sábado, 1 de octubre de 2016

Homilía del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA DEL DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
            Hermanos, seamos claros. Lo que predomina ahora en nuestros tiempos es el no tener experiencia religiosa. De este modo no estamos siendo afectados, ni transformados por Dios. Es como si dentro del mundo de la iglesia, de lo religioso se hubiese instalado el virus del agnosticismo que ha infectado el modo de entender la vida cristiana. Es un virus peculiar, cuyo modus operandi es reconocer la existencia de Dios, e incluso tener mucha información acerca de Dios, pero se queda en eso, en la esfera del conocimiento. De un conocimiento, de oídas, que cuando 'lo necesitamos' vamos tirando de él o acudimos por diversos motivos.
            Los cristianos vivimos nuestra fe como dislocados. Por una parte creemos en Dios y en Jesucristo y queremos vivir en conformidad con esta fe; pero por otra parte vivimos dentro de una cultura nueva, sometidos a planteamientos que están brotando desde visiones ateas de la realidad y que poco a poco se nos van imponiendo y formando parte del ambiente que vamos respirando y aceptando como normal. Estamos inmersos en un gélido invierno, donde las temperaturas son extremadamente bajas. Las consistente placas de hielo, la humedad de la niebla, los montones acumulados de nieve compacta es el caldo de cultivo y el escenario perfecto para que los planteamientos ateos y algunos agnósticos campen a sus anchas. Por coherencia a nosotros mismos, por fidelidad a nuestra fe, por amor a nuestros hermanos tenemos que enfrentarnos con la tarea inmensa de acomodar de nuevo las características de nuestra cultura a la fe.
            Si un niño que va creciendo y ante las diversas cosas que le van pasando en su vida -desde el ejemplo de actuar creyente de sus padres desde la bendición de la mesa hasta el modo de cómo terminan solucionando entre ellos los acalorados enfados- y ante los desafíos que se le van planteando en el colegio, con los amigos, con lo que ve y escucha, va teniendo a alguien que le ofrece una palabra de fe que ilumine eso que está viviendo y descubriendo en ese momento, irá adquiriendo esa capacidad de captar la presencia de Dios.
            El profeta Habacuc estaba viviendo en una época muy difícil. Resulta que con el rey Joaquín se instala en el pueblo un periodo de injusticia e iniquidad. Que es tanto como decir que esos ciudadanos, aún sabiendo que Dios existía, actuaban con un agnosticismo práctico. El hecho de que exista Dios no es algo que ni me quite el sueño ni me lo deje de quitar. Es como si todo el pueblo judío estuviese sumergido por esa capa sólida y blanca de nieve y hielo de la que antes he hecho referencia. Y el profeta Habacuc se impacienta, le pregunta a Dios «¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?». Lo mismo le pasó a Job y al mismo Abrahán que se impacientaban por los largos silencios mantenidos por Dios. Recordemos a Job, hombre rico, con tierras, ganados, familia, con buena salud y de la noche a la mañana todo lo pierde. Y para remate fiesta, los que eran sus amigos metiéndose con él para que renegase de su fe. No olvidemos a nuestro Abrahán, que escucha la Palabra de Dios que le dice que saliese de su tierra y de su parentela para ir a la tierra que Dios le indicaría. Imaginaros a Saray, su mujer, molesta con Abrahán porque había oído una voz que le dijo que saliese de Ur de los Caldeos y que fuera a un lugar que ni el mismo Abrahán sabía. Me la imagino manifestando abiertamente su enfado a su esposo y dándole la paliza con quejas todo el día. Y el pobre Abrahán, con paciencia, soportándolo. Pero después de esos silencios, los cuales parecen eternos, Dios termina actuando. Esos tiempos de silencio son necesarios, lo mismo que es necesario el tiempo de cocción en el horno para hacer las hogazas de pan o el tiempo para que de la simiente salga la espiga con el fruto granado.
            Ser fieles en mitad de la tormenta de la adversidad. Hay una imagen que se me quedó grabada en la mente cuando ocurrió la desgracia del tsunami de aquel 26 de diciembre de 2004, en aquellas playas paradisiacas. Cómo la gente trepaba por los árboles y se agarraban con todas sus fuerzas para no ser arrancados y arrastrados por la violencia del mar. Cristo nos llama a que seamos fuertes para permanecer en medio de la fuerte tempestad. Por eso es muy importante que, en medio de toda dificultad a la hora de vivir en cristiano las diversos aspectos de nuestra vida recordemos las palabras que San Pablo escribió a Timoteo: «Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y bien juicio. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor Jesucristo y por mí, su prisionero.(…). Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor cristiano». Aferrémonos a la cruz de Cristo, ni se nos ocurra el soltarnos de ella,  y Dios ya se procurará de mantener las fuerzas de aquellos que hemos hecho la opción de estar con Él.

Lecturas:
Lectura del Profeta Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4
Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9 R. Escucharemos tu voz, Señor.
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 1, 6-8. 13-14
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 17, 5-10

2 de octubre de 2016
Blog: capillaargaray.blogspot.com


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