HOMILÍA DE LA
VIGILIA DE RESURRECCIÓN 2014
Hoy se nos ha dado un anuncio que
era muy necesario. Dice el ángel a las mujeres: «Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado,
como había dicho». La pura ética no es suficientemente movilizadora para
motivar suficientemente el corazón humano. Mucha gente vive muy agobiada y
herida por sus problemas y el «chaparrón» ético no es lo primero que necesitan.
Le es más necesario recibir un mensaje esperanzador: «Dios te ama y se ocupa de
nosotros sacándonos de nuestras miserias».
Jesucristo está presente y activo en
su comunidad y en el mundo. Su espíritu actúa discreto pero real entre los
bastidores de la historia. Pero atención, el Espíritu de Dios, el mismo
Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos no se conforma con poca
cosa; como buen padre que es sabe cómo exigir a sus hijos y también sabe cómo
premiarles. El mensaje de Jesús no es un barniz, no son ni palabras bonitas ni un
ejercicio de aparentar ante los demás. El mensaje de Jesús es algo que entra
hasta el corazón y nos cambia.
Al principio de los tiempos Dios
creó todo a partir de la nada. De la profunda obscuridad hizo surgir la luz; del
pecado causado por nuestros primeros padres hizo brotar la esperanza de la
salvación; que hizo que de Abrahán surgiera un pueblo tan numeroso como las
estrellas del cielo; que de la esclavitud de Egipto supo conducir a todo un
pueblo hacia la libertad; el mismo que movió a tantos profetas y patriarcas
para alentar al pueblo en la esperanza de un Dios que hace Alianza perpetua; El
mismo que hace nuevas todas las cosas y que derrama sobre nosotros un agua pura
y que nos da un corazón nuevo, ese mismo, se ha propuesto recrearnos.
Dios tiene en su mente el proyecto de recrearnos, de sacar lo más noble, lo
mejor de nosotros mismos.
Jesús al resucitar ha sido capaz de
poder disipar el dolor que genera la muerte y nos proporciona esa serenidad que
la enfermedad se empeña en arrebatárnosla. A partir de este momento, surgen
como de la nada, nuevas razones que nos impulsan a vivir con pasión. Y no
solo vivir con pasión sino que también a no tener miedo porque sabemos que
habrá alguien que, cuando llegue su tiempo, nos sacará de nuestros sepulcros,
nos resucitará. Del mismo modo que en invierno las praderas están amarillentas
y sin vivo colorido, pero tan pronto como la primavera hace acto de presencia
todo se viste con el colorido de las flores y en alegría por el canto de los
pajarillos, así es el gozo, imposible de contener, de saber -con la mente y el
corazón-, que podremos volver a abrazar a todos aquellos que ahora ya no están.
Gozar de la presencia de Dios y poder estar en su dulce compañía es la mayor de
las recompensas que colma de plenitud hasta los corazones más exigentes.
Estamos celebrando la razón
fundamental de nuestra fe. De esta celebración si sacásemos unas gotas de su
esencia podríamos llevar el suave olor de Cristo a todos nuestros hermanos. Hay
mucha gente preocupada y muy herida, pues bien hermanos, nosotros somos los
embajadores de Cristo, llevémosles a Cristo para que así descubran el gozo de
saberse cuidados, queridos y protegidos.
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