sábado, 20 de agosto de 2016

Homilía del Domingo XXI del Tiempo Ordinario, ciclo C

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
Lectura del Profeta Isaías 66, 18-21
Sal 116, 1. 2 R. Id al mundo entero y predicad el Evangelio
Lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13
Lectura del santo evangelio según San Lucas 13, 22-30

            Esto de 'la puerta estrecha' no nos suena muy bien. Cualquier persona normal si tiene dos puertas por donde entrar, lo normal es que entre por la puerta grande, no entra por la puerta estrecha que le cuesta más trabajo. Es algo que se entiende como lógico y como lo más sensato. Uno entra por la puerta grande, donde hay amplitud, no te chocas contra nada, podemos entrar varios a la vez sin problema. En cambio si vas a atravesar por una puerta estrecha tienes que tener cuidado en no darte con la cabeza y no rozarte con las jambas de esa puerta, además te genera una sensación de agobio, de incomodidad. Uno entra por el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela y uno se encuentra bien  a gusto porque hay espacio y mucha belleza. Es que uno entra mejor por puerta amplias y espaciosas.
            Pero atención hermanos, esto no nos lo dice el Señor para fastidiar, como si se tratase de esos dioses paganos que decían que 'tú necesitas pasar por una serie de pruebas antes de acercarte a mí'. Los dioses paganos ponían requisitos muy exigentes a los hombres para que únicamente pudieran estar ante su presencia. Debían de pasar una serie de pruebas, sacrificios y muchas ofrendas para purificarse y así presentarse ante esos dioses paganos. Imagínense que para estar ante esos dioses uno tuviera que pasar por las numerosas pruebas de iniciación para poder entrar en una de esas hermandades o fraternidades universitarias que nos retratan las películas americanas. Aquí la imaginación es muy amplia. Claro, pero esta idea de ese tipo de dios es algo dañino. Porque te va probando tanto y va 'dándote tantas largas', que te va mostrando que no te quiere. Sólo quiere saber si eres fiel, pero no te quiere. Va probando tu corazón a fuego, pero no te quiere.
             ¿Entonces qué quiere decirnos el Señor con esto de la puerta estrecha? Que todas las cosas referidas con lo humano requieren esfuerzo. Ya nos lo dice el libro de los Proverbios: «Todo esfuerzo tiene recompensa» (Prov 14, 23). Todo esfuerzo da su fruto. En la oración que rezamos al Espíritu Santo le decimos: «Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito». Cualquier cosa que quieras en tu vida como valiosa te requerirá esfuerzo. Y esfuerzo a todos los niveles; afectivo, intelectual y de voluntad. Pensemos en un deportista profesional, las horas de entrenamiento, el régimen de comidas, la privación de muchas cosas para poder conseguir la ansiada medalla. O en la pareja de novios, en la vida matrimonial donde se dan días de sol pero también de buenos nubarrones, donde se han de 'poner las manos a la obra' y esforzarse para ir dando respuesta a la voluntad que Dios tiene para ellos.  Todo requiere esfuerzo. Esto es la puerta angosta.
            Me viene a la mente una conversación que tuve con un amigo ya hace tiempo. Él estaba estudiando segundo curso de derecho civil y me contaba que si le ofrecían ya el título como licenciado, él no lo iba a aceptar. Porque lo que él buscaba era adentrarse en el estudio para descubrir la razón de porqué el legislador dictó esa norma, que se consiguió con ella. Como si cogiera el bisturí y empezara a diseccionar, analizar para conocerlo en profundidad. Y esto me conmovió porque me dije: 'Esta es una persona de verdad'. Porque qué fácil es sentir el barniz de las cosas: sabes un poquito de música, un poquito de historia, un poquito de aquello y de lo otro. Un poco de barniz de fe: reza un Padre Nuestro; Un poco de barniz de amor: Tu ama un poco; Un poquito de aquello y de lo otro. Y terminas siendo una persona que no ha entregado su vida a nadie. Tienes muchas cosas pero 'pilladas por los pelos', porque no has entrado por la puerta angosta.
            La vida es mucho más que lo que produce en un embarazo. Las mujeres que han sido madres cuando estaban embarazas se han enterado de poco. Me explico: se han ido enterando del embarazo por las consecuencias que llevan en sí, los vómitos, te cambia el talante, te sientes mareada a veces…Pero lo que ocurre dentro del vientre de la madre es un misterio tan grande que surge por sí solo. Esto no nos vale para la vida de un cristiano, porque las cosas de Dios no suceden sin contar conmigo. En el embarazo las cosas 'vienen dadas a la madre'. La madre siente las consecuencias de ese embarazo. Pero en las cosas de Dios no funciona automáticamente, implica una colaboración activa con Dios.
            Esta sociedad nuestra está ideada de tal modo para que uno no se mueva, para que no haga ni el más mínimo esfuerzo y así estés preso de la atención de lo que te están ofreciendo.
            Y en este entrar por 'la puerta estrecha' los hermanos tienen un cometido muy importante. Los demás tienen el cometido de ayudarme para que yo permita dejar paso a Dios en mi vida. Por eso la Carta a los Hebreos nos dice: «Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos».  De esta manera el entendimiento, la afectividad y la voluntad se ponen a colaborar estrechamente con la gracia divina, entonces Dios ha entrado en ti de una forma nueva y podamos experimentar lo que con tan bellas palabras nos lo recita San Juan de la Cruz:
                        «¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras!
Y en tu aspirar sabroso, 
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras».


                                                                       (Llama de amor viva, canción 4)

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