domingo, 12 de abril de 2015

Homilía del SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA, ciclo b, DOMINGO DE LA MISERICORDIA


DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA, ciclo b, 12 de abril de 2014

            La Sagrada Escritura, durante este tiempo pascual, nos muestra los efectos de la resurrección de Cristo en los discípulos. Tal es el cambio radical que operó en los discípulos la fe en la Resurrección que Juan en su primera carta nos anima a los cristianos de todos los tiempos a vivir esta experiencia como ‘un nuevo nacimiento’ que es obra de Dios y nos capacita para ‘vencer al mundo’. Hermanos, se trata de un nuevo nacimiento; nuestro modo de entender la vida,  la labor cotidiana, el trabajo, todo lo que nos va envolviendo durante las cosas que son cotidianas ha quedado desfasado. Todo esto nos ha servido hasta ahora, pero a partir de ahora todo es distinto porque Cristo nos ha abierto las puertas de un horizonte infinito, de vida eterna; puertas que antes, si bien sabíamos que existían no nos lo terminábamos de creer.

            Nuestro mundo no cree en el hecho real de la resurrección de Jesucristo, porque el modo de actuar sigue siendo el mismo de siempre, o sea, más de lo mismo. Ya no nos debería de importar nuestras seguridades; ya no nos debería de importar nuestras posesiones porque sabemos con la certeza que es real, que Cristo Jesús al resucitar de entre los muertos saldrá a nuestro encuentro para que nosotros también resucitemos con Él. Hay cristianos, de esos que tienen su bautismo muerto, que declaran que ‘ellos, alguna vez va a Misa, por si acaso hubiera algo en el más allá’. ¿Para qué va un padre o madre de familia a ‘trasmitir la fe a sus hijos’ si viven muy felices con sus posesiones, con sus amistades, con sus seguridades, es decir que conviven en gran armonía y complicidad con sus propios ídolos? Llega el niño donde su padre y le dice: «Papa, me han puesto la catequesis el mismo día que tengo música», -y como el padre tiene menos discernimiento que el burro de mi antigua la vecina del pueblo,  que no brillaba precisamente por su lucidez le dice: «Vete a música, que cada clase me vale cara y queda mucho tiempo aún para tu Primera Comunión». Y tan fresco se queda el padre creyendo que ha ejercido su autoridad con un esplendor digno de elogio. Realmente un rebuzno de aquel burro es más sabio que las palabras de este señor.

            Cristo Resucitado nos capacita para ‘vencer al mundo’. Sacar adelante una vocación matrimonial, presbiteral, consagrada –no nos engañemos- es bastante duro y muy exigente. Y que el mundo con su mentalidad intenta ganar terreno tanto en nuestras mentes como en nuestros corazones. Aparentemente es lo mejor, lo que más apetece, lo más fácil, lo más atractivo y que nos seduce a primera vista. De tal modo que llegamos a pensar que podemos vivir como nos de la gana y nos olvidamos de nuestra realidad; y nuestra realidad es que somos como una flor campestre, que por la mañana florece y por la noche se pone mustia.

            Nosotros hemos sido consagrados por Cristo; nosotros somos templos del Espíritu del Señor y nuestro destino es ser testigos de la resurrección del Señor. «A vino nuevo, odres nuevos». Si somos testigos es porque ha habido algo que nos ha cambiado por dentro nuestra existencia. Todos estamos experimentando ese ‘nuevo nacimiento’ que no es otra cosa más que redescubrir la riqueza insondable e inabarcable que nos genera nuestro bautismo. Y esa riqueza que brota incesantemente del bautismo nos orienta, nos posiciona para ir viviendo desde las posiciones de ese nuevo nacimiento sobrenatural. Lo curioso es que, como consecuencia de ese nuevo nacimiento, uno se siente denunciado en muchas cosas, ya que comportamientos que uno llevaba a cabo en el pasado se nos revelan como impropios de un cristiano.

            Los Apóstoles gozaron de esa experiencia tan trascendental que supone el ser llamados a una vida que jamás terminará. Cuando uno sabe esto y tiene experiencia de esto se comporta del mismo modo que aquel de aquella parábola del Señor que vendió todo lo que tenía para comprar aquel campo para tener así la joya preciosa. Es ese padre de familia que ama con la integridad de su cuerpo y alma a la esposa, y viceversa, permiten que Cristo esté en medio de su hogar, se esfuerzan en trasmitir su fe a los hijos y con su forma de estar, pensar y comportarse esté haciendo presente a Cristo porque su sola presencia ya evangeliza.

            Todos tenemos que estar a la escucha del Espíritu –afinando mucho los oídos- para poder tener el discernimiento suficiente –a la luz de la Palabra- para ir naciendo a esa vida nueva en Cristo.

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