Domingo Cuarto
de Cuaresma, ciclo a
PRIMER LIBRO DE SAMUEL 16, 1b. 6-7. 10-13 a;
SALMO 22; SAN PABLO A LOS EFESIOS
5, 8-14; SAN JUAN 9,
1-41
El Papa Francisco, en una de sus
homilías matutinas en Santa Marta nos dice que «para
seguir a Jesús debemos despojarnos de la cultura del bienestar y de la
fascinación de lo provisional». Reconozcamos que estamos domesticados y
ese bienestar nos adormece y no nos deja seguir de cerca a Cristo. El bienestar nos está anestesiando
porque al encontrarnos cómodos y satisfechos nos olvidamos de ir buscando la
auténtica riqueza que es Cristo. Muchos novios e incluso matrimonios piensan en
lo hondo de su corazón 'estaremos juntos hasta que
se acabe el amor', una vez que 'el amor se acabe' cada cual se vaya por
su lado. Y no digamos nada cuando hablando de la paternidad responsable, tanto
él como ella, te dicen: «No, no, más de un hijo no. Porque no podremos ir de
vacaciones, no podremos ir a tal lugar, ni comprar ese coche que queremos ni poder
pagar la hipoteca de la casa», y se quedan tan frescos. Esto es lo que hace la
cultura del bienestar, una cultura que nos destruye, que nos despoja de aquel
valor y coraje para acercarnos a Jesucristo. Todo
sujeto y bien agarrado, pero Dios no cuenta por ningún lado.
Hay
adolescentes y jóvenes que han cogido el hábito de acudir al alcohol para
evadirse de la dura problemática que le envuelve olvidándose de buscar a Aquel
que da la paz. Todo a nuestra medida y todo a nuestro gusto.
Pues bien, hoy Dios nos ofrece una
catequesis sobre cómo nunca debemos
dejarnos llevar por las apariencias, de
cómo no podemos permitirnos estar anestesiados por el bienestar, por lo que
pueda atraernos por parecernos lo más atractivo. Cada cristiano tiene dentro de sí una potente luz que
proporciona una claridad que no es de este mundo: Es la inspiración divina
que va moldeando nuestros corazones. El Señor dice al profeta Samuel «No te fijes en
las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los
hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón».
¡Que importante es tener la luz de
Cristo para poder ver la realidad en su verdadera dimensión! Dense
cuenta de lo que dice San Pablo a los Efesios: «Caminad como hijos de la luz (toda bondad,
justicia y verdad son fruto de la luz), buscando lo que agrada al Señor, sin
tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas».
Sin la luz de la fe estaríamos ciegos. Un bautizado que vive como un pagano está
ciego. Una decena de bautizados que están viviendo como paganos están ciegos;
un millar de bautizados que están viviendo como paganos están ciegos; un millón
de bautizados que están viviendo como paganos están ciegos; el que más de medio
planeta de bautizados que están viviendo como paganos estén ciegos no quiere decir ni que para ser cristiano
hay que estar ciego ni quiere decir que la luz que es Cristo se haya apagado.
Lo que pasa es que estamos muy empecatados, adormecidos, atolondrados y el Demonio
va ocupando un lugar que únicamente le pertenece a Jesucristo. San Agustín,
partiendo de su propia experiencia nos ofrece esta cita o pensamiento donde
afirma que «no hay nada más infeliz que la
felicidad de los que pecan».
La Pascua está cerca y el Señor
quiere comunicarnos toda la alegría de la Resurrección. Acojamos a Cristo
resucitado y dispongámonos a acogerle. «Vete, lávate», nos dice Jesús. Lavémonos en
las aguas purificadoras del sacramento de la Penitencia para encontrar la luz y
la auténtica alegría que brota de Jesucristo.
2 comentarios:
Me ayudan mucho sus homilías. Gracias
Me ayudan mucho sus homilías, gracias.
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