sábado, 24 de septiembre de 2016

Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, ciclo C

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
Hay actores de series o de películas de televisión, que interpretan tan bien su papel que son conocidos por su nombre artístico antes que por el suyo propio. Se meten tanto en su personaje llegando a crear como una realidad paralela. Introduciéndose como una burbuja donde se ve como normal una realidad sacada y montada en la misma mentira. Se piensa, se siente, se actúa, se ama como lo hace el personaje de ficción llegando a dar por auténtico al inventado. Esto mismo nos pasa a cada de nosotros.
El Demonio, que conoce nuestros puntos débiles, puede llegar a pervertir nuestro entendimiento de las cosas y de la propia realidad. Estoy totalmente seguro que de tener conciencia los árboles, si preguntásemos a un árbol totalmente inclinado si está recto, mirando hacia el cielo, no dudaría en decirnos que él es el más alto de todos y que siente en su copa, como el primero y en primicia, las brisas del amanecer y los primeros rayos del sol. Y es tontería llevarle la contraria, es tanto como darse cabezazos con las paredes, porque se cerrará totalmente en sí mismo. Es el famoso ‘no es no’ o ‘¿qué parte del ‘no’ no entiende usted?’, popularizado por un político de nuestros tiempos. Y llevarle la contraria es estar de mal humor todo el día. El rico Epulón estaría totalmente seguro de que obraba correctamente. Se creía tanto el papel del personaje que tenía que interpretar que se fusionó con él. Epulón hizo un acto de voluntad consciente y deliberada, poniendo en juego todo su entendimiento, voluntad y libertad para fusionarse, ser uno con ese personaje. Es verdad que vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día, pero eso formaba parte de lo cotidiano, era lo que tocaba hacer en ese momento.
El rico Epulón como el árbol totalmente torcido no dudarían en afirmarnos que personas mejores que ellos sería prácticamente imposible encontrarlas. Un pasaje del Nuevo Testamento nos cuenta cómo los discípulos, estando a solas con Jesús le preguntaron que por qué ellos no pudieron expulsar a ese espíritu maligno que poseía a esa persona. A lo que Jesucristo les contestó que esta clase de demonios no pueden ser expulsada sino con oración. (cf. Mc 9,28-29).
El mendigo, Lázaro, estaba echado en el portal del rico, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Lázaro, al estar ahí, de ese modo, estaba cuestionando constantemente al rico. Lázaro estaba como aquel que intenta convencer a alguien y termina dándose cabezazos con la pared, sin conseguir nada. Por eso el rico, estando en el infierno, en medio de los tormentos gritaba a Abrahán a lo que Abrahán le respondió, que si querían evitar los hermanos de Epulón ir al infierno tenían que escuchar a Moisés y a los profetas.  Cristo dijo: «Esta clase de demonios no puede ser expulsada sino con oración».
¿Y por qué Abrahán le contestó así al rico Epulón? Lo hizo porque sólo la Palabra de Dios tiene poder exorcizante para poder llegar a conocer la auténtica verdad de las cosas y de nuestro ser. Sólo Cristo tiene el poder ya que Él es el KYRIOS, el SEÑOR.
Epulón era ese personaje que estaba tan identificado con su papel de rico que se había fusionado de tal manera que había olvidado la auténtica verdad de las cosas. Había llevado a cabo conscientemente un borrado de mente para olvidarse que él era un peregrino por este mundo hacia la Patria del Cielo. Como nos dice el profeta Amós: «¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión, confiados en la montaña de Samaría!». La vida le sonreía, tenía todo lo que una persona deseaba, en palabras del profeta Amós «se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes, comen corderos del rebaño y terneros del establo (...) beben vino en elegantes copas, se ungen con los mejores aceites, pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José ». Lo único que podía salvar al rico Epulón lo tenía muy cerca, pero no escuchaba, no hacía caso. Lo único con capacidad de exorcizarlo y hacer que su persona se pudiera liberar del personaje que libremente interpretaba era la Palabra de Dios. La Palabra de Dios le hubiera puesto ante su cara la verdad de su existencia. Hubiera visto anticipadamente el infierno que le esperaba si seguía por esas sendas de perdición. Epulón rechazó la fuerza sanadora de la Palabra. Y de hecho, incluso estando siendo torturado en el infierno, ante las palabras sabias de Abrahán que le dice  «Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen», y de ese modo evitar que los hermanos de Epulón fueran a parar a aquel lugar de tormentos, el mismo Epulón sigue rechazando la fuerza de la Palabra de Dios, tal y como lo hizo en su vida mortal. Por eso le replica a Abrahán «No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán ».  A lo que Abrahán, ante la soberbia y el desprecio culpable que siente el rico por la Palabra de Dios, dicta sentencia: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto».
Cada vez que nos acercamos a la Palabra de Dios se van aflojando nuestras ataduras porque reconocemos cuales son nuestros pecados, dónde reside la falsedad en nuestra vida y nos urge la conversión y la pronta reparación.

Lecturas:
Am 6, 1a. 4-7
Sal 145
1 Tim 6,11-16
Lc 16, 19-31

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, ciclo C, 25 de septiembre de 2016

Blog: capillaargaray.blogspot.com

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