DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
Hermanos, las lecturas de hoy
'tienen mucha miga', tiene gran importancia. Podemos estar acostumbrados a oír
la Palabra de Dios como quien atiende a cualquier cosa de lo cotidiano,
olvidándonos que es Dios mismo quien se dirige a ti para hablarte en lo más
profundo de tu alma. Imagínense que yo fuera un ateo sincero que está buscando
a Dios. Y movido por mi búsqueda sobre
la verdad sobre la existencia de Dios yo hubiera parado aquí, hoy domingo,
en esta parroquia donde se hayan congregados un grupo de cristianos. Y
aprovechando esta circunstancia yo viniera a preguntarles cuáles son las razones de su fe.
Es decir, ¿ustedes por qué creen? ¿Quién
es Dios para ti? ¿Qué experiencia personal tienes de Dios como para poder afirmar con
determinación que Dios existe?
Sabes que Dios es amor. Conoces de
memoria los Mandamientos de la Ley de Dios, los de la Iglesia, los Sacramentos,
recitas el Credo y muchas de las oraciones aprendidas, acudes a la Iglesia y
además puedes hasta llevar a tus hijos o nietos a las catequesis parroquiales. Pero
cuando se hace la pregunta fundamental ¿qué es Dios para ti?, ¿de qué te sirve Dios
en tu vida?, o la más profunda de todas ¿cuándo te has encontrado con Él?, la gente
suele dar respuestas muy vagas, demasiado pobretonas. Generalmente para
contestar se responde con el catecismo. O puede ser que incluso alguno
levantase la mano diciendo que él no cree. Alguno puede decir que él siente a
Dios en su vida de algún modo; que no sabe cómo explicarlo con palabras pero
que él lo siente. O puede ser que alguno
haya tenido un conocimiento de Dios de forma de experiencia, no por lo que
le hayan dicho sus padres o abuelos, sino
que independientemente de todo eso, ha conocido y experimentado a Dios en una
enfermedad, en una alegría inmensa, en un hecho concreto de su vida. Es muy
importante que cada uno, sí lo que estamos aquí ahora, seamos capaces de sacar fuera los
encuentros que hayamos tenido con Dios.
Hoy por ejemplo tenemos a tres personajes bíblicos que han 'sacado
fuera', los encuentros que han tenido con Dios. En primer lugar tenemos a Naamán el sirio, el jefe del ejército
del rey de Aram, que sufría la enfermedad de la lepra y fue sanado por Dios, y
así Naamán lo reconoció: «En adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni
sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor».
En
segundo lugar tenemos a San Pablo
que narra a Timoteo cómo Dios le está proporcionando las fuerzas necesarias para
anunciar el Evangelio aunque anunciarle suponga llevarlas. San Pablo así lo
dice: «Es
doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos,
reinaremos con él». Y en el Evangelio nos encontramos con otra
experiencia de sanación de un leproso
en la que reconoce cómo el poder de Jesucristo le ha curado y regresa a Jesús
dando gritos de alabanza a Dios. Estos
tres han sacado fuera los encuentros que tuvieron con Dios.
Puede ser que haya algún cristiano
que no tenga ninguna experiencia de Dios, sea del tipo que sea -sanación, de
perdón, de felicidad, de agradecimiento por algo pedido…- y puede llegar a
descubrir que a lo mejor no tiene fe. A lo que se puede preguntar ¿cómo es que yo, en mi vida, no he tenido
ningún encuentro con Dios? Tal vez es que nunca se haya preocupado de estas
cosas y sea uno de esos nueve leprosos desagradecidos que, después de suplicar
a Jesucristo por su sanación, al verse curado aún ni siquiera llegue a
reconocer ese encuentro que haya tenido con Dios.
Lo nuestro es hacer vida lo que nos
dice el Salmo Responsorial de hoy:
«Cantad
al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas».
Lecturas:
Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 14-17
Sal 97. 1. 2 3ab. 3cd 4 R. El Señor revela a las naciones su justicia.
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 2, 8-13
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 17, 11-19
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