sábado, 18 de abril de 2015

Homilía del Tercer Domingo del Tiempo Pascual, ciclo b


TERCER DOMINGO DEL TIEMPO PASCUAL,  ciclo b, 19/04/2015

            Cuando estaba preparando esta Palabra ha generado dentro de mí un impulso hacia la esperanza. Os voy a comentar el por qué. La Sagrada Escritura, fuente incesante de sabiduría nos dice que «En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: –Israelitas, ¿de qué os admiráis?, ¿por qué nos miráis como si hubiésemos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud?». Pedro se dirige ante esas personas que se habían congregado allí y les dice que el único que tiene poder para arrancar de cuajo las cadenas del pecado que nos ata y poder para destrozar íntegramente los grilletes que nos esclavizan es Cristo Jesús. De tal modo somos esclavizados por Satanás que nos ha podido llegar a domesticar. Este mundo está domesticado por Satanás. ¿Acaso un pájaro que desde siempre ha estado en su jaula, que ha nacido en cautiverio y en cautiverio morirá, puede llegar a soñar volando lo más alto del cielo? ¿Cómo puede un cristiano, enjaulado en su particular pecado, poder exclamar jubiloso que 'Cristo ha resucitado' si convive amigablemente con su pecado?

            Estamos en una sociedad enferma. Y ni yo ni tú estamos sanos. No estamos sanos porque cuando veo que se acerca ese hermano, ese vecino, ese compañero que me causa desagrado, yo le evito; No estoy sano porque cuando me tocan el bolsillo, el monedero, descubro que tengo más apego al dinero de lo que yo pienso; No estoy sano porque cuando tengo que posicionarme ante determinadas conversaciones, algunas de ellas subiditas de tono, o charlas cuyos participantes llegar a herir la sensibilidad de un cristiano, pues yo me callo no sea que se vayan a meter encima conmigo; No estoy sano porque estoy siendo testigo de un comportamiento indigno de una persona, yo 'me hago el loco', me desentiendo del tema porque no quiero tener problemas alegando que 'nadie me ha dado vela en este entierro', etc. Nuestro pecado nos impide poder andar con rectitud, por eso cuando Pedro y Juan, al entrar en el templo miran a aquel paralítico que les estaba llamando la atención para que le dieran limosna, ellos -Pedro y Juan-, le miraron fijamente con atención.  Son capaces de distinguir, de separar el obrar pecaminoso de la propia persona, son capaces de lanzar una mirada a lo más noble de ser humano. A lo que Pedro le dijo: «No tengo ni plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar». Pedro y Juan pusieron sus ojos fijos en aquel paralítico de nacimiento que todos los días le llevaban y le colocaban junto a la puerta Hermosa del templo para pedir limosna; pues bien, ese paralítico eres tú. ¡Tu pecado te genera esa parálisis!  

            Esa parálisis es sanada en ti por Cristo. De tal modo que, si dejas que el Espíritu obre en tí -no poniéndole resistencias ni obstáculos-, tú mismo irás descubriendo todas aquellas cosas que tu propio pecado no te permitía disfrutar. Pero lo que sucede es que los malos hábitos, el mal proceder, el pensar retorcido, el apego al dinero, el desorden de los afectos, el resentimiento que se ha enquistado en el corazón, todo esto que viene de Satanás, ha echado profundas raíces malvadas en nuestro ser personal concreto. ¿Cómo permanecer en la lucha contra el pecado sin 'tirar la toalla', sin darnos por derrotados, manteniéndonos firmes ante el desaliento?¿de dónde sacar la suficiente humildad y dolor por el pecado cometido para rogar el perdón por algo de lo que previamente había jurado y perjurado no volver a caer de nuevo? Una cosa sí que os puedo asegurar, del mismo modo que los enfermos hospitalizados en las habitaciones precisan de la atención de los médicos, enfermeras, auxiliares de enfermería, celadores, servicio de limpieza, capellanes y demás del personal del hospital para que ese enfermo con gran calidad humana y profesional para poder ser sanado, así también cada uno de los creyentes necesitamos, y con gran urgencia, de una Comunidad Cristiana para poder avanzar por las sendas de la conversión sincera del corazón y así, con la ayuda de Dios ir arrancando de cuajo esas profundas raíces de maldad.

            Esa experiencia de sentirse sanado del pecado -y uno se va dando cuenta de esto ya que su corazón se inclina hacia las cosas de Dios y adquiere discernimiento, así como voluntad firme para perseguir las cosas del Espíritu-; cuando uno se siente sanado -el paralítico se puso en pié y empezó a saltar- es cuando uno reconoce a Cristo que está vivo y que está actuando ya que ha dejado impresa su huella en tú ser. Y los demás, que se dan cuenta de todo, se preguntarán: ¿este no es el que había metido en juicio a su hermano y se había quedado con sus tierras?, ¿cómo es posible que ahora estén tratándose como auténticos hermanos?; ¿no es aquella esa chica que estaba liada cada vez con uno?¿cómo es que ahora se mete religiosa?; ¿no es aquella jovencita la que quedó embarazada y que le dejó el novio?¿cómo es posible que haya tenido a su hijo y se la vea radiante de alegría? ¿Cómo es posible que ese matrimonio tenga tantos hijos y en su casa tengan de todo y no les falta de nada? ¿cómo es posible que ese muchacho que le veíamos borracho a la puerta del bar ahora vaya bien vestido, trabaje en un banco y no haya vuelto a beber? Pues estas cosas y más son posibles porque Cristo Resucitado ha actuado, actúa y actuará. Depende que cada uno de nosotros se lo permitamos.

            Estoy totalmente convencido que la Nueva Evangelización pasa necesariamente por la creación de Comunidades Cristianas al estilo de las de los primeros cristianos. Esto supone no un reajuste o poner un remiendo -al estilo de los remiendos en la ropa-. Esto implica pasar página a un modo determinado de ser cristiano para empezar a escribir empleando el mismo tintero que se usó para redactar todos los documentos del Concilio Vaticano II. No nos engañemos, en las Pequeñas Comunidades Cristianas -y las Parroquias deberían de ser comunidad de comunidades- es donde uno puede tener la experiencia de ser sanados de nuestro pecado avanzando por las sendas de la conversión, siempre con fidelidad al Magisterio de la Iglesia y de la mano de los sucesores de los Apóstoles.

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