CLAUDINO ATIENZA DE LAS MORAS , (homilía de funeral)
Claudino, ya estás siendo conducido
a la Casa del
Padre. Y nos hemos reunido como cristianos para decirte no ‘un adios’, sino un
‘hasta luego’. Y te decimos ese ‘hasta luego’ porque todos los presentes, los
cuales te queremos y apreciamos, tenemos la profunda esperanza de volvernos a
encontrar contigo y con todos los que nos han precedido yendo antes a la Casa del Padre Eterno.
Ojala la muerte no existiera. Ojala
no tuviésemos que sentir este dolor agudo ocasionado por esta separación. Sin
embargo del mismo modo que la mujer cuando ‘da a luz’ a una nueva criatura sufre
por el momento de dolor por el parto y al poco tiempo ese dolor se torna en
felicidad por haber traído al mundo una nueva vida; así nos sucede cuando
lloramos ante tu partida, amigo Claudino, tu cuerpo reposará acompañado de
nuestras lágrimas pero mencionada tristeza se tornará en gozo profundo cuando
de nuevo te podamos abrazar con fuerza en la morada donde residen los justos
contemplando el rostro luminoso de Dios.
Hermano Claudino, tengo que
reconocer lo ciego que suelo andar por la vida. Aunque con toda seguridad lo
que digo para mí es aplicado para todos los cristianos. Cuando uno se encuentra
con salud, con vitalidad, con juventud uno cree que puede ‘comerse el mundo’,
porque uno experimenta que todo lo va a poder y al creerse autosuficiente puede
correr el riesgo de dejar de lado cosas o personas que son muy importantes,
entre ellos a Jesucristo. De hecho si hacemos esto estamos dentro de la
dinámica de un engaño, de un espejismo… ya que pensamos, erróneamente, que
nosotros mismos nos valemos. Y miren ustedes que Jesucristo constantemente nos
está diciendo «que edifiquemos nuestra vida sobre roca» y que pongamos el
corazón en las cosas de allá arriba donde está el autentico tesoro… y muchas
veces, apenas le hacemos caso al Señor. Sin nosotros desearlo hace acto de
presencia en nuestra vida la enfermedad y constatamos la crudeza de sentirnos
totalmente limitados, dependientes de los demás, sin capacidad de movernos y
desenvolvernos con nuestras propias fuerzas. De necesitar de los otros para
todo. ¡Cuántos enfados inútiles hemos generado!, ¡cuántos comentarios tan poco
afortunados han salido de nuestros labios!, ¡cuántas tonterías hemos llevado a
cabo!. Y uno se para y con dolor en su corazón reconoce: ¡Señor, gracias por no
haberme abandonado!
Claudino, me comentaba tu familia
que has estado cuarenta días en el hospital. Cuarenta es la cifra que estuvo el
pueblo hebreo peregrinando por el desierto hacia la tierra prometida guiados
por Moisés. Todos los presentes suplicamos a Dios que ya estés, tú también, en
la tierra de promisión y allá en la
Gloria a todos nos esperes. ¡Dale, Señor el descanso eterno y
brille para él la luz eterna! Que su alma y las almas de todos los fieles
difuntos descansen en paz. Así sea.
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