HOMILÍA DEL DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO
C
No
se si a ustedes le sucederá, pero a mí a veces. Hay días que cuando escruto
–rezo con la Biblia-
la Palabra me
sucede como aquel que ha quedado en parada cardio-respiratoria y es sometido a
una reanimación. Sólo consigo entender lo que significan las palabras pero no
puedo ir más allá, no consigo sacar nada. Quedo como en parada cardio
respiratoria. Y muchas veces gracias a la constancia y lucha por la vida de ese
paciente se le consigue traer de nuevo al mundo de los vivos; pues conmigo
tienen que insistir mucho porque la
lectura del electrocardiograma a veces es plana cuando escucho la Palabra. ¿No les sucede a ustedes que escuchan la Palabra de Dios y a veces
no les dice ‘ni fu ni fa’? Y muchos hermanos suelen decir que la Palabra ‘no les dice nada’
porque ‘están fríos en la fe’ o ‘débiles en la fe’. Aunque lo más sorprendente
–por lo decepcionante que puede llegar a ser- es cuando uno se encuentra algún
cristiano, que con cara de profunda extrañeza va y te pregunta: «¿Que me estas
contando? ¿Te has fumado algún porro? ¿O es que has saqueado el mini bar del
salón de tu casa? ¿Dices que la
Palabra de Dios tiene algo de especial para decirte algo
personalmente a ti? ¿Y que más? ¿Por qué no me cuentas las conversaciones
nocturnas que mantienes con tu gato?». A lo que ya uno ‘se corta’ y ya tienes
cierto temor de decirle: «Yo, a veces hablo con Dios y me responde a su modo,
¿a ti Él no te dice nada?», porque se corre el alto riesgo de ‘tener que echar
patas’ delante de la furgoneta de los enfermeros del manicomio.
Lo
que pasa es que cuando uno nace en un contexto social y cultural donde muchas
cosas que son pecado son percibidas como cotidianas, nuestra sensibilidad hacia las cosas de Dios queda notablemente
eclipsada. E incluso aquellos que deberíamos ir por delante planteando una
lectura creyente de la realidad, hacemos una lectura meramente horizontal,
pobrísima. Nos encontramos hoy a Jesús que propicia un encuentro con Zaqueo.
Nos cuenta el Evangelio que Jesús al
llegar a la altura de la higuera donde se encontraba subido Zaqueo, levantó los
ojos y le dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo
que alojarme en tu casa». A lo que él responde con gran alegría.
Pero todos aquellos que lo estaban
presenciando ya estaban haciendo su lectura horizontal, extremadamente
pobre y decepcionante hasta decir basta, totalmente plana: nos cuenta la Palabra que todos
murmuraban diciendo que «ha entrado a
hospedarse en casa de un pecador». El caso es que esos judíos se
consideraban justos y cumplidores con la
Ley , pero Dios no estaba ni en su pensamiento ni en su
corazón. Se cumple las palabras del profeta Isaías: «Este
pueblo me alaba con la boca, y me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí y el culto que me rinden es puro precepto humano, simple rutina»
(Is 29, 13).
Y
es que resulta que esto también nos pasa a nosotros, por eso la Palabra nos interpela y
nos obliga a estar vigilantes. Resulta que un muchacho está pidiendo al Señor
que le regale una novia porque cree que su vocación en la Iglesia es al matrimonio.
Y el Señor tiene a bien el concedérselo. Pero cuando está con ella se olvida
que esa chica es un don dado por Dios y empieza a vivir un noviazgo mundano,
lejos de aquel prometido noviazgo cristiano. Y como las personas que le rodean
no le plantean la enorme falsedad que está acarreando en su noviazgo, sino que
comparten con él esos criterios mundanos y así se van propiciando a que se vaya olvidando totalmente la originaria
intervención divina. O ese matrimonio que se casan por la Iglesia y que piden a Dios
el don de los hijos. Dios se les concede, pero tan pronto como los tienen
empiezan a actuar como si ellos fueran suyos, no transmitiéndoles la fe, dando
siempre prioridad a todas las cosas antes que todo lo que afecte a la educación
como cristianos. Se olvidan que esos padres meramente son los custodios de esos
hijos dados por Dios para que les cuiden, protejan y eduquen.
O
el caso de ese joven que pide a Dios un trabajo para poder sentirse útil y así
poder ejercer en lo que se había preparado. Dios se lo concede, pero tan pronto
como siente que tiene que dejar un día sin acudir al trabajo por anunciar el
Evangelio o para nutrirse en su vida espiritual, tiende a prevalecer los criterios
del miedo antes que los de la confianza en Dios. Y uno se dice: no sea que por
no acudir ese día al trabajo me vayan a despedir o me empiecen a mirar mal.
Pero vamos a ver, ¿quién te ha dado ese trabajo?, ¿no ha sido Dios?; por lo
tanto, si ese trabajo es fruto de lo que lo que tú pedías a Dios, ¿por qué no
se va a ser agradecido al Señor dando testimonio de nuestra fe ante los
compañeros de trabajo? ¿Es que acaso tienes miedo a ser despedido? ¿No será que
digas que «el Señor tu Dios es tu único
Señor y le amarás con todas tus fuerzas, con todo tu ser»,… pero realmente eres tú el primero en vez de Dios?
Cuando
se hacen lecturas horizontales nos olvidamos de la real existencia de lo
sobrenatural que sostiene y alienta todo lo cotidiano. Y la historia se vuelve
a repetir: porque nuestros becerros de
oro, a los cuales tributamos culto ya que son nuestros ídolos, aunque no lo
queramos reconocer, es esa novia, son
esos hijos o es ese trabajo. Y lo que resulta más sorprendente es que
estamos tan engañados que llegamos a negar de la existencia de nuestros ídolos.
Sin
embargo Jesucristo hace añicos esa lectura horizontal de la vida. Inyecta una
dosis de espiritualidad en ese encuentro con Zaqueo. Ante las palabras de arrepentimiento de
Zaqueo, Jesús no se queda con una valoración meramente moral, sino que le
invita a orientar toda su existencia desde la fe que tuvo Abrahán. Que fiarse
de Dios es lo que conduce a la salvación. Le invita a que su espiritualidad
renazca del agua y del Espíritu de Dios. Jesucristo no se queda en la mera
religiosidad natural que tenía Zaqueo, sino que por medio de su encuentro con
este recaudador de impuestos le ha abierto el oído para que escuche la Palabra y vaya dando pasos
hacia la conversión personal. De tal modo que según vaya avanzando irá
reconociendo cómo el Señor ha ido haciendo obras grandes en él, de las que
ahora empieza a ser consciente y a brotar el agradecimiento sincero. Y según se
va avanzando en esa lucha interna que es la conversión, se va descubriendo de
un modo más nítido, que el mundo con sus cosas son ceniza, mientras que estar con Cristo es, sin duda, lo mejor.
30 de octubre de 2016
Lecturas:
Sab 11,22-12,2
Sal 144
2 Tes 1,11-2,2
Lc 19, 1-10
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