viernes, 8 de febrero de 2013

Homilía de un funeral en Cevico de la Torre (Palencia)



CLAUDINO ATIENZA DE LAS MORAS , (homilía de funeral)

            Claudino, ya estás siendo conducido a la Casa del Padre. Y nos hemos reunido como cristianos para decirte no ‘un adios’, sino un ‘hasta luego’. Y te decimos ese ‘hasta luego’ porque todos los presentes, los cuales te queremos y apreciamos, tenemos la profunda esperanza de volvernos a encontrar contigo y con todos los que nos han precedido yendo antes a la Casa del Padre Eterno.

            Ojala la muerte no existiera. Ojala no tuviésemos que sentir este dolor agudo ocasionado por esta separación. Sin embargo del mismo modo que la mujer cuando ‘da a luz’ a una nueva criatura sufre por el momento de dolor por el parto y al poco tiempo ese dolor se torna en felicidad por haber traído al mundo una nueva vida; así nos sucede cuando lloramos ante tu partida, amigo Claudino, tu cuerpo reposará acompañado de nuestras lágrimas pero mencionada tristeza se tornará en gozo profundo cuando de nuevo te podamos abrazar con fuerza en la morada donde residen los justos contemplando el rostro luminoso de Dios.

            Hermano Claudino, tengo que reconocer lo ciego que suelo andar por la vida. Aunque con toda seguridad lo que digo para mí es aplicado para todos los cristianos. Cuando uno se encuentra con salud, con vitalidad, con juventud uno cree que puede ‘comerse el mundo’, porque uno experimenta que todo lo va a poder y al creerse autosuficiente puede correr el riesgo de dejar de lado cosas o personas que son muy importantes, entre ellos a Jesucristo. De hecho si hacemos esto estamos dentro de la dinámica de un engaño, de un espejismo… ya que pensamos, erróneamente, que nosotros mismos nos valemos. Y miren ustedes que Jesucristo constantemente nos está diciendo «que edifiquemos nuestra vida sobre roca» y que pongamos el corazón en las cosas de allá arriba donde está el autentico tesoro… y muchas veces, apenas le hacemos caso al Señor. Sin nosotros desearlo hace acto de presencia en nuestra vida la enfermedad y constatamos la crudeza de sentirnos totalmente limitados, dependientes de los demás, sin capacidad de movernos y desenvolvernos con nuestras propias fuerzas. De necesitar de los otros para todo. ¡Cuántos enfados inútiles hemos generado!, ¡cuántos comentarios tan poco afortunados han salido de nuestros labios!, ¡cuántas tonterías hemos llevado a cabo!. Y uno se para y con dolor en su corazón reconoce: ¡Señor, gracias por no haberme abandonado!

            Claudino, me comentaba tu familia que has estado cuarenta días en el hospital. Cuarenta es la cifra que estuvo el pueblo hebreo peregrinando por el desierto hacia la tierra prometida guiados por Moisés. Todos los presentes suplicamos a Dios que ya estés, tú también, en la tierra de promisión y allá en la Gloria a todos nos esperes. ¡Dale, Señor el descanso eterno y brille para él la luz eterna! Que su alma y las almas de todos los fieles difuntos descansen en paz. Así sea.

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