DOMINGO XXX DEL TIEMPO
ORDINARIO, CICLO C
«Si el
afligido invoca al Señor, Él lo escucha», con esta certeza hemos
respondido al Salmo Responsorial de hoy. Lo que seguramente ha podido pasar
desapercibido es la historia bellísima que nos narra este salmo. Este salmo nos
manifiesta la superación de un terrible conflicto.
Este salmo, en unos de sus primeros
versículos (cf. Sal 33, 5) usa la expresión «consulté
al Señor» (o también, «busqué al Señor»)
se refiere a un acontecimiento en concreto. ¿Qué acontecimiento es? ¿De qué se
trata? Las personas acusadas injustamente y, a consecuencia de ello,
perseguidas, iban a refugiarse al Templo de Jerusalén. Allí pasaban toda la
noche a la espera de una sentencia. Por la mañana, un sacerdote echaba las
suertes para determinar si la persona acusada era culpable o inocente. Este fue
el caso de quien compuso este salmo. Pasó la noche en el Templo, confiado, y
por la mañana fue declarado inocente. Entonces decide dar gracias al Señor, manifestando ante los demás pobres que
estaban allí las maravillas que Dios había hecho en su favor.
Además el salmo, en el que nos
relata su experiencia -habla de él mismo- nos da información acerca de su situación
socioeconómica. Es pobre: «Cuando el pobre
clama al Señor, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias»
(v.7). Y pobres son también las personas que rodean el Templo, en el momento de
su acción de gracias: «Mi alma se
gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren»
(v. 3). Y el salmista da un paso más: Invita
a los empobrecidos a que proclamen su profesión de fe: «Ensalzad conmigo a Yahvé, exaltemos juntos su nombre»
(v.4).
¿Qué es lo que había pasado a esta
persona pobre? Antes de ser declarada inocente, había pasado por momentos
difíciles. Nos habla de que tenía temores y angustias. Y con su forma de actuar
da una catequesis práctica a todos aquellos que están sufriendo, que tienen el
corazón herido y andan desanimados. Les enseña a gritar a Dios, a refugiarse en
el Señor, consultándolo para ser declarados inocentes y así obtener la
salvación.
¿Quiénes son los enemigos del
salmista? Son ricos. Son personas
retorcidas que no dudan en mentir para destruir al débil. Son personas con
maldad en su corazón que se sienten denunciados por aquellos que se esfuerzan
en ser fieles a Dios. Entonces lo odian, lo insultan, lo calumnian, lo
persiguen y buscan el modo de arrancarle la vida. Estas personas perversas se
oponen a la felicidad del salmista. De tal modo que la mentira de los injustos
ha ocasionado la pérdida de los bienes que tenía el salmista, nos dice: «¿A qué hombre no le gusta la vida, no anhela de días
para gozar de bienes?» (v. 13). ¿Os acordáis de la historia de
la casta Susana y de los dos viejos verdes?, pues por el estilo.
Hermanos, los creyentes estamos
soportando la arrogancia y tiranía del laicismo. No nos van a faltar la
discriminaciones ni las marginaciones. Tenemos que irnos preparando para vivir
tiempos de adversidad. No importa que llegue a ser más débil en su influencia
social, con menos edificios, menos dinero, menos personas y menos protección de
los poderosos de este mundo. Dios ha escogido lo necio y lo débil de este mundo
para confundir a los que se creen fuertes y para iluminar y salvar a los que
buscan la verdad con humildad y sinceridad. Tenemos un valioso tesoro: la
Verdad de Jesucristo que ilumina los corazones y ha vencido con la fuerza de su
amor a los poderes de este mundo. No tengamos miedo. Pongamos nuestra confianza
en la autenticidad más que en el número. Vivamos de verdad «como ciudadanos del
cielo» y lo demás vendrá por añadidura.
Lecturas:
Lectura del libro del Eclesiástico 35, 15b-17.
20-22a
Sal 33
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 4, 6-8.
16-18
Lectura del santo evangelio según San Lucas 18, 9-14
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