sábado, 17 de septiembre de 2016

Homilía del Domingo XXV del Tiempo Ordinario, ciclo C

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
            Hermanos, les tengo que reconocer que las lecturas de hoy me han quedado como 'fuera de juego'. Me han descolocado totalmente. Para poderme hacer entender les voy a poner un ejemplo, con todas mis torpezas. No hace mucho estaba en la casa de una familia, comiendo, y los niños estaban todo entretenidos, sentados en la moqueta, jugando con la consola. Se trataba de aquellos juegos en los que uno debe de ir superando diversos niveles, en los cuales la dificultad van aumentando. Normalmente te suelen dar tres vidas, las cuales puedes ir gastando y recuperando hasta que llegas al último nivel. Y uno llega, y si llega, con muy poca vida. A todo esto hay que sumar que es ahora, al final, cuando uno tiene que enfrentarse con el malo malísimo, con el villano de los villanos. Con muy poca vida y además haciendo frente al mayor de los desafíos que uno se tiene que hacer frente en todo el juego. Por este motivo uno ha de 'devanarse los sesos', buscar estrategias adecuadas para luchar contra él.
            Muchas veces confundimos, aun sin pretenderlo, este tipo de juegos con nuestra vida cristiana. Vamos superando pantalla a pantalla, nivel a nivel y damos por conseguido y superado todas las etapas o niveles que hemos traspasado ya. Es que resulta que en la vida real no disponemos de tres vidas como en los video juegos, sino únicamente tenemos una. Y durante cada nivel nos vamos encontrando con pruebas duras, pero es que al final nos encontramos con toda la crudeza y comportamientos retorcidos y crueles del malo malísimo, de Satanás. Satanás no va a escatimar ni medios ni esfuerzos para confundirnos y para atraparnos. Algunos son atrapados por las redes de las riquezas. Y si tienen que robar para conseguirlo, lo hacen sin problema: «Disminuís la medida, aumentáis el precio,
usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo
». Esto nos lo recordaba la Palabra del profeta Amos. Lo que pasa es que a veces no queremos escuchar porque no lo sentimos como necesario porque creemos que esto ya lo tenemos superado, pero no es así. Y atención, que si nos comportamos sin hacer caso a los avisos que nos hace la Palabra puede ser que estemos atrapados por la red tendida por Satanás. El administrador injusto de la parábola de hoy sabía muy bien lo que hacía. Él se conocía todos los trucos; él había traspasado una infinidad de pantallas o de niveles en su particular juego; se conocía al dedillo donde estaban las trapas para poder sortearlas pero su vida se fundaba en la mentira. Su ser no estaba formado de roca sólida sino de arenisca, y la mentira en sí misma no se puede mantener, se desploma, se desintegra, se vaporiza.
            En la vida cristiana no funcionamos, como por ejemplo, como las esclusas del Canal de Castilla, que de una se va pasando a otra y a otra, y la que está pasada ya está superada. Podemos encontrarnos con catequistas, presbíteros o incluso obispos que se supone que están o estamos por delante en la vida cristiana, pero que 'hacemos aguas' en muchas cosas. Me he encontrado a personas con ciertos años que me comentan que determinados pecados ya no les afectan porque son cosa de jóvenes. Que eso es algo superado para ellos. Que eso ya no les afecta. Y claro está, están totalmente engañados. Un bautizado que ha recorrido una etapa importante como cristiano, y que se supone que ha ido descubriendo mucho más que otros, debería de brotar de su alma muchos ecos y palabras sinceras tan pronto como la Palabra de Dios fuese escuchada por sus oídos y calentase su corazón. Y si esto no ocurre ¿no será porque nos creemos que tenemos superadas etapas anteriores cuando lo que pasa en realidad es que no somos capaces de reconocer nuestras importantes lagunas espirituales?
            De ahí que cuanto más responsabilidad o más recorrido se haya realizado en la vida cristiana mayores dosis de humildad se han de tener porque de gloriarnos sólo nos hemos de gloriar en el Señor. En palabras de San Pablo: «En cuanto a mí, ¡Dios me libre de presumir si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo y yo un crucificado para el mundo!» (Gal 6, 14).
            Lo importante y fundamental es lo que nos dice San Pablo: «He combatido bien mi combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe. Sólo me queda recibir la corona de la salvación, que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa» (2 Tim 4, 7-8).
           
Lecturas:
Lectura del Profeta Amós 8, 4-7
Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8 R. Alabad al Señor, que ensalza al pobre.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 2, 1-8
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 16, 1-13
18 de septiembre de 2016

Blog: capillaargaray.blogspot.com

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