DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c; ISAÍAS
6, 1-2a.3-8; SALMO 137;
PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 15,
1-11; SEGÚN SAN LUCAS 5, 1-11
La principal preocupación que tiene la Iglesia y en concreto la
parroquia es que cada uno de ustedes se
encuentre con Dios. Dicho con otras palabras: que reconozcan a título
personal la soberanía y la bondad de Dios. Lo que en verdad se pretende es que
cada uno reciba ese regalo que aporta tan cantidad de riqueza que eleva nuestra humanidad y nuestra vida
personal. Es fundamental que reconozcamos que la vida humana fracasa si
no contamos con Dios, con su presencia, con su misericordia, con su gracia y
sus promesas de vida eterna. Y cuando uno se ha ido dando cuenta de las grandes
ventajas que supone el contar con Dios; cuando uno empieza ‘a abrir los ojos’ y
reconoce lo que Dios le está aportando será cuando realmente descubra el gran
regalo de ser cristiano y de pertenecer a la Iglesia. Si una persona no cree en Dios o
no está dispuesto a ser coherente con la persona de Jesucristo es inútil que
queramos convencerles de los valores de la Iglesia, ya que se quedarán con los trapos
sucios, y con las imágenes caricaturescas que bien se encargan de difundir los
medios de comunicación laicistas y descarados.
Nosotros
somos discípulos de Jesucristo. Y cuando uno empieza a caer en la cuenta
del hecho de que Él es el único Maestro y que yo soy su discípulo las cosas se
complican, pero para bien. Es entonces cuando uno se pone ‘colorado’, aparece
el sonrojo en el rostro porque empezamos
a reconocer que nuestra vida cristiana y las lechugas tienen algo en común: el color verde. ¡Que estamos muy verdes en el seguimiento
del Maestro! Esto fue lo que le pasó al profeta Isaías. Isaías al empezar a
entrar en contacto con las cosas divinas se fue percatando de su montaña
personal de impureza y se siente indigno de recibir los dones divinos. Isaías
se puso ‘colorado’ porque al encontrarse ante la presencia de Dios se sentía
totalmente indigno. Sin embargo Dios desea contar con él para que anuncie el
mensaje divino. El contacto con todo lo que es sagrado hace que el corazón se
incline hacia lo que es santo.
San Pablo reconoce cómo el encuentro
personal con Cristo resucitado le trastocó totalmente su existencia dándole un
sentido que elevaba más allá de lo que él mismo podía haber soñado. Del mismo
modo que le sucedió a Isaías, el propio Pablo en ese encuentro con Jesucristo
siente cómo es sanado interiormente y el gozo se hace presente en su
existencia. Es como si uno tuviese una ventana en su dormitorio con unas vistas
preciosas y una claridad envidiable; y de repente alguien levantase un muro de
hormigón a medio metro de la ventana dejándote la habitación a oscuras aunque
el sol estuviese en lo más alto de su esplendor. Ese muro levantado de hormigón
es el pecado que impide que los rayos solares de la gracia de Dios entren en la
persona. Pues el encuentro personal con
Cristo resucitado ayuda a reconocer la existencia de ese muro, porque todos lo
tenemos, otra cosa es que nos hayamos percatado de su existencia. Y lo mejor de
todo esto es que cuando uno reconoce que tiene ese muro desea derribarlo porque
no desea verse privado, ni un segundo más, de la compañía de Dios en su vida. Simón
Pedro es otro ejemplo precioso de cómo cuando uno conoce a Cristo y reconoce
que Cristo sana amando intensamente, uno se rinde sin condiciones porque desea
dar gracias a Dios de todo corazón con sus pensamientos, obras y palabras.
Jesucristo quiere salir a tu encuentro; no te ocultes ante su presencia. Así
sea.
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