TERCER DOMINGO DEL TIEMPO
PASCUAL, ciclo b, 19/04/2015
Cuando estaba preparando esta
Palabra ha generado dentro de mí un impulso hacia la esperanza. Os voy a
comentar el por qué. La Sagrada Escritura, fuente incesante de sabiduría nos
dice que «En aquellos días, Pedro
tomó la palabra y dijo: –Israelitas, ¿de qué os admiráis?, ¿por qué nos miráis
como si hubiésemos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud?». Pedro se
dirige ante esas personas que se habían congregado allí y les dice que el único que tiene poder para arrancar de
cuajo las cadenas del pecado que nos ata y poder para destrozar íntegramente
los grilletes que nos esclavizan es Cristo Jesús. De tal modo somos
esclavizados por Satanás que nos ha podido llegar a domesticar. Este mundo está
domesticado por Satanás. ¿Acaso un pájaro que desde siempre ha estado en su
jaula, que ha nacido en cautiverio y en cautiverio morirá, puede llegar a soñar
volando lo más alto del cielo? ¿Cómo puede un cristiano, enjaulado en su
particular pecado, poder exclamar jubiloso que 'Cristo ha resucitado' si
convive amigablemente con su pecado?
Estamos
en una sociedad enferma. Y ni yo ni tú
estamos sanos. No estamos sanos porque cuando veo que se acerca ese
hermano, ese vecino, ese compañero que me causa desagrado, yo le evito; No
estoy sano porque cuando me tocan el bolsillo, el monedero, descubro que tengo
más apego al dinero de lo que yo pienso; No estoy sano porque cuando tengo que
posicionarme ante determinadas conversaciones, algunas de ellas subiditas de
tono, o charlas cuyos participantes llegar a herir la sensibilidad de un
cristiano, pues yo me callo no sea que se vayan a meter encima conmigo; No
estoy sano porque estoy siendo testigo de un comportamiento indigno de una
persona, yo 'me hago el loco', me desentiendo del tema porque no quiero tener
problemas alegando que 'nadie me ha dado
vela en este entierro', etc. Nuestro
pecado nos impide poder andar con rectitud, por eso cuando Pedro y Juan, al
entrar en el templo miran a aquel paralítico que les estaba llamando la
atención para que le dieran limosna, ellos -Pedro y Juan-, le miraron fijamente
con atención. Son capaces de distinguir,
de separar el obrar pecaminoso de la propia persona, son capaces de lanzar una mirada a lo más noble de ser humano. A lo
que Pedro le dijo: «No tengo ni plata ni oro; pero te doy lo
que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar». Pedro y Juan
pusieron sus ojos fijos en aquel paralítico de nacimiento que todos los días le
llevaban y le colocaban junto a la puerta Hermosa del templo para pedir
limosna; pues bien, ese paralítico eres tú. ¡Tu pecado te genera esa
parálisis!
Esa parálisis
es sanada en ti por Cristo. De tal modo que, si dejas que el
Espíritu obre en tí -no poniéndole resistencias ni obstáculos-, tú mismo irás
descubriendo todas aquellas cosas que tu propio pecado no te permitía
disfrutar. Pero lo que sucede es que los malos hábitos, el mal proceder, el
pensar retorcido, el apego al dinero, el desorden de los afectos, el
resentimiento que se ha enquistado en el corazón, todo esto que viene de
Satanás, ha echado profundas raíces malvadas
en nuestro ser personal concreto. ¿Cómo permanecer en la lucha contra el
pecado sin 'tirar la toalla', sin darnos por derrotados, manteniéndonos firmes
ante el desaliento?¿de dónde sacar la suficiente humildad y dolor por el pecado
cometido para rogar el perdón por algo de lo que previamente había jurado y
perjurado no volver a caer de nuevo? Una cosa sí que os puedo asegurar, del
mismo modo que los enfermos hospitalizados en las habitaciones precisan de la
atención de los médicos, enfermeras, auxiliares de enfermería, celadores,
servicio de limpieza, capellanes y demás del personal del hospital para que ese
enfermo con gran calidad humana y profesional para poder ser sanado, así
también cada uno de los creyentes necesitamos, y con gran urgencia, de una
Comunidad Cristiana para poder avanzar por las sendas de la conversión sincera
del corazón y así, con la ayuda de Dios ir arrancando de cuajo esas profundas
raíces de maldad.
Esa experiencia de sentirse sanado del
pecado -y uno se va dando cuenta de esto ya que su corazón se inclina hacia
las cosas de Dios y adquiere discernimiento, así como voluntad firme para perseguir
las cosas del Espíritu-; cuando uno se siente sanado -el paralítico se puso en
pié y empezó a saltar- es cuando uno
reconoce a Cristo que está vivo y que está actuando ya que ha dejado impresa su
huella en tú ser. Y los demás, que se dan cuenta de todo, se preguntarán:
¿este no es el que había metido en juicio a su hermano y se había quedado con
sus tierras?, ¿cómo es posible que ahora estén tratándose como auténticos
hermanos?; ¿no es aquella esa chica que estaba liada cada vez con uno?¿cómo es
que ahora se mete religiosa?; ¿no es aquella jovencita la que quedó embarazada
y que le dejó el novio?¿cómo es posible que haya tenido a su hijo y se la vea
radiante de alegría? ¿Cómo es posible que ese matrimonio tenga tantos hijos y
en su casa tengan de todo y no les falta de nada? ¿cómo es posible que ese
muchacho que le veíamos borracho a la puerta del bar ahora vaya bien vestido,
trabaje en un banco y no haya vuelto a beber? Pues estas cosas y más son posibles
porque Cristo Resucitado ha actuado, actúa y actuará. Depende que cada uno de
nosotros se lo permitamos.
Estoy
totalmente convencido que la Nueva Evangelización pasa necesariamente por la
creación de Comunidades Cristianas al estilo de las de los primeros cristianos.
Esto supone no un reajuste o poner un remiendo -al estilo de los remiendos en
la ropa-. Esto implica pasar página a un modo determinado de ser cristiano para empezar a
escribir empleando el mismo tintero que se usó para redactar todos los
documentos del Concilio Vaticano II. No nos engañemos, en las
Pequeñas Comunidades Cristianas -y las Parroquias deberían de ser comunidad de
comunidades- es donde uno puede tener la experiencia de ser sanados de nuestro
pecado avanzando por las sendas de la conversión, siempre con fidelidad al
Magisterio de la Iglesia y de la mano de los sucesores de los Apóstoles.
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