lunes, 23 de diciembre de 2024

Homilía de Media Noche (Misa del Gallo) CICLO C Lc 2, 1-14

 


Homilía de la Misa de Medianoche (Gallo), Ciclo C

Lc 2, 1-14

24/25.12.2024 

         En este momento de la historia el hijo de Dios ha querido ser uno más de los nuestros. El evangelista Lucas nos ofrece una serie de preciosas indicaciones históricas con la finalidad de conocer el contexto donde el Señor ha venido a sumergirse entre nosotros. En las mitologías antiguas los acontecimientos sucedían sin ser contextualizados, sin conocer concretamente dónde acaecieron ni tampoco se sabía el momento histórico en los que ocurrieron: Sólo se decía que aconteció en tiempos pretéritos. En el presente caso el evangelista Lucas nos ofrece estas preciosas indicaciones históricas que hacen disipar cualquier tipo de dudas de lo que ahí se nos cuenta.

         Lucas comienza su evangelio con una indicación histórica que dice que en la época del rey Herodes había en Jerusalén un sacerdote de Judea llamado Zacarías, el cual tenía una mujer anciana llamada Isabel. Nos ofrece más datos, incluso íntimos: Isabel era estéril (cfr. Lc 1, 36) y avanzada en años.  Posteriormente Lucas retoma su relato con el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista. Por lo tanto, estamos en la época de Herodes el Grande: En concreto en los últimos años de este cruel tirano. Es en aquel entonces cuando María y José se enamoraron y estaban desposados, sin haber empezado aún la convivencia matrimonial, ya que cada cual estaba en su propia casa paterna.

         En el capítulo segundo el evangelista nos invita a levantar la mirada hacia un pueblo muy pequeño de Palestina llamada Nazaret. Y a continuación Lucas nos hace volver a levantar más la mirada hacia las grandes ciudades del imperio -Roma y Antioquía de Siria-, en las que se decide el destino de la gente.

 

«Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria». Estamos en el año 746 de la fundación de Roma, que es para nosotros el año 7 a.C. Roma está disfrutando de la época dorada de su historia. Octavio es emperador desde hace 20 años. Colocó su palacio en el Monte Palatino donde vivía con su tercera esposa Livia Drusila o Julia Augusta, madre de Tiberio, quien más tarde se convertirá en emperador. Bajo el reinado del emperador Tiberio sí se desarrollará toda la vida pública de Jesús.

Desde el palacio del Monte Palatino el emperador Octavio dominará el mundo; sin embargo, Lucas lo llamará César Augusto. El título de Augusto era un título otorgado por el Senado romano. El título de ‘augusto’, del latín “augustus”, "el sagrado, el venerable, el divino", le otorgaba el poder de comportarse, como emperador que era, como un dios y que puede dominar y someter absolutamente a todos. Como emperador se podía comportar como un dios. Sin embargo, aun siendo cruel, ha pacificado el imperio poniendo fin a los desórdenes y a las revoluciones que habían ensangrentado Roma durante un siglo. Con Augusto se inicia un periodo de prosperidad y de desarrollo social y cultural en toda la cuenca del Mediterráneo. De tal manera que muchos pensaban que estaban en la edad de oro que estaba cantada por Virgilio en su cuarta Égloga, donde se presenta una época gloriosa y un mundo pacífico.

El primer personaje que Lucas mete en escena es el Augusto Octavio. El segundo personaje es Cirino gobernador de la provincia de Siria, sobre el cual depende Palestina. El historiador Flavio Josefo presenta a Cirino como una persona distinguida y como una persona correcta y eso que formaba parte de esta estructura de poder divinizado donde uno puede disponer de las personas según la propia voluntad.

El censo, del que nos habla Lucas, desde el punto de vista histórico presenta mucha dificultad, pero el evangelista lo ha introducido porque contiene un mensaje teológico muy importante. La práctica de los censos es conocida en el Antiguo Medio Oriente desde el cuarto milenio antes de Cristo existen documentos que testimonian la existencia de censos realizados a la población ya en Mesopotamia y en Egipto. Y en cada época siempre ha habido oposición a la realización de los censos porque los ciudadanos no se esperaban nada bueno de los censos porque los principales objetivos de los censos eran para saber de cuántos soldados se disponía para la guerra y para la recaudación de los impuestos. Lucas nos presenta la existencia de este censo porque es la señal de que el poder del emperador puede dominar a todo su pueblo: Usar a las personas para hacer que las cosas sean según sus intereses particulares; o sea, la propia imagen del mundo viejo, el que es el más poderoso y dominador que se sirve de los demás a su antojo.

La religión de Israel siempre ha considerado como blasfema esta visión de la sociedad en la que el soberano puede contar a la gente-mediante un censo- para servir a sus planes. Recordemos lo que dice la Torá que la gente no pertenece al soberano; el pueblo es de Dios: «Yahvé vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, fuerte y terrible» (cfr. Dt 10, 17); «Yo soy tu porción y tu heredad entre los israelitas» (cfr. Num 18, 20). Cuando el rey David se arroga el derecho de realizar un censo porque quiere saber sobre cuántas personas está ejerciendo su dominio, su propio general Joab intenta disuadirlo porque era una decisión abominable la del rey (cfr. 2 Sam 24, 1-17; 1 Cro 21) y de hecho este censo sobrevendrá consecuencias dramáticas; la peste. 

En la Torá se habla de los censos que Dios mandó realizar a Moisés. Dios en el desierto del Sinaí mandó a Moisés que realizase un censo cuando el pueblo salió de Egipto (cfr. Num 1, 1-54). Pero la orden venía directamente de Dios. Durante la peregrinación por el desierto de nuevo se realiza un censo mandado por Dios (cfr. Ex 30, 11-16). Posteriormente en las Estepas de Moab cuando estaban por entrar en la Tierra Prometida hay un nuevo censo (cfr. Num 26, 1-4). Los rabinos no entendían el porqué Dios se empeñaba tantas veces en contar al pueblo, porque Dios ya sabía cuántos eran, a lo que uno de los grandes rabinos de la Edad Media llamado Shlomo Itzjak (1040-1105), conocido por el nombre derivado de sus iniciales ‘Rashi’ decía que ‘Dios contó a su pueblo porque quería ver si alguno se había perdido’. Sin embargo, este no es el significado de los censos realizados por los emperadores, ya que ellos quieren dominar al pueblo, pero el pueblo no es de su propiedad. La gente, los hombres pertenecen a Dios. En la Biblia cuando se presenta el censo como algo ordenado por Dios hay muchos verbos en hebreo para decir el verbo ‘contar, enumerar’ (לספור) que se pronuncia ‘safarm’ o ( מָנָא) que se pronuncia ‘maná’. Pero cuando se habla del censo ordenado por Dios no se emplea el verbo ‘contar’ se dice ‘nassa et ros’ (להרים את הראש) que significa ‘alzar la cabeza’, no simplemente contar. Dice Dios a Moisés ‘levanta las cabezas de la gente’, o sea, le dice a Moisés que la gente vea un rostro y el rostro que vea la gente les ha de remitir al mismo Dios. Dios no quiere que tengamos el rostro alicaído o bajado, sino levantado porque hemos sido hecho a imagen y semejanza de Dios. Hay una distancia abismal entre los censos realizados por los hombres y el censo ordenado por el mismo Dios.

Ésta es la razón teológica por el que Lucas introduce el tema del censo: Ordenar realizar un censo es la máxima expresión del dominio donde las personas quedan sometidas totalmente a la disposición del soberano y los soberanos se arrogan de este poder divino y en manos de los hombres deshumanizan a los hombres.

 

«Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada».  Después de haber sido presentado a los dominadores del mundo y puestas ‘las cartas sobre la mesa’ a cerca de sus intenciones manipuladoras, el evangelista Lucas introduce a los pobres de la tierra, a aquellos que no importan nada. José pertenece a la dinastía de David, pero se trata de una dinastía que ha decaído y no tiene relevancia de ningún tipo; y junto a José está una muchacha, que es su esposa, de unos catorce años, llamada María. El evangelista nos ofrece una catequesis sobre la escala de valores según los criterios mundanos: Primero el emperador Augusto, en segundo lugar el gobernador de la región de Siria llamado Cirino, a continuación pasa a un pobre que es un varón, después aparece la mujer y en el escalón más bajo está ocupado por un niño. ¿Qué nos está diciendo el evangelista Lucas con esta escala de valores mundanos? Lo que nos dice Lucas es que en el Reino de los Cielos esta escala mundana es dada totalmente la vuelta. Se pondrá en el primer puesto, en la cúspide de la escala de valores, el que ahora es el último. No en el sentido de que el niño vaya al palacio en el Monte Palatino para que derroque de su trono a César Augusto y que se ponga a dominar en su lugar, como diría el refrán castellano ‘el mismo perro con distinto collar’. No era una intención de derrocar sino de para demostrar que en esa escala nueva de valores quien es grande no es el que ordena hacer el censo: La grandeza del mundo nuevo que Cristo ha venido a introducir y a presentar es de la aquellos que sirven y están atentos de los demás, no los que se dejan servir. Y este mundo nuevo se iniciará en Belén. Es en Belén donde se inició la dinastía de David que había sido un fracaso a los ojos del mundo. El profeta Miqueas nos dice: «En cuanto a ti, Belén Efratá, la menor entre los clanes de Judá, de ti sacaré al que ha de ser el gobernador de Israel» (cfr. Mi 5, 1). Su dominio será sobre el mundo entero, pero su dominio no será como aquellos que hacen los censos, sino el reino de los que son grandes en el amor.

 

Después de contarnos de un modo detallado el motivo por el cual José y María tenían que ir a Belén, Lucas nos cuenta el nacimiento de Jesús de una manera muy rápida; sin embargo, ofrece unas preciosas indicaciones teológicas:

María y José ya estaban en Belén cuando a María le llegó el momento del parto. El evangelista no nos dice que el momento del parto llegase de un modo de improviso mientras ellos estaban llegando a Belén. El evangelista dice que «Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto». Ellos ya se encontraban en Belén.

Y allí, mientras estaban en Belén, María «dio a luz a su hijo primogénito». ¿Por qué se hace notar que es su hijo primogénito? La razón es porque el primogénito, de todas las especies del mundo animal tenían que ser sacrificado al Señor. El libro del Éxodo en el capítulo 13 dice que el primogénito del hombre no debe de ser sacrificado (cfr Ex 13, 12-13) ya que ha sido redimido recordando cómo Yahvé les sacó con brazo fuerte de Egipto y que todo es regalo de Dios y todo ha de ser consagrado al Señor. Ahora bien, los animales debían de ser sacrificados, pero el hombre primogénito no se sacrificará porque el hombre pertenece a Dios y aceptan el diseño de Dios para con ellos. Jesús es el primogénito que pertenece y asume totalmente el plan de Dios en él y lo realizará en plenitud durante toda su vida.

El evangelista nos cuenta que María «lo envolvió en pañales». Es muy importante este detalle porque es recordado dos veces. Recordemos que cuando el ángel da el anuncio a los pastores se les dice que: «Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (cfr. Lc 2, 12). Envuelto en pañales. Esto nos remite a un famoso texto del libro de la Sabiduría en el capítulo 7 en el que el propio Salomón -el gran rey y el más sabio- nos cuenta cómo fue su propio nacimiento, el cómo llegó a este mundo nos dice que «también yo soy un hombre mortal como todos, descendiente del primero formado de la tierra. En el seno materno se modeló mi carne; durante diez meses lunares fui cuajado en su sangre, a partir de la simiente viril y del placer unido al sueño. Al nacer también yo respiré el aire común, caí en la tierra que a todos nos recibe, y mi primera vez, como la de todos, fue el llanto. Me crie entre pañales y cuidados. Pues ningún rey comenzó de todo modo su existencia» (Sb 7, 1-5). ¿Qué se pretende decir con esta reflexión del propio Salomón? Lucas quiere decirnos que Jesús es un hombre como nosotros, no es un superhombre, sin embargo, nació uno que siendo el hacedor del hombre se ha hecho mortal como nosotros.

Las mujeres que estaban en Belén asistieron a María durante el parto observando que ese recién nacido es un hombre y que es el Hijo de Dios. Y lo primero que hace, como todo niño que nace a este mundo, es la de comenzar a llorar. Las mujeres que asistieron a María no eran conscientes realmente de lo que allí estaba aconteciendo que la historia del mundo, a partir de este momento, quedó dividida en dos partes: Antes y después de ese nacimiento. Sabemos que en Israel las fechas se cuentan desde el inicio del mundo (por ejemplo, al año 2.025 es para ellos el año 5.786 del inicio de los tiempos). El nacimiento de Jesús es la nueva creación de Dios para su pueblo.

 

Otro detalle es que «lo recostó en un pesebre». Esto alude a una profecía de Isaías del capítulo primero: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no discierne» (cfr. Is 1, 3). Mientras el buey y el asno reconoce a su señor, el pueblo de Israel no reconoce a su Señor. Es un recordatorio de lo que el evangelista Juan dice en el prólogo: «En el mundo estaba, y el mundo fue hecha por ella, pero el mundo no la conoció» (cfr Jn 1, 10). El pueblo de Israel no le reconoció ni le dio su adhesión al nuevo reino que él ha venido a traer.

 

Nos dice el evangelista que «no había sitio para ellos en la posada». Pero esta traducción es incorrecta porque han traducido el término griego ‘κατάλυμα’ (katályma) con el término ‘albergue o posada’. El término ‘albergue, posada’ es ‘ξενοδοχείο’ (senodokéio); luego hay una traducción inadecuada del término griego. ‘κατάλυμα’ (katályma) debemos imaginarlo como una habitación, una sala protegida por un techo colocada en frente de las cuevas, y en estas cuevas estaban los animales; de tal manera que frente a la cueva había un techo que ampliaba el espacio y debajo de este techo se desarrollaba la vida de la familia. No era un ambiente adecuado ni reservado para un nacimiento. No era normal que una mujer diera a luz debajo de ese techo, sino que era llevada dentro donde estaban los animales para tener más privacidad. De ahí entendemos que Jesús esté colocado en un pesebre.

 

¿Qué nos quiere aportar estos detalles? Se nos ha contado desde el inicio de que Jesús había sido rechazado por los hospederos y por los posaderos en Belén de tal modo que tuvo que refugiarse en una cueva o en una gruta. Esta historia aparece ya en el siglo segundo en los Diálogos con Trifón, san Justino Mártir (100-165) ya comentaba que la Sagrada Familia se había refugiado en una cueva a las afueras del pueblo: “Pero cuando el Niño nació en Belén, puesto que José no pudo encontrar un alojamiento en ese pueblo, instaló su morada en una cueva cerca de la aldea; y mientras ellos estaban allí, María dio a luz al Cristo y lo puso en un pesebre, y aquí los Reyes Magos que vinieron de Arabia lo encontraron”. Pero en realidad esta concepción es inconcebible porque conociendo la atención y acogida tan cuidada en el Antiguo Medio Oriente en todo lo referente a la hospitalidad es impensable que entre los semitas pudiesen permitir que no acogieran a una mujer que estaba a punto de dar a luz a su hijo. Lucas quiere presentarnos al Hijo de Dios que vino a ser uno de nosotros en la condición más pobre y dolorosa de la humanidad. El Hijo de Dios podía haber nacido en un palacio, pero eligió el último lugar. Este niño desde ese pesebre ya nos está hablando de Dios, por eso no podemos perder esta primera revelación de su rostro.

 

«En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.

De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor.

El ángel les dijo:

«No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»

De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».

Cuando pensamos en los pastores nos los imaginamos como personas buenas, con sus corderitos en sus hombros dirigiéndose hacia la gruta. Pero estos no son los pastores de los que nos habla el evangelio de hoy. En Israel el pastoreo era estimada y apreciada cuando eran nómadas en el desierto. Pero cuando se instalaron en la Tierra Prometida se convirtieron en agricultores y el pastoreo pasó a ser una actividad marginal y también despreciada. Entre los pastores y agricultores había gran rivalidad porque los pastores buscaban los pastos y a menudo con sus rebaños invadían los campos cultivados de los agricultores. En todo el Antiguo Medio Oriente se despreciaba el trabajo de pastor. En el libro del Génesis se nos cuenta lo que pensaban los egipcios de los pastores que eran una abominación: «Así, cuando os llame el faraón y os pregunte cuál es vuestro oficio, le decís que habéis sido ganaderos desde la mocedad hasta ahora, lo mismo que vuestros padres. De esta suerte os quedaréis en el país de Gosen. (Y es que los egipcios detestan a todos los pastores de ovejas)» (Gn 46, 33-34).

Pero no era únicamente el desprecio social que sufrían los pastores, sino también el desprecio religioso en Israel. Eran colocados al mismo nivel que los publicanos, por lo tanto, tenían el máximo de los desprecios. Los pastores estaban privados de sus derechos civiles ni podían testimoniar porque estaban consideradas como personas falsas y como ladrones. Por lo tanto ningún rabino compraría jamás leche de los pastores. Eran personas muy violentas y fácilmente resolvían sus discusiones con los cuchillos. Y ellos sabían que eran despreciados por todos.

El Talmud -escrito por los antiguos estudiosos rabinos- dice que si se te cae una oveja propia en el pozo hay que sacarla, pero si se cae al pozo un publicano o un pastor déjalos dentro (cfr. Mt 12, 11-12). ¿Qué cosa nos quiere decir el relato evangélico de hoy con estos pastores? Nos dice que «pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño». Este dato nos ofrece otro dato: Jesús no nació en invierno porque los rebaños se quedaban al aire libre de marzo hasta octubre, ya que cuando hacía frío, en invierno, las ovejas eran resguardadas por las noches dentro de las grutas. Pero esto es un detalle marginal.

Lo importante es que era de noche, al decir que «pasaban la noche». La noche representa la noche de la humanidad, donde se da toda la violencia, la maldad, donde reina todas nuestras concepciones falsas del rostro de Dios. Estaban totalmente envueltos por la obscuridad de la noche. Y es en medio de esta noche cuando brilla una luz inesperada a los que pasaban la noche haciendo guardia por cuidar a los rebaños. De la noche nos dice el libro de la Sabiduría; «Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde los cielos» (Sb 18, 14-15). Es esta palabra omnipotente la que ahora ilumina las tinieblas de nuestro mundo; será la palabra y la luz del rostro nuevo de Dios y del rostro del hombre auténtico; y la noche es iluminada. El libro de la Sabiduría dice que la noche estaba a la mitad, cuando la oscuridad es más espesa, de ahí la tradición de la misa de medianoche. Y en medio de esta densa oscuridad de la noche un ángel del Señor se presenta a los pastores y la gloria del Señor les envuelve con su luz. La gloria del Señor se lo imaginaban como una fuertísima explosión de su potencia y de la ira divina contra los malvados. Y ellos «se llenaron de gran temor». El texto original dice que ‘se asustaron/se espantaron con un enorme susto’. ¿Por qué se asustan los pastores? Se asustan porque ellos sabían que estaban lejos de Dios y la catequesis que ellos habían recibido era que ellos era que Dios tenía que destruirlos. El profeta Malaquías había dicho que cuando venga el Señor «será como fuego de fundidor y lejía de lavandero. Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata» (cfr. Ml 3, 2-3). Los pastores sabían que los primeros que iban a ser aniquilados y borrados de la faz del mundo con la venida del Señor iban a ser ellos; lo sabían porque eran gente impura, no podían acudir ni al Templo ni a la sinagoga. Ellos son conscientes de su propia condición y por esos ellos estaban ‘asustados con un susto grande’. Sin embargo, el ángel les dice: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Es el anuncio de un Dios que no nos despedaza, sino que es la revelación del rostro de Dios que es amor y solo amor y que nos ama, así como somos.

 

La señal que se les da a los pastores: «Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Es un niño como todos los niños; no es un niño con la aureola en la cabeza. La señal del verdadero Dios es un niño pobre entre los pobres.

 

Y una multitud de ángeles alababan a Dios. Son todos aquellos que han acogido la luz que ha venido a traer Cristo. Somos la comunidad de discípulos que acogen el verdadero rostro de Dios y le cantan.

 

Ahora bien ¿quiénes son esos ‘hombres de buena voluntad’? Son los hombres llenos de la benevolencia, o sea, los pequeños, los que no cuentan. Aquí está el canto de esta comunidad que ha acogido la luz. Ellos han entendido que los hombres de la benevolencia de Dios son los pequeños, los últimos. La gloria está en que Dios te ama tal y como eres; no te ama porque seas bueno, simpático o servicial. Te ama tal y como eres porque eres su hijo.

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