sábado, 11 de enero de 2014

Homilía del bautismo del Señor 2014, ciclo a


FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR 2014 , ciclo a

            Hermanos, los animales se mueven por instintos. El instinto hace que el pajarillo busque palitos para hacer su nido o que las hormigas vayan recolectando su comida para aprovisionarse y garantizar la supervivencia o que el orangután coja un palo para alcanzar la fruta de un árbol. Nosotros los cristianos no nos movemos por instintos: Nos movemos por animados por la fuerza del VIENTO de Dios. Un murciélago sin ojos vuela sin tropezar en una habitación cruzada de cables en todas las direcciones. Me pueden preguntar ¿cómo es eso posible?¿cómo se guía? El murciélago no lo sabe, pues no tiene inteligencia ; pero lo sabe Dios que es quien ha hecho al murciélago y le ha dotado de una especie de radar que emite unas ondas ultrasonoras.

            Dios nos ha dotado de su Espíritu Santo para que nos oriente entre las diversas adversidades de la vida; para que en la alegría no le abandonemos y para que en las tristezas constantemente le busquemos, y por cierto, Él se deja encontrar con mucha facilidad. Cuando uno se deja guiar por el Espíritu Santo de Dios es entonces cuando Jesucristo puede entrar en nuestro ser, puede porque se lo permitimos y así lo deseamos con gran intensidad. De ese modo Dios se complace con nosotros.

            Siempre que nos acercamos a Dios, siempre que hacemos el ejercicio de ser accesibles al Espíritu Santo nace un acto comunicativo, brota un encuentro con lo divino en donde nos dejamos influir por Él. Ahora bien como en nuestro cuerpo habita el pecado y hacemos lo que no deseamos -por el pecado original- siempre que el Señor nos rocía con su gracia nuestro cuerpo genera una especie de 'anticuerpos' que rechaza ese elemento externo. Recordemos las palabras que San Pablo remitió a los Romanos: «Cuanto más se multiplicó el pecado, más abundó la gracia» (Rm 5,20) y la gracia nos va a alcanzar y rebosaremos de ella.

            Tal y como nos dice el profeta Isaías, el Señor «no romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente», sino que el Señor nos infunde su amor, nos sostiene de la mano, hace con cada uno una alianza para que seamos sus embajadores ante el mundo y así abrir los ojos de los pecadores y ofrecer la claridad de la vida a aquellos que habitan en las tinieblas y en sombra de muerte. En los Hechos de los Apóstoles nos recuerda cómo Jesús de Nazaret «pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del Demonio, porque Dios estaba con Él».

            A modo de ejemplo. Si nos dejamos animar por la fuerza del Espíritu Santo iremos andando por las sendas de la santidad, y por puesto, viviremos en plenitud. Pero si el pecado reina en nuestra vida, y expulsamos a Dios de ella, nos viene acarrada la muerte óntica, la muerte del ser. Si un monarca concede a una familia un título nobiliario con la condición de que el cabeza de familia no se haga indigno de semejante gracia, ¿quién puede protestar si después de una ingratitud de este cabeza de familia, el monarca retira el título a toda la familia? De ahí la grave importancia de estar siempre abiertos al Espíritu Santo y de ir avanzando, poco a poco y sin cansarnos, por el camino de la conversión. Estamos llamados para vivir la vida de la gracia, por eso hemos sido creados como 'imagen de Dios'.

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