LECTURA DEL LIBRO DEL ÉXODO 12, 1-8.11-14;
SALMO 115; LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 11, 23-26;
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 13, 1-15
Una
auténtica espiritualidad es un valioso potencial para sostener la
identidad, la autonomía y la comunión entre todos aquellos que nos llamamos
cristianos. Es más, aceptar a Dios como real y como Dios supone, asimismo,
esperar pacientemente su discreta y progresiva manifestación. Mas la
manifestación divina no es inmediata, ya que el Señor desea probarnos en la fe,
para constatar si realmente somos dignos de tener su presencia.
«Dadme
muerte, dadme vida:
Dad salud o enfermedad,
Honra o deshonra me dad,
Dadme guerra o paz crecida,
Flaqueza o fuerza cumplida,
Que a todo digo que sí.
¿Qué queréis hacer de mí?
Dad salud o enfermedad,
Honra o deshonra me dad,
Dadme guerra o paz crecida,
Flaqueza o fuerza cumplida,
Que a todo digo que sí.
¿Qué queréis hacer de mí?
Dadme riqueza o
pobreza,
Dad consuelo o desconsuelo,
Dadme alegría o tristeza,
Dadme infierno, o dadme cielo,
Vida dulce, sol sin velo,
Pues del todo me rendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?»
Dad consuelo o desconsuelo,
Dadme alegría o tristeza,
Dadme infierno, o dadme cielo,
Vida dulce, sol sin velo,
Pues del todo me rendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?»
(Santa
Teresa de Jesús, VUESTRA SOY)
Es tiempo de resistir a todas las tentaciones
evasivas. Es tiempo de perseverar,
sin forzar la máquina, en lo que hacemos y tenemos. Es hora de conocerse a sí
mismo al trasluz de la prueba e ir dejando las «defensas» y todas nuestras «elaboradas
escusas» que hasta ahora íbamos poniendo ante Dios. Es tiempo para dejarnos
enternecer ante la Palabra de Dios y de permitir que los escalofríos
atraviesen todo nuestro cuerpo ya que somos muy conscientes de que todo esto
que experimentamos nos trasciende, nos
supera y se nos regala.
Una Palabra fue revelada a Moisés y
a Aarón en tierra de Egipto: «Dios, allá por donde pasa, da vida». En el seno
de la opresión, cuando los hebreos estaban sufriendo la esclavitud en Egipto, se implanta la fiesta de la liberación.
Moisés había adquirido esa complicidad tan necesaria con el Señor, de
tal modo que Dios se había constituido en su autentica pasión de amor.
San Pablo optó por Jesucristo y nos urge a que no perdamos ni un segundo
más en la duda ante esta opción. Ya no seguimos a Cristo como un imperativo
categórico como aquel que acude a una clases o hace unos exámenes en la
universidad para conseguir un título académico, o como aquel que hace algo como
remedio a un mal mayor o fruto de la obligación. Ahora seguimos a Jesucristo porque
ha pasado a
nuestro corazón y aquí ha encontrado «una secreta y dichosa complicidad».
De este modo, hacemos nuestras las palabras del salmista:
«Amo tu
voluntad, Dios mío, llevo tu ley en mis entrañas»
(Sal
40,9)
El gozo nace del afecto. Es tanto el
atractivo que Jesucristo ejerce sobre nosotros que renunciamos a nuestras
propias apetencias por gozar de la dulzura de su compañía en la
Palabra revelada y en la Eucaristía.
Cuando el frágil árbol de nuestra
vida es sacudido por los agresivos vientos de las crisis, del dolor, de los
desengaños, llegan hasta a hacer peligrar las hojas, las ramas y su tronco...
es entonces cuando los motivos para continuar en la entrega interior y en la
dedicación exterior se jerarquizan; y de entre ellos emerge el motivo de los
motivos que nos hace brotar una sonrisa de honda alegría: Dios. La fidelidad a
Dios se convierte, no en una simple norma de nuestra vida, sino en el motivo
que nos sostiene, alimenta y alegra nuestra entrega diaria.
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