sábado, 22 de octubre de 2016

Homilía del Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo C

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
            «Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha», con esta certeza hemos respondido al Salmo Responsorial de hoy. Lo que seguramente ha podido pasar desapercibido es la historia bellísima que nos narra este salmo. Este salmo nos manifiesta la superación de un terrible conflicto.
            Este salmo, en unos de sus primeros versículos (cf. Sal 33, 5) usa la expresión «consulté al Señor» (o también, «busqué al Señor») se refiere a un acontecimiento en concreto. ¿Qué acontecimiento es? ¿De qué se trata? Las personas acusadas injustamente y, a consecuencia de ello, perseguidas, iban a refugiarse al Templo de Jerusalén. Allí pasaban toda la noche a la espera de una sentencia. Por la mañana, un sacerdote echaba las suertes para determinar si la persona acusada era culpable o inocente. Este fue el caso de quien compuso este salmo. Pasó la noche en el Templo, confiado, y por la mañana fue declarado inocente. Entonces decide dar gracias al Señor, manifestando ante los demás pobres que estaban allí las maravillas que Dios había hecho en su favor.
            Además el salmo, en el que nos relata su experiencia -habla de él mismo- nos da información acerca de su situación socioeconómica. Es pobre: «Cuando el pobre clama al Señor, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias» (v.7). Y pobres son también las personas que rodean el Templo, en el momento de su acción de gracias: «Mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren» (v. 3). Y el salmista da un paso más: Invita a los empobrecidos a que proclamen su profesión de fe: «Ensalzad conmigo a Yahvé, exaltemos juntos su nombre» (v.4).
            ¿Qué es lo que había pasado a esta persona pobre? Antes de ser declarada inocente, había pasado por momentos difíciles. Nos habla de que tenía temores y angustias. Y con su forma de actuar da una catequesis práctica a todos aquellos que están sufriendo, que tienen el corazón herido y andan desanimados. Les enseña a gritar a Dios, a refugiarse en el Señor, consultándolo para ser declarados inocentes y así obtener la salvación.
            ¿Quiénes son los enemigos del salmista? Son ricos. Son personas retorcidas que no dudan en mentir para destruir al débil. Son personas con maldad en su corazón que se sienten denunciados por aquellos que se esfuerzan en ser fieles a Dios. Entonces lo odian, lo insultan, lo calumnian, lo persiguen y buscan el modo de arrancarle la vida. Estas personas perversas se oponen a la felicidad del salmista. De tal modo que la mentira de los injustos ha ocasionado la pérdida de los bienes que tenía el salmista, nos dice: «¿A qué hombre no le gusta la vida, no anhela de días para gozar de bienes?» (v. 13). ¿Os acordáis de la historia de la casta Susana y de los dos viejos verdes?, pues por el estilo.
            Hermanos, los creyentes estamos soportando la arrogancia y tiranía del laicismo. No nos van a faltar la discriminaciones ni las marginaciones. Tenemos que irnos preparando para vivir tiempos de adversidad. No importa que llegue a ser más débil en su influencia social, con menos edificios, menos dinero, menos personas y menos protección de los poderosos de este mundo. Dios ha escogido lo necio y lo débil de este mundo para confundir a los que se creen fuertes y para iluminar y salvar a los que buscan la verdad con humildad y sinceridad. Tenemos un valioso tesoro: la Verdad de Jesucristo que ilumina los corazones y ha vencido con la fuerza de su amor a los poderes de este mundo. No tengamos miedo. Pongamos nuestra confianza en la autenticidad más que en el número. Vivamos de verdad «como ciudadanos del cielo» y lo demás vendrá por añadidura.

Lecturas:
Lectura del libro del Eclesiástico 35, 15b-17. 20-22a
Sal 33
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18

Lectura del santo evangelio según San Lucas 18, 9-14

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