martes, 11 de octubre de 2016

Homilía de Nuestra Señora del Pilar 2016

NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN DEL PILAR 2016
            Me acuerdo de un joven que había salido airoso de un percance muy serio de salud, que incluso requirió el ingreso en la unidad de cuidados intensivos del hospital, con el que hablaba y le invitaba a un proceso de conversión. Y me acuerdo que me decía: «Mira, cuando me recupere y me vea con fuerzas, y consiga retomar el ritmo de mi vida cotidiana, te prometo que te escucharé». Todavía le estoy esperando. Toda su felicidad estaba en retomar su vida laboral y en buscar a una chica que le quisiera. Con toda seguridad, cuando retomó su vida laboral y encontró a esa novia le aparecerían nuevos problemas; el miedo a ser despedido por una reducción de plantilla, los problemas que surgen en la vida de noviazgo, y no digamos nada los que después aparecen siendo casados, ¡que esos ya sí que son los más gordos! Todo con prisa. Pero ya no tenía tiempo para escuchar.
            Nos dice la Palabra: «Está escrito. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4)». Y como la Palabra tiene un poder inmenso de exorcizar -de expulsar los demonios que podamos tener dentro-, nos permite ver cómo en nuestro modo de razonar está envenenado del marxismo. Un marxismo que intoxica la vida eclesial y corroe el alma. ¿Cómo es posible esto? ¿Qué señales de alarma no han sonado para ponernos a salvo?. Vamos a ver, que sonar, han sonado y se han oído hasta en el Kilimanjaro- allá en Tanzania, pero no hemos hecho caso. Se dice que primero hay que dar pan, llenar el estómago, procurarse de los medios necesarios, ya que si a la gente no le das el pan primero  es inútil que le hables de Dios, porque con el estómago vacío nadie escucha. Y actuando de esta manera se está cayendo en una tentación bastante seria que está muy incrustada en el corazón del hombre: lo primero es asegurarse la vida. ¿Qué Dios es lo primero en mi vida?, pues resulta que no, que lo primero es asegurarme mis cosas. Que eso que se dice que «el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4), pues resulta que esto no se hace realidad en nuestra vida, porque a la hora de la verdad lo primero soy yo -eres tú-, y luego, si me acuerdo y me apetece, es Dios. Es triste y muy lamentable, pero es así. De ahí la urgente conversión personal. Nunca tenemos tiempo para escuchar a Dios. Ahora sí, bien lo tenemos para muchas otras cosas, muchas de ellas auténticas tonterías.
            Nos olvidamos que nuestra vida se asemeja a un reloj de arena. Que nos podemos enfrascar en mil y un problema -en los estudios, con los amigos, con la pareja, con la comunidad, con el trabajo, con la familia, etc.- y además como dice la Palabra «a cada día le basta su propio afán» (Mt 6, 34b), pues llega un momento en que la vida se nos escapa. Se está tan ensimismado en lo que tiene entre manos que no nos damos cuenta que estamos caminando hacia la muerte. Dice la Palabra: «¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién va a ser todo esto que has acaparado?» (Lc 12, 20). Todas tus preocupaciones, desafíos, retos, logros que has adquirido ¿para qué te sirven si no has orientado toda tu existencia hacia Dios?
            Recordemos el poema de Lope de Vega:
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? 
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, 
que a mi puerta, cubierto de rocío, 
pasas las noches del invierno oscuras?


¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, 
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, 
si de mi ingratitud el hielo frío 
secó las llagas de tus plantas puras!


¡Cuántas veces el ángel me decía: 
«Alma, asómate ahora a la ventana, 
verás con cuánto amor llamar porfía»!


¡Y cuántas, hermosura soberana, 
«Mañana le abriremos», respondía, 
para lo mismo responder mañana!

            Si no tenemos tiempo para escuchar la voz de Dios estamos sin dirección. Nosotros creeremos que hacemos las cosas bien y encontraremos un millón de razones para justificar nuestro proceder como bueno, correcto y oportuno, pero nuestra vida va a la deriva y se terminará encallando en cualquier arrecife. Si quitamos de nuestra vida el pilar que es Cristo no existe ni lo bueno ni lo malo, todo será a conveniencia de cada cual. Lo que hoy es bueno, mañana lo podremos llamar malo, y al revés.
            Permitiéndolo y tolerándolo hemos permitido cambiar unos valores cristianos por unos valores de tipo burgués. Lo que importa e interesa es ser honrado en el trabajo, ser honesto, tener casa y coche, no robar ni matar a nadie, casarse y tener uno o dos hijos, tener una casita en el campo y no tener muchos problemas. Parece que haciendo estas cosas uno puede vivir equilibrado, y es más, muchos creen que esto es el cristianismo. Nos hemos preocupado del pan, de lo inmediato, de lo que únicamente nos ha interesado porque hemos creído que persiguiendo y luchando por eso obtendríamos así la felicidad. Como personas hemos ido degenerando mucho. Nos hemos convertido en esclavos de las cosas, de los afectos, de las circunstancias y no hemos desarrollado otros aspectos de nuestra personalidad. Al no haber tenido tiempo para escuchar a Dios nos hemos privado de esa salud espiritual y de ese soplo de aire puro tan necesario para nuestra existencia. Y uno puede pensar: ¿Qué más puedo desear? porque tengo todo; tengo un hijo, una buena mujer, una buena casa, tengo un empleo. ¿Qué más puedo desear? Pero seguramente tu hijo, tu hermano, tu esposa, esa persona tan cercana no le interese nada de lo que tienes o de lo que hayas conseguido durante toda tu vida porque se da cuenta de cómo tu vida se derrumba a trozos, porque ve que tu matrimonio es un fracaso, porque nunca has querido verdaderamente, porque nunca te has parado a pensar si realmente amas a tu mujer o no y nunca te has parado a pensar y compartir cosas profundas. Sólo haces las cosas porque toca hacerlas, como un robot.
            El hombre ha perdido la dimensión de profundidad porque no ha tenido tiempo de escuchar a Dios, porque se ha querido privar de la riqueza que le oferta la fe en Cristo Resucitado. Porque no ha considerado oportuno tener a Cristo como el pilar de su existencia. Se ha considerado más importante desarrollar un progreso personal con una dirección horizontal, envuelto en el trabajo, en los afectos, en la euforia del progreso y de la auto-realización personal, pero se ha abandonado el horizonte de profundidad. Un edificio sin sólidos cimientos no ofrece ninguna garantía ante un terremoto, o ante una crisis seria, de las tantas que se plantean en la vida.
            La Santísima Virgen María no hizo esperar a Cristo. Ella no dio largas al Señor. Ella no se preocupó de lo que tenía, sino de lo que era: una humilde y pobre sierva del Señor. La Palabra de Dios fue su sustento y esperanza. Mientras todos crecemos en una dirección de horizontalidad, de tener cosas, de aumentar en prestigio, ella ahondó en profundidad estando con Cristo, amando a Cristo y disfrutando del amor de Cristo. Nunca dijo al Señor que 'mañana te escucharé', sino constantemente dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Disponibilidad y colaboración total al Señor. Tal y como lo dice la canción 'Pequeña María' del Camino Neocatecumenal, con toda dulzura y claridad: 
            «S. María, pequeña María,
            tú eres la brisa suave de Elías,
            el susurro del Espíritu de Dios.
            Tú eres la zarza ardiente de Moisés
            que llevas al Señor y no te consumes.
            Tú eres «el lugar junto a mí»
            que mostró el Señor a Moisés;
            tú eres la hendidura de la roca
            que Dios cubre con su mano

            mientras que pasa su Gloria». 

No hay comentarios: