DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA, Ciclo A
La Palabra de Dios de hoy nos
plantea una seria cuestión: ¿Cómo te
comportas cuando estás experimentando tus propias limitaciones y escasez de
fuerzas? Jesucristo hoy se encuentra en una situación límite: cuarenta días
con sus cuarenta noches sin comer. El número cuarenta que nos recuerda los
cuarenta años que el pueblo de Israel pasó por el desierto; nos hace pensar en
los cuarenta días que Moisés se pasó en el monte Sinaí, antes de que pudiera
recibir la palabra de Dios, las Tablas sagradas de la Alianza; se puede
recordar el relato rabínico según el cual Abrahán, en el camino hacia el monte
Horeb, donde iba sacrificar a su hijo Isaac, no comió ni bebió durante cuarenta
días y cuarenta noches, alimentándose de la mirada y las palabras del ángel que
le acompañaba.
Los Padres han visto también en el
número 40, el número cósmico, el número de este mundo en absoluto: los cuatro
confines de la tierra engloban todo, y el diez es el número de los
mandamientos. Que sería tanto como la expresión simbólica de la historia de
este mundo.
Jesús al estar esos cuarenta días en
el desierto, es como si él recorriese de
nuevo todo el éxodo de Israel, con sus errores y desórdenes de toda la historia.
Los cuarenta días de ayuno abraza el drama de la historia que Jesús asume en sí
y lleva consigo hasta el fondo.
Jesucristo pasando hambre esos
cuarenta días está abrazando tu propio drama personal. Tu sufrimiento lo está asumiendo como propio.
a) La tentación primera, la del
PAN: Cuando hay algo que no sale como nosotros queremos lo que hacemos es
murmurar. Cuando nos asedia la precariedad, las situaciones de estrecheces
económicas o de achaques por la enfermedad, es cuando murmuramos. Porque no
tenemos esa seguridad y el pan representa a esa seguridad, el tener el estómago
lleno. He oído decir a mucha gente, para excusar su asistencia a la Eucaristía,
que 'primero está la obligación y luego la devoción'. El mundo te dice que
primero te asegures tus cosas y luego, si se puede y te apetece, van las cosas
de Dios. Los reveses de la vida -la pérdida del trabajo, el pago de la hipoteca
que apremia, percances de salud y dificultades añadidas- hacen que nos pongamos
muy nerviosos y nos sentimos débiles. Y en medio de esa debilidad el Demonio
nos ataca y te dice al oído: «¿Ves como Dios no sabe lo que necesitas? ¿te
das cuenta cómo Dios no te da lo que te conviene?, eso es porque no te quiere».
Y el Demonio te ofrece la solución: gratifícate en la sexualidad, en la droga,
etc., porque así podrás ir sobrellevando la precariedad en tu vida.
b) La tentación segunda, la de la
HISTORIA: Nos pasa igual que al pueblo Judío en Masá y en Meribá. Las
dificultades empiezan a apretar, se dan hechos concretos en tu vida que no
aceptas ni estas dispuesto a asumir -la muerte de un familiar, la pérdida de
una fortuna, el accidente de un ser querido, la enfermedad…-.
Allí en el desierto, y el pueblo
empieza a revolverse, a criticar, a reñir, a protestar. No queremos caminar más
a no ser que Dios se nos manifieste.
Estamos echando de menos las cebollas y los ajos de la esclavitud, o sea, que
estamos echando de menos la vida del hombre pecador, con sus lujurias y
desenfrenos, con sus vida perdida y empecatada. Y protestamos como en Masá y en
Meribá. Y como nuestra historia no nos gusta nos refugiamos en nuestro pecado. Queremos
poner a Dios a nuestro servicio, para nuestros caprichos y por eso renegamos de
nuestra historia. Sin embargo nos olvidamos de que Dios ha permitido algo para
poder tener, ahí mismo, un encuentro con Él.
c) La tentación tercera, la de
los ÍDOLOS: Moisés es llamado a lo alto del monte Sinaí para recibir las
Tablas de la Ley. Al tardar, el pueblo se hizo un becerro de oro, símbolo del
poder y de la fecundidad. El éxito y el poder lo da el dinero. Nos pervierte la
mente y el entendimiento porque deseamos tener a Dios cerca para que todo nos
marche bien, los negocios, con la familia; y a si a uno las cosas le van mal,
pues reniegan de Dios. El mundo tiene una mentalidad mezquina de tener todo garantizado y poner las
columnas de nuestras vidas en cosas que consideramos sólidas, pero que no nos
permiten vivir en la verdad. Cristo no tiene dónde reclinar la cabeza, y
nosotros que somos sus seguidores, pues debería de ser igual. Porque, de otro
modo, cualquier cosa que atente o ponga en peligro mis 'seguridades' o 'ídolos'
no dudaré en aniquilarlo. Que los inmigrantes nos roban el trabajo, pues
cerramos las fronteras; que queremos asegurar a todo trance la seguridad, pues
expulsamos a los que puedan ser sospechosos por su procedencia; que no queremos
que nadie cuestione nuestra forma ideológica de pensar, pues hacemos leyes que
les opriman, les persigan para hacerles callar y que terminen desapareciendo.
Y Cristo dijo no a estas tres
tentaciones para que nosotros aprendiésemos a vivir en la Verdad.
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