domingo, 30 de diciembre de 2012

Homilía del domingo de Santa María Madre de Dios, 1 de enero de 2013



SANTA MARÍA MADRE DE DIOS, 1 de enero de 2013
            En estos días de Navidad, cuando las calles están engalanadas de lucecitas de colores, el Nacimiento está representado en la plaza mayor de nuestras ciudades, los comercios abiertos hasta tarde para atender a los clientes y el ambiente festivo acompañado con los villancicos…hay personas que tiradas por el suelo, mendigan. Muchas son las familias que jamás creyeron verse en la necesidad de llamar a las puertas de Cáritas para poder ofrecer un plato de alubias a sus hijos. Todo lo que tenían lo han perdido y la suerte se ha tornado en desgracia. Y oirán los buenos deseos que nos damos los unos a los otros cuando nos deseamos el feliz año. Realmente cuando la angustia se ha apoderado del corazón el sufrimiento impide afrontar las jornadas con valentía. Y no nos olvidemos de todas aquellas familias que durante el año pasado han estado sufriendo en sus carnes la enfermedad de un ser querido, las noches largas de hospital, la despedida de la persona amada con la firme seguridad de recuperarla en la otra vida. Tampoco olvidemos la tensión acumulada por el miedo a ser despedido del puesto de trabajo ni aquellos que han engrosado las filas del paro. Y en medio de todo este barullo donde el pesimismo parece ser lo reinante brota una bendición: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz». Dios nos responde con su bendición.
            Para afrontar este nuevo año contamos con la gracia de Dios y el poder de Cristo resucitado. Nadie sabe lo que este año nos va a aguardar solo sabemos que tenemos garantizado una cosa: Que somos muy importantes para Dios. Sin embargo nosotros, con pena lo digo, no damos la importancia necesaria a Dios. Necesitamos que vuelva a ser normal que los cristianos dediquen el domingo a celebrar y alimentar su fe. Los presentes echamos de menos a los que están ausentes en la asamblea litúrgica, ya que su presencia es un valioso regalo del que nos vemos privados. Necesitamos que las familias cristianas sean hogar de amor y de vida. Necesitamos que los tiempos litúrgicos marquen realmente nuestra vida, que las comunidades cristianas sean centros de acogimiento y de ayuda para todos; que los unos recemos por los otros y nadie quede privado de esa oración; es decir, que los cristianos seamos capaces de irradiar a los demás el amor que previamente hemos recibido de lo alto: de este modo nos constituiremos en bendición para los demás.
            Si creemos en la soberanía de Dios y en el señorío de Jesucristo y de que estamos necesitamos de su divina presencia todos nosotros estamos llamados a reorientar todos y cada uno de los aspectos y facetas de nuestra vida hacia Él. Los pastores se fiaron totalmente del anuncio del ángel y fueron corriendo al encuentro de ese Niño que estaba acostado en el pesebre. Ya va siendo hora de entender que ser cristiano y manifestarse públicamente como cristiano, defendiendo los valores cristianos no es ser un autoritario, ni un tirano ni una amenaza. No tenemos que estar acomplejados de creer lo que creemos y de defender lo que defendemos. Si reavivamos la fe de los corazones y nos renovamos espiritualmente en Cristo iremos, poco a poco ejerciendo esa influencia enriquecedora que nace del encuentro con el Señor y que es fuente de bendición para todos aquellos que la quieran acoger. ¡Que el Señor nos bendiga y nos proteja!

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