DOMINGO
PRIMERO DE CUARESMA, CICLO C DEUTERONOMIO 26, 4-10; SALMO 90; SAN PABLO
A LOS ROMANOS 10, 8-13; SAN LUCAS 4, 1-13
Hermanos, tengo que reconocer que
cuando me he encontrado con esta Palabra me
he quedado pálido. Sí me he quedado pálido; pálido porque uno empieza a
ser consciente, a darse cuenta que está
siendo víctima de las maquinaciones del diablo. Uno es víctima del
engaño de Satanás. Realmente da coraje reconocer hasta qué punto uno puede
estar tan engañados por él; que nos hace
pensar como él quiere que pensemos. Es más, nos llega a vender su
producto como lo bueno, como lo mejor, como lo excelente para nosotros. Goza de
un nivel de manipulación tan perfecto que lo que es perjudicial y dañino para
nosotros lo colorea tan bien, lo
maquilla con tanta sutileza que nos lo vende ‘como lo mejor de lo mejor’
y caemos engañados en su trampa creyendo –para mayor de los colmos-, que
estamos haciendo lo correcto. Me da coraje porque nos está manipulando, porque
se está riendo de nosotros a la cara. Nos está conquistando de tal manera que
no nos damos cuenta. Ha conseguido
anestesiar gran parte de nuestras conciencias para que él pueda ‘andar a
sus anchas’.
Nos tiene de tal manera controlados
–sin darnos nosotros ni cuenta- que pensamos que somos nosotros quienes tenemos
el timón de nuestra vida y resulta que es él. Por eso cuando escuchamos la Palabra de Dios le incomoda porque
desenmascaramos su mentira y manifestamos que deseamos dar pasos en el
amor hacia Dios. Y eso a él les escuece… ¡una exageración de escozor!
Ahora bien, como la Palabra de Dios
le desenmascara, él huye de la Palabra de Dios. Cada vez que nosotros entramos
en contacto con la Palabra de Dios y dejamos que nuestra alma se empape expulsamos
al maligno, porque el maligno no soporta la Palabra divina. La Palabra de Dios NOS purifica internamente.
La fe en Cristo entra por la
predicación, es decir, por el oído. ¡Shemá Israel!¡Escucha Israel!. Pero para
escuchar a Dios es preciso prepararse. La purificación previa es muy necesaria
para poder acoger la Palabra divina. Jesucristo nos enseña, con su ejemplo
estando en el desierto, el modo de cómo disponernos para recibir la Palabra del
mismo Dios.
El diablo tiene el atrevimiento de
tentar a Jesucristo en el desierto. El diablo le dice: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan». Jesucristo
está débil a causa del hambre y el diablo desea aprovechar esta ocasión. Hermanos,
nosotros cuando nos encontramos con salud, tenemos todo lo que necesitamos y
más aún, cuando el pan es abundante y la comida está asegurada, podemos llegar
a pensar que nosotros podemos dominar todo, sentirnos satisfechos e incluso ‘mirar
por encima del hombro a los demás’ con las críticas, los comentarios hirientes,
las murmuraciones y calumnias, e ignorar a Dios olvidando la asistencia
dominical a la eucaristía, no acudiendo al sacramento de la reconciliación,
abandonando la vida de oración,… dejándonos enfriar en la vida cristiana. El diablo nos engaña haciéndonos creer que
nosotros somos los señores de nuestra vida y con ella hacemos lo que nos de en
gana.
En la segunda
tentación el diablo le dice: «Te daré el poder y la gloria de todo eso,
porque a mi me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas
delante de mí, todo será tuyo». Aquí
el diablo ‘se frota las manos’ porque conoce nuestros puntos débiles ya que
rendimos culto a muchas cosas; es la
idolatría. Hemos apegado el corazón y los afectos a ese coche, al
dinero, a aquella mujer o aquel hombre, a mi teléfono móvil, a la comodidad y
que nadie me incomode, a mi serie de televisión, a mis caprichos personales, a
mi pereza y dejadez, en mi falta de diligencia para hacer las cosas…nos ponemos
de rodillas ante nuestros ídolos. ¿Y donde queda Dios?
En la tercera tentación el diablo pone a
Jesucristo en el alero del Templo, en el lugar más alto y cuando todos los
rabinos y judíos estaban rezando y le dice: «Si
eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los
ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus manos,
para que tu pie no tropiece con las piedras" ». Aquí, con nosotros, el diablo se siente a
sus anchas y nos engaña con gran facilidad. Nos dice, que quieres ser rico,
pues no pasa nada, tú roba tranquilamente. Que te apetece ser feliz disfrutando
con el mal ajeno, pues hazlo y verás la satisfacción que te da ver cómo los
otros sufren. Que quieres ‘trepar’ sobre tus compañeros para conseguir un
puesto de trabajo en tu empresa con una retribución económica mejor, pues
tranquilo, ‘haz la pelota a tu jefe’, despelleja a tus compañeros, desprestigia
el trabajo de los demás y aplasta a todos aquellos que te molesten. Que quieres
eso o aquella cosa, ¡no te cortes, cógelo!, ya que eso te va a hacer muy feliz.
El diablo de engaña: Mira, tú no tienes
ningún tipo de límite, disfruta, goza, no mires las consecuencias, que
cada cual se apañe como quiera. Si quieres algo pídemelo…no importa el modo
cómo lo adquieras, lo importante es que lo tengas para ti. Y como tontos,
caemos todos con la misma facilidad que caen las moscas atrapadas en un frasco
de miel.
¿Ahora entienden ustedes porque me había
quedado pálido?¿les ha pasado a ustedes lo mismo?¿también se han quedado
pálidos? La Palabra de Dios es la
herramienta que desenmascara la mentira del diablo para hacernos vivir
en la luz que irradia la persona de Jesucristo. Señor, ayúdanos a vivir en la
verdad «y no nos dejes caer en la tentación». Así sea.
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