jueves, 6 de diciembre de 2012

Homilía del segundo domingo de Adviento, ciclo C



DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO, CICLO C                                                  (9 de diciembre 2012)
            Hermanos, estamos ahora en la Iglesia porque necesitamos ser evangelizados, porque sentimos la necesidad de escuchar lo que Dios quiere decirnos. Es Dios quien tiene la iniciativa para salvarte; «Él es quien nos arrancó del poder de las tinieblas, y quien nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, de quien nos viene la liberación y el perdón de los pecados», bien claro nos lo hace saber el Apóstol Pablo (1 Cor 13-14).
            La visión cristiana de la vida valora ante todo la conversión del corazón, la completa docilidad a la gracia y la iniciativa de Dios. Necesitamos ser evangelizados. Tenemos que estar seguros de que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, los mayores y también los jóvenes de ahora, están hechos para Dios, pueden y necesitan escuchar el Evangelio de Jesucristo, llevan dentro la capacidad y la necesidad de Dios, están siendo trabajados por el Espíritu Santo, van a tener sus momentos de gracia, y necesitan la ayuda de sus hermanos para recibir el Evangelio de Jesús en el cual está el secreto de su vida, de su felicidad y de su salvación. El secreto de su vida, de su felicidad y de su salvación no está en el dinero, ni en las litronas, ni cubatas, ni en la droga, ni tampoco en las diversiones hasta altas horas de la madrugada, ni tampoco el estar con una chica o un chico de cualquier modo indecente. Tampoco está el secreto ni en las infidelidades conyugales ni en el intentar sobresalir para aparentar lo que uno no es en realidad. El secreto de su vida, de su felicidad y de su salvación tiene un nombre: JESUCRISTO. El salmo 125 claramente nos lo hace saber: «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres».
            San Pablo quiere que aquellos que amamos al Señor seamos colaboradores en la obra del Evangelio. Es que resulta que la fe cristiana influye en nuestra manera de ver el mundo, en la idea que tenemos de nosotros mismos y de nuestra existencia en el mundo, en el modo de situarnos y desenvolvernos en la realidad, en nuestras relaciones con las cosas, y sobre todo con las personas con las que realmente convivimos día a día. ¿La fe influye en todo esto?, ¡pues claro que influye! Y san Pablo nos comenta «que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús». Que esto de la fe no nace del propio cuerpo ni de nuestra mente, sino que se nos da de lo alto, para ser santos como Dios es santo. Como dice el libro de Baruc para despojarnos del vestido de luto y aflicción que es el pecado corrosivo y vestirnos de las galas perpetuas de la gloria de Dios que es la vida de gracia.
            De la fe nacen unos modelos de comportamiento especialmente arraigados y firmes, la valoración y el respeto por los demás como hijos de Dios, una manera bien definida de entender y realizar el matrimonio y la vida familiar, el modo de interpretar y de vivir los momentos decisivos de la salud y la enfermedad, del nacimiento y de la muerte.
            Cuando Juan el Bautista nos está gritando en el desierto «preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale», nos está exhortando Juan el Bautista a que sintamos la urgente necesidad de ser evangelizados para que todas nuestros pensamientos y acciones tengan como fundamento y como fin al mismo Dios.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vale sí, estaremos en la Iglesia en su momento, pero...¿a cuanta gente se la pasa por la cabeza que asistimos para evangelizarnos? Muchos irán por obligación, otros porque ven que hacen bien en ir (aunque por dentro lo ven como algo innecesario). Finalmente se encuentra el tesoro, el pequeño grupo de gente que asiste a la Eucaristía sabiendo lo que hace, ofreciendo su corazón a Cristo.
Puede que estemos hechos para Dios, pero somos tan ignorantes que no percibimos el amor, por lo que es difícil mostrar nuestro propio afecto hacia Él.
Mire, yo soy joven y he visto los ejemplos que utiliza como medios para buscar la felicidad. Por desgracia he de indicarle que son certeros. Ver que toda la felicidad nos es dada por Dios nos cuesta admitirlo a muchos. Yo ni bebo, ni fumo…etc, no practico esas cosas de las que usted habla, veo la felicidad cuando estoy con mi familia, amigos…por eso quiero intentar dar ese paso y descubrir lo que Dios me ofrece en su Palabra.
Una persona me dijo que confiara plenamente en Cristo, que siempre hará lo más conveniente para mí. De esta forma lo intentaré. Esa persona también me enseñó de lo que usted habla, que la fe cambia todo. La forma de hablar, de actuar, de entender cosas (como por ejemplo el noviazgo)…todo cambia cuando hablo con él, y espero que también tenga yo el valor de hacerlo cuando esté con toda la gente de mi alrededor.
Espero fortalecer mi fe y lograr a alcanzar esa felicidad, la verdadera.