DOMINGO QUINTO DE CUARESMA,
ciclo a
EZEQUIEL 37, 12-14; SALMO 129; SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 8-11; SAN JUAN 11, 1-45
No hace mucho, una vez concluida la
Eucaristía, entra una señora en la sacristía y me comenta que era la primera
vez, en mucho tiempo, que había escuchado una homilía en la que se hablase de Satanás, del infierno y del pecado. De hecho el
pecado es una constante en nuestro quehacer diario que nos hace perder pasión
en el amor. Todos los que conducimos enseguida nos percatamos cuando el
automóvil no responde como debe al apretar el acelerador o en el cambio de
marchas. Es como si tuviese una fuga por donde se escapase la fuerza al
vehículo y no pudiera rendir como debiera durante la conducción en carretera. No
digamos nada cuando estamos disfrutando de una película en la televisión y se
produce una bajada de la intensidad de la señal quedando la imagen y el sonido
interrumpidos durante unos instantes. Pues esa fuga de potencia en el automóvil
o esa imagen interrumpida en el receptor de la televisión es consecuencia de un
anormal funcionamiento de las cosas. En la vida
cristiana ese anormal funcionamiento de las cosas es el espacio que el pecado ha
triunfado sobre el amor. Ese espacio vaciado del amor nos incapacita a vivir en
plenitud como hijos de Dios y perjudica
a nuestros hermanos al no ofrecerles el mensaje de Cristo encarnado en nuestro
vivir.
En la lectura del profeta Ezequiel se nos habla de unos sepulcros. Los
sepulcros son para los muertos, aunque hay una especie nueva de cristianos: los
'cristianos zombis', es cierto que suena muy raro, pero sí, hay muertos
vivientes espiritualmente hablando. Es que resulta que hay
cristianos que viven habitualmente en estado de condenación. Recordemos
que el pecado envejece el
alma y puede llegar a matarla.
¿Y qué consecuencias tiene tener
el alma envejecida? Por lo pronto el dar igual pecar otra vez sin
hacerse problema, bajar la guardia y visto que se ha pecado una vez pues, ya
estropeado ¡qué más da! Las relaciones familiares se resienten porque, al
costar el hecho de perdonar, pues no se perdona; el abuso de la mentira; la
lujuria hace acto de presencia; la ira y la 'mala leche' se descontrolan. Y un
elenco infinito de cosas que todos conocemos, y muy de cerca, por experiencia. Cuando
el Demonio está tranquilo ante nuestra presencia, mal vamos. Ahora bien, cuando
somos fieles a Cristo y luchamos por crecer en la vida espiritual y a
permanecer en el estado de gracia, estas cosas generan que en Demonio se ponga
muy nervioso, no pare quieto (sea un 'culo inquieto') y se estruje los sesos
para engañarnos.
Dios nos quiere rescatar de nuestros
sepulcros, de nuestros pecados. Lo que nos puede pasar es que la inercia, los
hábitos mal adquiridos, nos inciten e inclinen a volver a pecar. De ahí la
importancia de no descuidar la oración personal y comunitaria para resistir
firmes en la fe. Jesucristo nos dice: «¡Quitad la losa!»; Jesucristo te dice:
Rompe con tu pecado y vente ante mi presencia. Muchas veces somos como ciegos
que se dejan guiar por el perro lazarillo. Gracias a ese animal el ciego puede
llegar felizmente a su destino. El pecado nos ha debilitado mucho el alma, y es
el Espíritu Santo el que, como lazarillo, nos va guiando por el camino recto
por el honor de su nombre. La presencia del pecado nos perjudica perdiendo
intensidad en el amor. Dejemos que Cristo sane esa herida ocasionada por el
pecado para amar con la intensidad que nos debe de caracterizar a todos
aquellos que somos de Jesucristo.
1 comentario:
Veo que tiene un sentido de humor peculiar, eso esta bien.
Le animo a visitar mi blog si quiere, y si quiere escribirme unos mensajes de consejo en mi correo personal también.
Publicar un comentario