DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA, ciclo c GÉNESIS
15, 5-12.17-18; SALMO 26;
SAN PABLO A LOS FILIPENSES 3, 17-4, 1; SAN
LUCAS 9, 28b-36
La primera lectura, tomada del libro
del Génesis nos encontramos a Abrahán, acostado porque era de noche, dentro de
su tienda de piel de animales. En esta escena relajada, de comodidad y
acurrucado se presenta Dios ante la presencia de Abrahán. Abrahán abre su
corazón y se desahoga ante el Señor contándole todo aquello que le genera
angustia. Podemos pensar que Abrahán ya era muy mayor y que el hecho de que
Dios estuviese manteniendo una conversación con él fuera ‘una pérdida de
tiempo’, un tiempo miserablemente invertido por Dios. Sin embargo la
presencia divina
se plasmaba como si fuese un abrazo tierno y Abrahán sintiese el gozo de
sentirse querido por el Señor. Es que resulta que Dios trata a los hombres con
gran delicadeza y respeto; nunca ‘nos trata
como basura’ como desgraciadamente hacemos nosotros con todos aquellos a los
que deseamos minusvalorar.
Dios saca de la tienda de campaña a
Abrahán para que contemple las estrellas del firmamento. Dios saca de la rutina a este anciano
para hacer con él una alianza fundada en el amor. Podemos pensar ¿qué
sentido tiene que el Todopoderoso haga una promesa a un anciano que peina canas
y es sufridor de constantes ataques por la edad avanzada? Pues si Dios se
preocupa hasta de aquellos que ya cuentan poco para la sociedad es porque
todos, grandes y pequeños, somos sujetos
de su preocupación misericordiosa.
Cada uno de nosotros podemos ser ese
Abrahán. Estamos cómodos, relajados y acurrucados en nuestras cosas llegando a
creer que las expectativas que uno puede tener, aunque sean muy bajas, uno las
ha podido satisfacer. Uno puede estar casado, tener unos hijos y un empleo y
sentir que se ha cumplido las aspiraciones. El tiempo trascurre, el amor se
enfría y las aspiraciones ya empiezan ‘a saber a poco’. Es entonces cuando Dios
te saca afuera de tu particular tienda con el ánimo de crear en ti algo
totalmente nuevo, recrearte la existencia. Dios sacó
del polvo al hombre; Dios sacó de su interior al Espíritu y confirió el alma al
hombre. Nosotros si queremos sacar harina del trigo debemos de trabajar el
campo, que se siga todo el proceso de crecimiento de la semilla y cuando la
espiga ya está en su sazón ser recolectada, almacenada, y por fin, ser molida
para poder sacar la harina. Muchos cristianos piensan que eso de ser cristiano
‘sabe a poco’, y realmente jamás se han planteado nada como cristianos o
bien porque no saben que en este campo se pueden plantear desafíos y horizontes
o bien porque consideran que bautizándose, y realizando una serie de ritos ya
quedan más que satisfecho todas las aspiraciones posibles que uno puede
alcanzar como cristiano.
Y resulta que llega San Pablo y en su epístola a los
filipenses les escribe: «Seguid mi
ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros».
Es decir, San Pablo nos dice con claridad que fijándonos en su ejemplo nos
demos cuenta la importante tarea que tenemos que desempeñar ‘para poner al día
nuestra fe’ en aquellas cosas que hacemos de modo cotidiano y cómo se abre ante
nosotros un nuevo horizonte en asuntos que considerábamos cerrados y nos
habíamos resignados a vivirlos de ese modo.
Si escuchamos a Jesucristo –tal y
como nos invita en el Evangelio- iremos
descubriendo la cantidad de tiempo que hemos perdido no creciendo en nuestra fe
y cómo a partir de ahora todos los aspectos de nuestra vida no quieren quedar
fuera de esa alianza de Dios que recrea toda la vida. Así sea.
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