizar ¿cómo
voy a poder pedir al santo o a la santa que mi hijo apruebe las oposiciones, me
cure de esa dolencia o que me toque la lotería de Navidad? De tal modo que para
un israelita las palabras de Jesús son el anuncio del fin del mundo, ya que la
fe carecería de sentido.
Ahora bien,
realmente está hablando del fin del mundo, pero no del fin del mundo material. Pero
sí anuncia el fin de un cierto mundo que a Dios no le gusta y a los cristianos
tampoco. Por lo tanto no hay que estar triste si un cierto mundo desaparece sin
alegres porque un mundo nuevo está brotando; el mundo deseado por Dios. La
destrucción del Templo, desde la visión de Jesús, es la señal de que se está
realizando una transición de época: de una vieja humanidad a merced de las
fuerzas del mal, de la competición, de la violencia, de la muerte pasamos a una
humanidad nueva impulsada por el Espíritu del amor de Dios.
¿Cuáles son las
imágenes empleadas por Jesús para anunciar esta nueva época? «Habrá signos en el sol y la luna y las
estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo
del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante
lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán
sacudidas». Jesús no nos quiere asustar. Jesús recurre a las imágenes
empleadas por los profetas anteriores a él, imágenes que hoy llamamos
‘apocalípticas’. Pero apocalíptico no es sinónimo de catastrófico, sino que
deriva de un verbo griego ἀποκαλύπτω, que significa desvelar, quitar el velo
que impedía ver lo que ahí mismo había. Las cosas que nos suceden en la vida y
en el mundo están todo envuelto de misterio. ¿Por qué el dolor? ¿Por qué las
guerras? ¿Por qué las injusticias? Nuestros ojos no pueden ver ni entender lo
que sucede y podemos creer que el mundo está a expensas de las fuerzas del mal
y que no se puede hacer nada. ¿Qué nos quiere decir Jesús con estas imágenes
apocalípticas?
Comenzamos con las
señales o signos que habrá en el sol y en la luna, en las estrellas. Jesús dice
que todas las fuerzas que mueven y las desestabilizan. En el Antiguo Medio
Oriente contemplaban el firmamento como algo totalmente estable, inmutable y la
sucesión cíclica de las estaciones, de tal modo que estaban totalmente seguros
que el sol saldría por el oriente y se ocultaría por el occidente. Tanto es así
que cuando el salmista tiene que componer un canto para la entronización de un
nuevo rey israelita, para desearle prosperidad emplea la imagen de que su reino
será tan estable, inquebrantable como lo es el propio firmamento. Dice el
salmista: «Que tu reinado dure como el
sol, como la luna, de edad en edad; que sea como lluvia para el retoño, como
aguacero que riega la tierra. Que florezca en sus días la justicia, y que haya
prosperidad mientras alumbre la luna» (Sal 72, 5-7).
Y la luna no se
apagará nunca, luego la prosperidad es eterna. ¿Qué quiere decir cuando el sol,
la luna, las estrellas y las potencias del cielo serán sacudidos? Es una imagen
clara para indicar que todas las cosas mundanas que para los hombres son
inquebrantables, totalmente seguras e inmutables Dios es capaz de desmoronarlas.
Por ejemplo, el reino del mal (abortos, eutanasia, la demoniaca apuesta por el
control de la natalidad, los que explotan al pobre e inocente, la ideología de
género…) no es tan estable como parece. Nuestra sociedad y nuestro mundo están
dominados por aquellos que manejan el sistema. Te pueden hacer creer que una
guerra puede ser justa, que dependiendo de quién robe se justifica o se ataca; que
el matrimonio cristiano es una cosa propia del dominio machista e impuesto por
el poder de la iglesia; que la institución familiar es algo que está destinada
a dar paso a otros modos de arreglos de convivencia temporal; incluso te pueden
llegar a hacer pensar que la supresión de la vida naciente (nasciturus) es un derecho humano de la
mujer. Se pueden empeñar –y llegar a conseguir- ser el pensamiento dominante
(pensamiento único) en una sociedad que alardea de ser democrática. Ahora bien,
¿quién es capaz de oponerse a estos poderes? El reino del mal parece ser
inexpugnable, estable como el firmamento, como el sol, la luna y las estrellas.
Sin embargo Jesús nos dice que no es verdad, que no son tan estables como
aparentan. Que el Espíritu del Señor es más fuerte que las fuerzas del mal: El
reino del maligno, dice Jesús, está destinado a colapsar. Este es el mensaje
que Jesús quiere comunicar con las imágenes apocalípticas.
Cristo al venir a
nosotros; la acogida totalmente humilde y dócil a la Palabra de Cristo hará que
empecemos a nacer de nuevo, a ser hombres nuevos. El viejo hombre morirá para
nacer el hombre nuevo, el hombre de la gracia. Es una nueva creación –obrada
por el Espíritu Santo- que se efectúa dentro de uno mismo. Cristo al nacer dará
inicio a la humanidad nueva. Naturalmente esta humanidad nueva tendrá
dificultades para implantarse; y Jesús utilizar unas imágenes apocalípticas
tales como «angustia de las gentes,
perplejas por el estruendo del mar y el oleaje». Jesús nos está diciendo lo
siguiente: el mar –como ocurre en la Biblia y en todo el Antiguo Medio Oriente-
es el símbolo de las fuerzas del mal, de todo lo que es contrario a la vida. Y
este mar está agitado, ¿por qué este reino del mal se está agitando? Se agita
porque ha llegado una fuerza del Cielo que les va a aniquilar -Cristo. Por esto
este mar, estas fuerzas del mal están agitadas ya que se resisten para poder
sobrevivir. Es la imagen del conflicto entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. El mundo está con
angustia porque en medio del fragor de la batalla uno no sabe si realmente
vencerá el bien o el mal. Pero Jesús dice que este nuevo modo de vivir que
Cristo nos inaugura va precedido de unos dolores de parto, para que nazca una
humanidad nueva guiada por su Espíritu.
En este punto
Jesús se refiere a un célebre texto del profeta Daniel (Dn 7, 13-14): «Entonces verán al Hijo del hombre venir en
una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos,
alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». El profeta Daniel presenta
la historia de la humanidad como una sucesión de reinos de bestias: los de
babilonia, lo cuales no se comportaban como humanos, eran como leones que
desgarraban; luego llegaron los medos, que eran los osos; los cuales fueron reemplazados
por los persas que actuaban como los leopardos; y al final llegó la bestia peor
de todas que era Alejandro Magno. El impulso de lucha y de dominio es tan antiguo
como el reino animal, pero si nos dejamos llevar por esta tendencia permaneceremos
como bestias. Dios intervendrá e introducirá en el mundo un nuevo impulso, el
de su Espíritu que nos conducirá a amar y no a competir; y sólo el impulso que
nos lleva a amar nos hace hombres. Jesús dice esta profecía para decirnos que
Dios quitará el poder a las bestias y lo entregará al Hijo del hombre. El ‘Hijo
del hombre’ es una expresión hebraica ‘Ben
adam’ (בן־אדם), que significa un hombre verdadero. El hombre verdadero es
el hombre que ama y ama con un amor eterno, y este reino no se desvanecerá
nunca.
¿Qué cosas hay que
hacer cuando venga en una nube el Hijo del hombre? Jesús dice dos cosas: La primera, no vayas encorvado por el
miedo porque estás avergonzando a causa de tus miserias, de tus pecados: ponte
en pie porque todos tus temores de Dios se acabaron. Dios es amor
incondicionado, es sólo amor. Y no os inclinéis ante el reino del mal, el reino
de las bestias que están todavía presentes, pero que están destinados a desaparecer;
no te doblegues ante el pensamiento dominante. No te doblegues ante las
propuestas inmorales ni te arrodilles ante ellas. Ante estas propuestas de
muerte ponte en pie, ponte derecho
ante los dominadores del mundo y no te resignes ni aceptes ninguna esclavitud.
La segunda cosa que Jesús nos dice es alzad la cabeza. No te inclines ante este mundo, aunque es
hermoso, es efímero, caduco. Levanta la mirada y reflexiona sobre el
significado de tu existencia, el sentido último de tu vida.
Y Jesús concluye
su discurso con dos recomendaciones. La
primera recomendación es: «Tened
cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas,
borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel
día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra». La primera recomendación es estate atento
de tu corazón. El corazón para los semitas es el centro de todas las
opciones y de todas las decisiones. No pensamos ni decidimos con la cabeza,
sino con el corazón. Jesús nos dice que si no prestamos atención nuestro
corazón puede volverse pesado, quedarse incapaz, insensible cuando se trata de
distinguir entre lo que es correcto y lo que no lo es. Porque puedes llegar a
considerar como valioso algo que no sea correcto, algo insignificante, efímero
y sea dañino. Y Jesús indica lo que hace insensible al corazón: las juergas, la
embriaguez –no se trata solo de sobrepasarse con el vino y los licores-. Las
juergas y la embriaguez se refieren a todo aquello que nos lleva a un mundo
irreal, ilusorio. Como aquellos que de tanto beber no distinguen entre lo que
es el sueño y lo que es la realidad. Jesús nos dice que tengamos cuidado porque
no sólo nos podemos embriagar con el vino, sino que hay cosas que pueden
embriagarnos hasta perder la cabeza. Te puede embriagar el éxito profesional,
el cual puede aturdirte hasta el punto de que te olvides de todo lo demás, ya
sea la familia, ya sea de Dios. Te puede embriagar el dinero, el cual te nubla
la vista y ya no ves al pobre que está a tu lado, el cual ya no te aparece como
un hermano, sino como un antagonista, un rival que tú tienes que abatir para
poder acumular más dinero. Te puede embriagar los elogios de los aduladores que
te hacen que estés aturdido de sus comentarios. Puedes emborracharte de los
viajes, de las celebraciones, de las comidas, del ocio… y no te das cuenta de
que estás borracho porque estás viviendo en un mundo ilusorio, inconsistente. Dice
Jesús que este día no te pille de improviso como una trampa.
¿De qué día se
está refiriendo el Señor? Es el punto de llegada de nuestra vida. Es el momento
en el que hacemos un balance de nuestra vida. Porque en ese día tú podrás
verificar si viviste como un borracho en un mundo ilusorio. Estate atento
porque puedes acabar en el mundo verdadero o en el mundo ilusorio.
La segunda recomendación de Jesús es esta: «Estad, pues, despiertos en todo tiempo,
pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie
ante el Hijo del hombre». Vigila en
todo momento orando. Sólo hay un modo para estar vigilante: perseverar en
la oración, ya que de lo contrario te quedarás dormido y te quedarás en un
mundo de sueños. Jesús nos llama a mantener un constante diálogo con él, como
sucede en la relación de amor entre el esposo y la esposa; porque una persona
enamorada siempre está pensando en la persona del otro deseando hacer aquellas
cosas que agradan a esa otra persona amada. La oración es el aliento de la
vida. Si dejas de respirar te mueres; si dejas de rezar la vida divina que hay
en ti se desvanece y se va apagando. Por eso es necesario rezar siempre y en
todo momento. En la primera carta de los tesalonicenses Pablo recomienda que ‘oren
constantemente en diálogo con el Señor’, «orad
en todo momento» (1Tes 5 ,17).
Y continúa
diciéndonos Jesús: «manteneros en pie
ante el Hijo del hombre». El que está de pie está listo para dar la
bienvenida a la persona que viene. Si estás vigilante en la oración siempre te
encontrarán de pie y así acogerás las propuestas del mundo nuevo que te propone
el Hijo del hombre. Jesús quiere ayudarnos a leer correctamente el presente, lo
que está pasando hoy en nuestra historia. Ante las fuerzas del mal el Señor no
dice: no te asustes, no te desanimes ya que está destinado a desaparecer. Tú
involúcrate en la humanidad nueva y en la vida divina.
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