viernes, 14 de diciembre de 2012

Homilía del tercer domingo de adviento, ciclo c



DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO, CICLO C
            La espiritualidad del Adviento es la espiritualidad de toda la vida, que consiste en prepararse para el encuentro. La Iglesia, que es madre y maestra, pretende poner al rojo vivo los corazones, los deseos, disponer para un encuentro con Jesucristo. Es Dios mismo quien baja del Cielo para hacerse hombre y así salir a tu encuentro, es más, te viene a buscar. Otra cosa es que nosotros estemos preparados, otra cosa es que nos hayamos enterado. Es que quizá, tal vez, no hayamos conseguido las disposiciones interiores necesarias para captar el timbre de su voz, el sentido de las palabras de Jesucristo, la trascendencia del momento que se aproxima. Pueda ser que creamos que no estamos heridos por el pecado o que nuestra alma no sufre de lepra espiritual.  Yo no sé ustedes, pero yo sí que necesito de cuidados, de salvación y de purificación espiritual.
            ¿Ustedes no han oído alguna vez esa famosa expresión de ‘yo no tengo pecados porque no mato, ni robo ni me acuesto con malas mujeres’? Y lo curioso es que ‘se quedan tan frescos’ convencidos que tendrán una fiesta de bienvenida por todo lo alto en el cielo tan pronto como mueran.  Estas personas son como adobes y espiritualmente asilvestrados. ¿Dónde queda la finura en el trato con el Señor? ¿Dónde queda la exigencia espiritual? ¿Dónde queda la lucha contra el pecado? ¿En qué lugar hemos dejado arrinconado a Jesucristo? Manifestar que uno no tiene pecado es un acto de soberbia ya que se cierra a la misericordia de Dios y no siente la necesidad de acudir al médico de las almas para que las heridas sean cicatrizadas. Es que resulta que yo y tú y él,….todos nosotros hemos sido rescatados por Dios y constantemente nosotros debemos ser asistidos por la gracia venida desde lo Alto. La Palabra de Dios ha de ser guardada en nuestros corazones y recordada en nuestras mentes y pronunciada por nuestros labios. Reconocido el pecado podemos avanzar hacia Cristo Jesús. Acogida la Palabra Revelada permitimos que la luz de Dios alumbre nuestros pasos.
            Les voy a poner un breve ejemplo: Cuando el fuego se acerca al leño, en primer lugar lo ilumina, lo alumbra y lo aviva. Esta fase es cuando uno descubre que Alguien, que es Dios, está presente de modo misterioso en la oración y en los sacramentos… por lo menos uno lo va intuyendo. Si el fuego se aproxima más al leño, en un primer momento los efectos son aparentemente inversos: en contacto con la llama, el leño comienza a oscurecer, a despedir humo, a oler mal y a desprender brea y otras sustancias desagradables. Es decir, cuando uno en su vida espiritual, a la luz de la Palabra revelada, esforzándose por la permanencia en el estado de gracia y fortalecido por los sacramentos, sobre todo el de la confesión, va experimentando su propia miseria, pecado y absoluta impureza. Es una etapa dura pero necesaria. Mas si ese leño está en contacto directo y prolongado con esa llama, con ese fuego, terminará siendo trasformado en fuego. Es cuando el alma, en contacto con el fuego divino se purifica, se abrasa en su totalidad y se ve fortalecida en la caridad, ese es el fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra.
            Nos hemos encontrado en el Evangelio que una serie de personas se acercan a Jesús para preguntarle eso de « ¿qué hacemos?»  «¿qué hacemos nosotros?». Estas personas piensan que seguir a Jesucristo consiste en hacer cosas, en asistir al culto, en cumplir con lo mandado… y es que resulta que seguir a Cristo es dejarse quemar espiritualmente en su presencia, tal y como le sucede al leño y una vez que uno esté abrasado en ese amor….dejarnos conducir por lo que nos indica las palabras del Apóstol San Pablo: «Que la paz de Dios custodie vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». 

1 comentario:

Anónimo dijo...

mi experiencia es que dentro de mi vida de dolor solo Cristo me puede consolar y el esta en la cruz... puedo cojerla o tirarla... o puedo abrazarla y sufrir todavia mas por su peso... las palabras pueden ser muy bonitas cuando estamos felices pero es en los momentos duros cuando tenemos que decir: valio la pena imitar a Cristo, es decir subir a la cruz sin quejarse e incluso dando gracias pues si Dios lo permite es xq quiere enseñarme algo.
yo doy gracias por las cruces aunque duelan!!!