viernes, 9 de septiembre de 2016

Homilía del funeral del señor Crisanto

HOMILÍA DEL FUNERAL DEL SEÑOR CRISANTO
El padre de la Hna. Magdalena, Abancay - + 7 de septiembre de 2016 - 9 de septiembre de 2016
(A la Hna. Magdalena y a su familia acompañando en su dolor ante el Sagrario)

            Mas fuerte que la ley de la gravedad que nos atrae hacia la tierra es la fuerza del corazón. La fuerza del afecto, del cariño, del amor hacia un  ser querido es tan potente que ni el tiempo es capaz de borrar, por mucho que calque la tierra. La fuerza del amor lleva en sí misma una fuerza desbordante que genera que los recuerdos fluyan impidiendo que ese ser querido sea olvidado. La muerte nos priva de su presencia física y nuestro recuerdo nos llenan de lágrimas nuestros ojos porque desearíamos escuchar sus voces, compartir momentos inolvidables, dar esos paseos largos o disfrutar de aquellas puestas de sol otoñales. La muerte nos ocasiona esa congoja en la garganta y esa sensación de desear despertar de una pesadilla que nos hace sentir frágiles, inestables y resquebrajados.
            Nuestra alma se queda apenada y en estos momentos no suenan con la misma intensidad aquellas palabras del Evangelio que tantas veces hemos escuchado. Nos duele profundamente los momentos que no aprovechamos para decirle que le queríamos y nos escuece aquellos en los que estábamos enfadados. La simple idea de pensar que su rostro no lo volveremos a contemplar en esta vida apena enormemente el corazón.
            Para aquellos que entienden su vida al margen de Dios es el final de todo, y lo único que ha podido ganar ese ser querido difunto es todo aquello que haya podido disfrutar. Y esto genera una espiral de desazón que puede conducir hasta la locura o a la mayor de las barbaridades.  Sin embargo, aquellos que deseamos ser fieles a Jesucristo y día a día nos afanamos en ir conquistando cotas de conversión, con la ayuda imprescindible del Espíritu del Señor, existe la certeza de que esto de la resurrección es algo real. Cierto que se puede ni medir, ni pesar, ni calcular, ni oler, ni tocar. Pero es real. De vez en cuando Dios nos hace algunos guiños desde la Gloria para recordarnos que aquello que no vemos y que esperamos realmente existe. Recordemos el milagro que Dios ha permitido realizar bajo la intercesión de la Madre Teresa de Calcuta y que ha propiciado que sea elevada a los altares como santa: un hombre brasileño, que se encontraba en fase terminal por graves problemas cerebrales, en estado de coma en UVI y que salvó su vida por la intercesión de la beata. Por la noche unos familiares y un presbítero pusieron una estampa de la beata Madre Teresa de Calcuta en su frente y que después se fueron a la capilla a rezar. Al regresar el quirófano al día siguiente por la mañana, el doctor que le trataba se encontró al paciente sentado, asintomático (no presentaba síntomas de enfermedad), despierto, perfectamente consciente, preguntándose qué hacía ahí. El médico explicó durante la fase de estudio de este milagro que había visto «nunca un caso como este» y que todos los pacientes similares que había tratado en sus diecisiete años de profesión habían fallecido.
            De hecho cada uno de nosotros tenemos experiencia de que Dios realmente existe y que Él ha actuado y actúa en nuestra vida. Por lo tanto la existencia del cielo existe. No sabemos cómo será. Sabemos cómo no es: no es la proyección de nuestros deseos terrenales realizados en lo celestial. Es estar con Dios. Y cuando uno ama a alguien le desea todo lo mejor, aquello que colme de alegría intensa e infinita su corazón, y estar con Cristo es sin duda lo mejor. Crisanto, el padre de nuestra hermana Magdalena, con toda seguridad estará contemplando el rostro del Padre. No obstante, y porque creemos en la Comunión de los Santos, rezamos por él para que si aún no lo estuviese viendo pueda gozar contemplando el rostro de Dios lo antes posible. Dale, Señor el descanso eterno. Y brille para ellos la luz perpetua.

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