SAN
JOSÉ, 2017
San José, persona normal, era una
criatura nueva, renacida del Espíritu Santo y por este Santo Espíritu era
guiado y animado de maneras diversas. A veces se sentía inflamado en el amor
divino; otras veces descendía por los grados de la humildad y lloraba los pecados
de los hombres; incluso, en ocasiones, descansaba en un gran silencio y paz,
abrazado a la voluntad divina.
San José no se apoyó en la ley.
Respetaba y la cumplía, ya que obrando así manifestaba que amaba a Dios. Dios
es nuestro dueño y Señor y Él nos puede mandar. Es cierto que el cumplimiento
de la ley a veces cuesta trabajo. Tenemos que frenarnos, renunciar. Pero los
mandamientos nos llevan al cielo. Son como las ruedas del carro, que pesan,
pero gracias a ellas puede andar. Un carro sin ruedas no hay quien lo mueva.
San José se apoyó en la fe en la
promesa. El fiel custodio de la Sagrada Familia de Nazaret pudo experimentar
cómo estar con Jesús y María, cómo ser fiel al cometido que Dios le encargó
nunca le quitó la libertad. San José se comportó rectamente ante Dios,
experimentó cómo Dios le orientó para que se realizase en el arte del amor y de
la entrega desinteresada. San José al estar atento a la voz del Señor, su Dios,
y al obedecer con prontitud a la voluntad divina, tuvo su vida orientada
correctamente. Como las vías del tren que le obligan a ir por un camino, pero
ayudan al tren a avanzar y a llegar. Le impiden que se despeñe o que
descarrile. Los carriles me obligan a cruzar el puente, y así atravesar el río,
por un sitio concreto, pero gracias a ese puente puedo cruzar el río. Gracias a
las situaciones complicadas que se nos presentan en la vida, podemos
atravesarlas con lucidez si obedecemos a la voluntad de Dios. La voluntad de
Dios me urge a obedecerle para poder así no descarrilar cuando tenga que
atravesar los puentes que son las dificultades y desafíos que se nos vayan
presentando.
San José, obedeciendo al ángel del
Señor que se le apareció en sueños, tomó consigo a María como su mujer aunque
el hijo no fuera de él, sino del Espíritu Santo; San José cogió a su mujer
embarazada y fueron a censarse en su pueblo, Belén de Judá; San José,
obedeciendo de nuevo al ángel tomó consigo al niño y a su madre para huir a
Egipto, porque Herodes le buscaba para matarlo; de nuevo el ángel del Señor se
le apareció en sueños estando en Egipto para que regresasen de nuevo a Nazaret. Fue fiel custodio y
protector inmejorable en aquel santo hogar. Muchos puentes o dificultades tuvo
que atravesar San José con su familia, y todos los atravesaron con éxito porque
avanzó por esos carriles de la obediencia que el Señor le fue indicando.
José Ratzinger, o sea el Papa
Benedicto XVI, en su libro 'La sal de la tierra' nos escribe diciéndonos que «cuando
el hombre se deja podar en cuando puede madurar
y dar fruto». San José se dejó podar todo sus pretensiones,
todas sus aspiraciones en la vida, todos sus sueños… para ser y estar totalmente
al servicio de Dios.
Dice Ortega y Gasset: «Es
falso decir que en la vida deciden las circunstancias. Al contrario, las
circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que
decide es nuestro carácter». Las circunstancias que concurrieron en la
vida de San José fueron delicadas, difíciles y peligrosas. Y en todas acertó
porque se dejó mover por la fe en Dios. Obedeció a Dios en todo.
Este santo protector nos invita a
confiar también nosotros en la potencia de la gracia para poder trasformar
nuestra vida de pecado en una vida virtuosa.
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