SANTA MARÍA MADRE DE DIOS, 1 de enero de
2013
En estos días de Navidad, cuando las
calles están engalanadas de lucecitas de colores, el Nacimiento está
representado en la plaza mayor de nuestras ciudades, los comercios abiertos
hasta tarde para atender a los clientes y el ambiente festivo acompañado con
los villancicos…hay personas que tiradas por el suelo, mendigan. Muchas son las
familias que jamás creyeron verse en la necesidad de llamar a las puertas de
Cáritas para poder ofrecer un plato de alubias a sus hijos. Todo lo que tenían
lo han perdido y la suerte se ha tornado en desgracia. Y oirán los buenos
deseos que nos damos los unos a los otros cuando nos deseamos el feliz año.
Realmente cuando la angustia se ha apoderado del corazón el sufrimiento impide
afrontar las jornadas con valentía. Y no nos olvidemos de todas aquellas
familias que durante el año pasado han estado sufriendo en sus carnes la
enfermedad de un ser querido, las noches largas de hospital, la despedida de la
persona amada con la firme seguridad de recuperarla en la otra vida. Tampoco
olvidemos la tensión acumulada por el miedo a ser despedido del puesto de
trabajo ni aquellos que han engrosado las filas del paro. Y en medio de todo
este barullo donde el pesimismo parece ser lo reinante brota una bendición: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su
rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la
paz». Dios nos responde con su bendición.
Para afrontar este nuevo año
contamos con la gracia de Dios y el poder de Cristo resucitado. Nadie sabe lo
que este año nos va a aguardar solo sabemos que tenemos garantizado una cosa:
Que somos muy importantes para Dios. Sin embargo nosotros, con pena lo digo, no
damos la importancia necesaria a Dios. Necesitamos que vuelva a ser normal que
los cristianos dediquen el domingo a celebrar y alimentar su fe. Los presentes
echamos de menos a los que están ausentes en la asamblea litúrgica, ya que su
presencia es un valioso regalo del que nos vemos privados. Necesitamos que las
familias cristianas sean hogar de amor y de vida. Necesitamos que los tiempos
litúrgicos marquen realmente nuestra vida, que las comunidades cristianas sean
centros de acogimiento y de ayuda para todos; que los unos recemos por los
otros y nadie quede privado de esa oración; es decir, que los cristianos seamos
capaces de irradiar a los demás el amor que previamente hemos recibido de lo
alto: de este modo nos constituiremos en bendición para los demás.
Si creemos en la soberanía de Dios y
en el señorío de Jesucristo y de que estamos necesitamos de su divina presencia
todos nosotros estamos llamados a reorientar todos y cada uno de los aspectos y
facetas de nuestra vida hacia Él. Los pastores se fiaron totalmente del anuncio
del ángel y fueron corriendo al encuentro de ese Niño que estaba acostado en el
pesebre. Ya va siendo hora de entender que ser cristiano y manifestarse
públicamente como cristiano, defendiendo los valores cristianos no es ser un
autoritario, ni un tirano ni una amenaza. No tenemos que estar acomplejados de
creer lo que creemos y de defender lo que defendemos. Si reavivamos la fe de
los corazones y nos renovamos espiritualmente en Cristo iremos, poco a poco
ejerciendo esa influencia enriquecedora que nace del encuentro con el Señor y
que es fuente de bendición para todos aquellos que la quieran acoger. ¡Que el
Señor nos bendiga y nos proteja!
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