CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO C
En nuestro pueblo hay muchos valores
cristianos y muchas personas que viven fervorosamente su fe. Y yo como
presbítero, doy gracias a Dios por ello. Sin embargo, no estamos todos los que
somos. Hay hermanos nuestros, jóvenes y adultos para los que la fe en
Jesucristo cada vez significa menos. Personas, con comportamientos muy diversos
que viven alejados de cualquier referencia religiosa, sin contar con Dios en su
vida y sin tener en cuenta la promesa de la vida eterna. Esto es un motivo muy
serio de grave preocupación.
La gente siente, piensa y vive de otra manera. Es como si el influjo
de lo religioso no influyese. El modo de cómo los creyentes expresaban su fe en
el pasado ahora ya no cuadra, no encaja, no es atrayente ni convincente a los
cristianos jóvenes o de mediana edad de ahora. La religión no aparece como algo
importante para la vida real. Permítanme esta comparación: La vida de fe que
cada uno podamos tener se asemeja a las vigas de madera de las casas. Una viga
sana, bien cuidada es garantía de sujeción. Mas si esa viga está poblada de
termitas que han ido quedando hueco su interior, llegará un momento y no
tardando, que la ruina de esa casa se haga bien patente. Son muchas las veces
que he tenido que escuchar la tan famosa como desafortunada sentencia que dice:
«La Misa y
el pimiento son de poco alimento». Sucede que la fe se debilita, y como consecuencia esa fe en Cristo ya no se tiene
en cuenta ni en las decisiones, ni en las convicciones ni en la manera de vivir. Dicho
con otras palabras: volvemos a arrinconar a Jesucristo tal y como hicieron hace
más de dos mil años en Belén cuando tuvo que nacer a las afueras del pueblo
arrinconado en aquel pobre y mal oliente pesebre porque no había sitio para Él
en la posada. Ahora entienden ustedes como debemos hacer nuestra esa súplica honda
del salmista cuando clama: «OH DIOS, RESTÁURANOS, QUE BRILLE TU ROSTRO Y NOS
SALVE».
Si existiese algún escáner o
resonancia magnética que nos permitiese adentrarnos en la profundidad de
nuestra espiritualidad y poder comprobar el estado real de nuestro interior más
profundo nos percataríamos de que estamos dislocados, espiritualmente
descoyuntados. Por una parte creemos en Dios y en Jesucristo, queremos vivir en
conformidad con esta fe; pero por otra parte vivimos dentro de una cultura
donde Dios está siendo borrado de la escena social. Todos nos damos cuenta cómo
se está imponiendo nuevas formas de pensar, muchas de ellas ajenas a nuestra
fe. A pesar de todo esto, Dios se sigue haciendo presente en aquellos que le
quieran acoger.
Si se han dado cuenta, hoy Santa
María y Santa Isabel, ambas agraciadas por el don del Espíritu Santo muestran
entre ellas una sintonía total. Se manifiesta una relación tan fortalecida que
va más allá de los lazos de la carne y de la sangre. Es fuerza del Señor la que
se está manifestando de un modo poderoso entre estas dos santas mujeres. Es
Cristo Jesús quien las está uniendo en un lazo espiritual. Aquella época tenía
sus dificultades y estaban sometidos a otras particulares tiranías ideológicas,
sociales o de comportamientos, tal y como hoy también nos sucede. También había
mucha gente que sentía, pensaba y vivía de otra manera al margen de Dios, no
dejándose influir por lo religioso; sin embargo nunca podrán acallar la voz de
Jesucristo porque estaremos nosotros siempre expectantes a escucharla. Así sea.
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