NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN DEL
PILAR 2016
Me acuerdo de un joven que había
salido airoso de un percance muy serio de salud, que incluso requirió el
ingreso en la unidad de cuidados intensivos del hospital, con el que hablaba y
le invitaba a un proceso de conversión. Y me acuerdo que me decía: «Mira, cuando me recupere y me vea con
fuerzas, y consiga retomar el ritmo de mi vida cotidiana, te prometo que te
escucharé». Todavía le estoy
esperando. Toda su felicidad estaba en retomar su vida laboral y en buscar
a una chica que le quisiera. Con toda seguridad, cuando retomó su vida laboral
y encontró a esa novia le aparecerían nuevos problemas; el miedo a ser
despedido por una reducción de plantilla, los problemas que surgen en la vida
de noviazgo, y no digamos nada los que después aparecen siendo casados, ¡que
esos ya sí que son los más gordos! Todo con prisa. Pero ya no tenía tiempo para escuchar.
Nos dice la Palabra: «Está escrito. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda
la palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4)». Y como la
Palabra tiene un poder inmenso de exorcizar -de expulsar los demonios que
podamos tener dentro-, nos permite ver
cómo en nuestro modo de razonar está envenenado del marxismo. Un marxismo
que intoxica la vida eclesial y corroe el alma. ¿Cómo es posible esto? ¿Qué
señales de alarma no han sonado para ponernos a salvo?. Vamos a ver, que sonar,
han sonado y se han oído hasta en el Kilimanjaro- allá en Tanzania, pero no
hemos hecho caso. Se dice que primero
hay que dar pan, llenar el estómago, procurarse de los medios necesarios,
ya que si a la gente no le das el pan primero es inútil que le hables de Dios, porque con el
estómago vacío nadie escucha. Y actuando de esta manera se está cayendo en una
tentación bastante seria que está muy incrustada en el corazón del hombre: lo primero es asegurarse la vida. ¿Qué
Dios es lo primero en mi vida?, pues
resulta que no, que lo primero es asegurarme mis cosas. Que eso que se dice
que «el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas»
(Dt 6,4), pues resulta que esto no se hace realidad en nuestra vida, porque a
la hora de la verdad lo primero soy yo -eres tú-, y luego, si me acuerdo y me apetece, es Dios. Es
triste y muy lamentable, pero es así. De ahí la urgente conversión personal. Nunca tenemos tiempo para escuchar a Dios.
Ahora sí, bien lo tenemos para muchas otras cosas, muchas de ellas auténticas
tonterías.
Nos olvidamos que nuestra vida se asemeja a un reloj de arena. Que nos
podemos enfrascar en mil y un problema -en los estudios, con los amigos, con la
pareja, con la comunidad, con el trabajo, con la familia, etc.- y además como
dice la Palabra «a cada día le basta su propio afán»
(Mt 6, 34b), pues llega un momento en que la
vida se nos escapa. Se está tan ensimismado en lo que tiene entre manos que
no nos damos cuenta que estamos
caminando hacia la muerte. Dice la Palabra: «¡Insensato!
Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién va a ser todo esto que has acaparado?»
(Lc 12, 20). Todas tus preocupaciones, desafíos, retos, logros que has
adquirido ¿para qué te sirven si no has
orientado toda tu existencia hacia Dios?
Recordemos el poema de Lope de Vega:
¿Qué tengo yo, que mi amistad
procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Si
no tenemos tiempo para escuchar la voz de Dios estamos sin dirección. Nosotros
creeremos que hacemos las cosas bien y encontraremos un millón de razones para
justificar nuestro proceder como bueno, correcto y oportuno, pero nuestra vida
va a la deriva y se terminará encallando en cualquier arrecife. Si quitamos de
nuestra vida el pilar que es Cristo no existe ni lo
bueno ni lo malo, todo será a conveniencia de cada cual. Lo que hoy es bueno,
mañana lo podremos llamar malo, y al revés.
Permitiéndolo y tolerándolo hemos
permitido cambiar unos valores cristianos por unos valores de tipo burgués. Lo
que importa e interesa es ser honrado en el trabajo, ser honesto, tener casa y
coche, no robar ni matar a nadie, casarse y tener uno o dos hijos, tener una
casita en el campo y no tener muchos problemas. Parece que haciendo estas cosas
uno puede vivir equilibrado, y es más, muchos creen que esto es el
cristianismo. Nos hemos preocupado del pan, de lo inmediato, de lo que únicamente nos ha interesado
porque hemos creído que persiguiendo y luchando por eso obtendríamos así la
felicidad. Como personas hemos ido degenerando mucho. Nos hemos convertido en
esclavos de las cosas, de los afectos, de las circunstancias y no hemos
desarrollado otros aspectos de nuestra personalidad. Al no haber tenido tiempo para escuchar a Dios nos hemos privado de esa
salud espiritual y de ese soplo de aire puro tan necesario para nuestra
existencia. Y uno puede pensar: ¿Qué más puedo desear? porque tengo todo;
tengo un hijo, una buena mujer, una buena casa, tengo un empleo. ¿Qué más puedo
desear? Pero seguramente tu hijo, tu hermano, tu esposa, esa persona tan
cercana no le interese nada de lo que tienes o de lo que hayas conseguido
durante toda tu vida porque se da cuenta de cómo tu vida se derrumba a trozos, porque
ve que tu matrimonio es un fracaso, porque nunca has querido verdaderamente,
porque nunca te has parado a pensar si realmente amas a tu mujer o no y nunca
te has parado a pensar y compartir cosas profundas. Sólo haces las cosas porque
toca hacerlas, como un robot.
El hombre ha perdido la dimensión de
profundidad porque no ha tenido tiempo de escuchar a Dios, porque se ha querido
privar de la riqueza que le oferta la fe en Cristo Resucitado. Porque no ha
considerado oportuno tener a Cristo como el pilar de su existencia. Se ha
considerado más importante desarrollar un progreso personal con una dirección
horizontal, envuelto en el trabajo, en los afectos, en la euforia del progreso
y de la auto-realización personal, pero se ha abandonado el horizonte de
profundidad. Un edificio sin sólidos cimientos no ofrece ninguna garantía ante
un terremoto, o ante una crisis seria, de las tantas que se plantean en la
vida.
La Santísima Virgen María no hizo
esperar a Cristo. Ella no dio largas al Señor. Ella no se preocupó de lo que
tenía, sino de lo que era: una humilde y pobre sierva del Señor. La Palabra de
Dios fue su sustento y esperanza. Mientras todos crecemos en una dirección de
horizontalidad, de tener cosas, de aumentar en prestigio, ella ahondó en
profundidad estando con Cristo, amando a Cristo y disfrutando del amor de
Cristo. Nunca dijo al Señor que 'mañana te escucharé', sino constantemente
dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Disponibilidad y colaboración total al Señor. Tal y como lo dice la canción 'Pequeña María' del Camino
Neocatecumenal, con toda dulzura y claridad:
«S.
María, pequeña María,
tú
eres la brisa suave de Elías,
el
susurro del Espíritu de Dios.
Tú
eres la zarza ardiente de Moisés
que
llevas al Señor y no te consumes.
Tú
eres «el lugar junto a mí»
que
mostró el Señor a Moisés;
tú
eres la hendidura de la roca
que
Dios cubre con su mano
mientras
que pasa su Gloria».
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