DOMINGO XXII
DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C 28 de agosto de 2016
En
los grandes acontecimientos sociales los invitados distinguidos por su edad o
posición social llegan ordinariamente los últimos. Y como algunos, además de
llegar los últimos vienen confusos pues tiene que ocupar los lugares que aún
quedan o sea los últimos. Resulta significativo que Jesucristo diga esto a los
judíos de su tiempo, sobre todo a los fariseos y entendidos en la Ley , cuando ya en el Antiguo
Testamento –en concreto en Proverbios 25, 6-7, - tienen una exhortación a ocupar voluntariamente el lugar más bajo. Entonces
¿por qué no hacen caso a la
Palabra de Dios y siguen deseando destacar sobre los demás? Esta
cita del libro de los Proverbios nos instruye con estas sabias palabras: «No te atribuyas honor delante del rey y no
te coloques en el lugar de los grandes. Pues es mejor que se te diga: «Sube
aquí», que verte humillado ante el rey». Jesús critica el comportamiento
orgulloso y el orgullo conduce a la caída. Hay una frase que me resultó
edificante y la quiero compartir. Una mujer pregunta a un hombre: «¿Qué haces? »-
a lo que el hombre le contesta: «Mato a mi orgullo». –La mujer extrañada de la
respuesta sigue preguntando: « ¿Y para qué? »- A lo que el hombre le dice: «Para
decirte que me haces falta».
Santa
Teresa de Jesús ya nos dice que «la
humildad es la verdad». El humilde ve las cosas como son, lo bueno como
bueno y lo malo como malo. En la medida en que un hombre es más humilde crece
una visión más correcta de la realidad. Además la soberbia y el orgullo lo
infectan todo. No le importa dejar en mal lugar a los demás para quedar él
bien. Y esto le vale hasta que “se encuentra con la horma de su zapato” y le
coloca en su puesto ‘poniéndole todos los puntos sobre las ies’.
Es
interesante esta Palabra, entre otras cosas, por lo actual que es. En cada
comienzo de legislatura siempre solemos tener el típico revuelo: el reparto de
escaños en el Congreso en España. Lo que parece interesar son los lugares
estratégicos donde las cámaras de televisión suele enfocar. Y claro, los
escaños del fondo nadie los quiere porque ‘no se les ve’. O de aquellos que
haciendo uso del cargo relevante que ostentan saben obtener su propio provecho,
sin deparar en las consecuencias que sus malas acciones puedan ocasionar. Muchos
no sirven, sino que se sirven del cargo. Conocía a varios señores que se
encargaban de adjudicar las diferentes tipos de obras públicas a empresas, y
milagrosamente todas las navidades estos señores recibían unas cestas navideñas
y unos jamones de pata negra exquisitos. Y sospechosamente cambiaban de coche
de una gama alta a otra aún mejor. Estos señores se pensaban que se lo
regalaban porque tenían mucha amistad con ellos y porque ellos eran los mejores
de todas las personas conocidas. Lo curioso es que tan pronto como dejaron el
cargo, los jamones y todo desapareció. Que es tanto como decirles: «Haga el
favor de quitarse de ese lugar que no le corresponde y vaya donde realmente
usted tiene que estar».
La
gente entendida en economía suelen decir que el valor del dinero, originalmente
estaba respaldado por una cantidad de oro. Eso implicaba que los gobiernos
tenían que tener reservas de oro bajo custodia porque literalmente cualquier
ciudadano podía ir a un banco y reclamar oro por su efectivo. Esto ha ido
evolucionando y actualmente el valor del dinero surge a partir del aval y la
certificación de la entidad emisora, como el Banco Central. Por lo tanto lo que
avala el valor de ese billete o monedas que llevamos encima es la entidad
emisora. Si la entidad emisora no lo avalase, no garantizase ese valor,
tendríamos un papel o un trozo de metal inservible. Si el Señor me dice «cédele
el puesto a éste» me está dejando muy claro que no valgo tanto como yo
me pensaba. Uno se tenía por muy valioso, una persona muy necesaria e
imprescindible y resulta que Jesucristo, que es precisamente aquel que me avala en mi valor, me manda a ocupar
el último puesto. Ésto es una señal de
advertencia escatológica que apunta directamente al banquete celestial.
Supongamos
que hemos leído una novela de intriga policíaca, con asesino y víctimas
incluidas. Al leerlo conocemos los personajes, la intriga, el suspense creado,
las mentiras que se han ido entrelazando para ocultar la verdad del asesinato, etc.
Si esa novela la llevan al cine, jugamos con mucha ventaja, porque conocemos al
asesino desde el minuto primero. Nosotros ante los hombres podemos aparentar o
escenificar lo que queramos, pero es que el Señor se conoce de sobra la novela
de nuestra vida y a Dios no se le puede engañar.
Sólo
aquel que ante Dios renuncia a su propia justicia, ha demostrado ser humilde
confiando en el Señor y ha servido como un esclavo para propagar el Evangelio
de palabra y obra será el que pueda escuchar aquellas palabras salidas de los
labios del Maestro: «Amigo, sube más arriba».
Lecturas: Eclo 3, 17-20.28-29; Sal 67; Heb
12,18-19.22-24a; Lc 14,1.7-14
28
de agosto de 2016
capillaargaray.blogspot.com
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