sábado, 22 de diciembre de 2012

Homilía del cuarto domingo de adviento, ciclo c



CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO C

            En nuestro pueblo hay muchos valores cristianos y muchas personas que viven fervorosamente su fe. Y yo como presbítero, doy gracias a Dios por ello. Sin embargo, no estamos todos los que somos. Hay hermanos nuestros, jóvenes y adultos para los que la fe en Jesucristo cada vez significa menos. Personas, con comportamientos muy diversos que viven alejados de cualquier referencia religiosa, sin contar con Dios en su vida y sin tener en cuenta la promesa de la vida eterna. Esto es un motivo muy serio de grave preocupación.
            La gente siente, piensa y vive de otra manera. Es como si el influjo de lo religioso no influyese. El modo de cómo los creyentes expresaban su fe en el pasado ahora ya no cuadra, no encaja, no es atrayente ni convincente a los cristianos jóvenes o de mediana edad de ahora. La religión no aparece como algo importante para la vida real. Permítanme esta comparación: La vida de fe que cada uno podamos tener se asemeja a las vigas de madera de las casas. Una viga sana, bien cuidada es garantía de sujeción. Mas si esa viga está poblada de termitas que han ido quedando hueco su interior, llegará un momento y no tardando, que la ruina de esa casa se haga bien patente. Son muchas las veces que he tenido que escuchar la tan famosa como desafortunada sentencia que dice: «La Misa y el pimiento son de poco alimento». Sucede que la fe se debilita, y como consecuencia esa fe en Cristo ya no se tiene en cuenta ni en las decisiones, ni en las convicciones ni en la manera de vivir. Dicho con otras palabras: volvemos a arrinconar a Jesucristo tal y como hicieron hace más de dos mil años en Belén cuando tuvo que nacer a las afueras del pueblo arrinconado en aquel pobre y mal oliente pesebre porque no había sitio para Él en la posada. Ahora entienden ustedes como debemos hacer nuestra esa súplica honda del salmista cuando clama: «OH DIOS, RESTÁURANOS, QUE BRILLE TU ROSTRO Y NOS SALVE».
            Si existiese algún escáner o resonancia magnética que nos permitiese adentrarnos en la profundidad de nuestra espiritualidad y poder comprobar el estado real de nuestro interior más profundo nos percataríamos de que estamos dislocados, espiritualmente descoyuntados. Por una parte creemos en Dios y en Jesucristo, queremos vivir en conformidad con esta fe; pero por otra parte vivimos dentro de una cultura donde Dios está siendo borrado de la escena social. Todos nos damos cuenta cómo se está imponiendo nuevas formas de pensar, muchas de ellas ajenas a nuestra fe. A pesar de todo esto, Dios se sigue haciendo presente en aquellos que le quieran acoger.  
            Si se han dado cuenta, hoy Santa María y Santa Isabel, ambas agraciadas por el don del Espíritu Santo muestran entre ellas una sintonía total. Se manifiesta una relación tan fortalecida que va más allá de los lazos de la carne y de la sangre. Es fuerza del Señor la que se está manifestando de un modo poderoso entre estas dos santas mujeres. Es Cristo Jesús quien las está uniendo en un lazo espiritual. Aquella época tenía sus dificultades y estaban sometidos a otras particulares tiranías ideológicas, sociales o de comportamientos, tal y como hoy también nos sucede. También había mucha gente que sentía, pensaba y vivía de otra manera al margen de Dios, no dejándose influir por lo religioso; sin embargo nunca podrán acallar la voz de Jesucristo porque estaremos nosotros siempre expectantes a escucharla. Así sea.

No hay comentarios: