LA EPIFANÍA DEL
SEÑOR 2014, ciclo a
Cuando fuimos bautizados fuimos
ungidos con óleo perfumado, signo de nuestra nueva condición. Fuimos unidos a
Cristo, como los sarmientos también son regados por la sabia de la vid pasando
a través de nosotros su gracia, misericordia, su amor, su sabiduría, en una
palabra, su presencia soberana. Al ser bautizados pasamos a ser reyes
ya que somos hijos de Dios y herederos de la promesa. Y es más, como reyes que
somos no nos sometemos al pecado que nos esclaviza, sino que únicamente
obedecemos y rendimos
toda nuestra existencia ante la presencia de Dios. Habrá penas y
miserias, dolor y sufrimiento y lucharemos para que nada ni nadie nos someta
bajo el yugo de la esclavitud del pecado. Los cristianos no dependemos de las
circunstancias afortunadas o desafortunadas, ni existirán para nosotros
acontecimientos negativos, sino que todo cuanto sucede en el mundo y en propio
transcurso de la vida estará a nuestro servicio y nos beneficiará en el
crecimiento en el amor y en nuestra condición de hijo de Dios. Es cierto que
los infortunios y desazones pueden acarrearnos cicatrices y heridas graves pero
absolutamente todo adquiere plenitud de sentido en Jesucristo. Cuando un
enamorado se encuentra con su amada y sienten que ambas almas laten al unísono
de tal modo que el dolor se afronta con serenidad y la alegría se disfruta con
mayor intensidad llegando a decir ambos que «mi vida sin tí no tendría sentido»
o «sin tí no soy nada» es cuando uno empieza a intuir, al menos, en una
millonésima parte la plenitud de sentido que Cristo te proporciona descubriendo
uno el fundamento del verdadero amor. El profeta Isaías nos está anunciando
precisamente esta buena noticia para saborear el amor verdadero, llenarnos en plenitud de Él,
vivir de ese amor y permanecer sumergidos en ese amor: «¡Levántate,
brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» Cristo hoy se manifiesta ante todo el mundo y
desea mantener un encuentro personal contigo.
Continúa diciendo el profeta Isaías:
«Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora». Y
nosotros caminamos teniendo en cuenta el instante del presente y es en el
presente cuando nosotros doblamos no solo nuestras rodillas sino también toda
nuestro ser ante Aquel que hoy se manifiesta ante todos los pueblos. Aquellos Magos
de oriente dejaron todas sus ocupaciones y se pusieron en camino, cada cual con
sus intenciones y motivaciones. Nosotros también estamos en camino. Algunos
saben algunas «cosas de oídas de Jesucristo», cree pero con una fe que se
reduce a aceptar distintos elementos culturales, doctrinales, institucionales y
de tradición: Es un cristiano de inercia, que no ha realizado ninguna opción
por Cristo. Sin embargo Cristo quiere que tu fe sea una fe personal, en donde
se escuche personalmente el testimonio de la Presencia del Espíritu Santo en tu
interior y que genere en tu existencia un aceptar que esa Presencia sea la que
genere un movimiento de confianza absoluto en Cristo.
Nosotros le hemos sentido y sentimos
su Presencia en medio de nosotros porque esta vivo y Resucitado. Esos Magos de
oriente realmente no sabían lo que estaban buscando mas cuando encontraron al
Niño recostado al lado de su Madre entendieron que todo el tiempo que ellos
habían estado lejos de Él ha sido, irremediablemente, tiempo perdido. Esa
experiencia religiosa fue para ellos el principio y fundamento de un nuevo modo
de ser, de estar, de pensar y de amar.
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