domingo, 10 de febrero de 2013

Homilía del Miércoles de Ceniza 2013, ciclo c


MIÉRCOLES DE CENIZA 2013, ciclo c
            Jesucristo es nuestro sol; el que calienta e ilumina nuestra existencia. Es Él el que nos nutre para que podamos crecer. Yo no me fío de una persona por lo que dice ser, sino por lo que me ha demostrado ser. Yo me fío totalmente de Jesucristo porque ha resucitado y me ha dado múltiples muestras de que está vivo demostrándome que me ama cuando yo, como un desagradecido e ingrato, le he dado mil y una vez la espalda. ¿No tienen ustedes ese pesar y ese dolor del corazón por haber dado alguna vez la espalda a Dios?

            Muchas veces nuestra fe está muy debilitada y cuestionada por la falta de formación y de ejercicio y por las abundantes influencias que tienden a apagar, las ascuas de la incipiente confianza en Cristo. Los cristianos estamos sometidos a la presión del laicismo -que es esa hostilidad contra la religión-, y encontramos serias dificultades para mantener las convicciones de fe, para manifestarla y vivirla en los ambientes seculares de la vida profesional y social. Por eso es importantísimo hacer una apuesta decidida por Cristo y estar bien aferrados a Él.

Aún hay una gran muchedumbre que se considera cristiana, que siguen creyendo en Dios y en Jesucristo, que son en su mayoría practicantes ocasionales –de vez en cuando,  uno asiste a una primera comunión, a un funeral o a una boda…-, y no mantienen una relación clara ni frecuente con la Iglesia. Muchos de ellos tienen lagunas muy graves en su fe y en sus criterios morales, y en la práctica no viven de acuerdo con la fe cristiana. Todos ellos, por supuesto están bautizados, y probablemente recibiesen en su infancia y adolescencia alguna instrucción cristiana, pero ahora viven fuera de la influencia de la Iglesia, no acuden a la Eucaristía dominical, ni reciben los demás sacramentos, no comparten las normas morales de la Iglesia, no esperan la Vida Eterna. Pues a todos estos, Jesucristo les llama. Nuestro Señor Jesucristo desea tenerles muy cerca de Él. Recordemos las palabras del Señor: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan» (Lc 5,31-32).

            Y hermanos, no sé ustedes, pero yo estoy en la fila de los enfermos y en la de los pecadores. Y estoy deseando que Cristo que es el médico de las almas y de los cuerpos sane mi interior; que sane el interior de todos los corazones de los presentes, así como de todos los ausentes. Yo me fío totalmente de Jesucristo porque Él me ha dado un sinfín de razones para creer en su persona y a su vez Él me exige, -y nos exige-, obediencia y lealtad.

            Hacemos mucho mal a la comunidad cristiana y a nosotros mismos si vivimos de la fachada, de las apariencias diciendo que somos seguidores del Señor pero nuestro comportamiento no es de un cristiano. Hace poco pintaron unas paredes de una habitación de la casa donde yo resido: Quedaron perfectas. Mas no tardó en ahuecarse la pintura por culpa de la humedad que rezumaba la pared. Cada dos por tres tenía que ir con la escoba para barrer del suelo toda la pintura desprendida. ¿No creen ustedes que primero se debería haber saneado la pared antes de pintar? Aparentemente ante la gente podemos aparentar una imagen saludable, pero como no estemos saneados de la humedad del pecado, a la más mínima esa imagen saludable que se intenta mantener se convierte en desagradable y hostil al no gozar de esa experiencia cristiana que le ofrece a uno consistencia por dentro.

            ¿Entienden ahora ustedes por qué Jesucristo nos insiste tanto en que nos convirtamos?. Pues pongámonos manos a la obra, no nos desanimemos y confiemos en su infinita misericordia. Así sea.

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