Jesucristo,
Rey del Universo, 2012
Hay un salmo precioso, el salmo 125 que da gracias a
Dios así: «El Señor ha hecho grandes
cosas por nosotros, y estamos alegres». Reconocemos con gozo todo lo que
Dios hace por nosotros. Andábamos como ovejas descarriadas, sin pastor. Antes
al no conocer a Jesucristo todo carecía de sentido, andábamos errantes de un
lugar para otro, haciendo aquello y lo de más allá sin más recompensa que lo
inmediato que dura menos que el estruendo de un petardo. Sin Jesucristo la
desazón y en sin sentido se hacía patente. Le echábamos de menos aún sin
conocerle.
Y sin que nosotros lo mereciésemos, salió a nuestra
búsqueda, primero llevó sobre sus hombros a una, luego a la siguiente y así
hasta acabar cargando sobre sus hombros a todos. Tal vez no se acuerden cuando
Jesucristo, el Buen Pastor, cargó con cada uno de ustedes para conducirles como ciudadanos de un pueblo
santo: Fue el día de tu Bautismo.
Salió a nuestro encuentro y nos hizo un gran regalo:
Nos entregó una nueva nacionalidad, el
ser ciudadanos de un pueblo santo. Estábamos muy dispersos,
desorientados y perdidos y Él nos congregó para ser santos como Él es santo. Nos
consagró como pueblo de su propiedad y como ciudadano de esa nación santa podemos dirigirnos a Dios, alzar la mirada
a lo alto y conversar con el Todopoderoso, siendo
toda nuestra vida un constante diálogo de alabanza.
Del mismo modo que una bombilla para lucir precisa de
la energía eléctrica, también nosotros, miembros de esa nación consagrada necesitamos alimentarnos de la Palabra de Dios y calentarnos
espiritualmente ante la
presencia del Señor. Son muchas las cosas y
circunstancias que no solo nos enfrían espiritualmente, sino que nos congelan. Y
al tener la vida espiritual fría nos tendemos otra vez a dispersar, desorientar
y perder. Por eso estamos llamados a profundizar en nuestra comunicación con
Dios. No solo para mantener un diálogo breve y de cortesía, sino para dejarnos
insuflar de su Palabra, que nuestra alma sea como un globo inflado por la
fuerza del Espíritu, siendo el Espíritu quien nos guíe, nos dé fuerza y
acompañe.
Y como ciudadanos de este pueblo santo nos congregamos
para escuchar lo que Dios nos dice y reconocemos la dignidad y autoridad de
Jesucristo. De tal modo que toda nuestra vida es un constante culto de alabanza
a Dios. Y nuestro culto de alabanza a Dios llega a su culmen cuando en el marco
de la liturgia de la Eucaristía
dominical entregamos nuestra vida como ofrenda al Señor que por nosotros murió
y que también resucitó.
Como miembros de este pueblo santo que podemos
dirigirnos a Dios con el nombre de padre, tenemos un sinfín de razones para
estar alegres, y lo estamos porque Dios ha hecho grandes cosas por nosotros.
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