DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO,
ciclo b 11 de noviembre de 2012
¿Ustedes entienden lo que ha hecho
la viuda del Evangelio? Resulta que no tiene nada que llevarse a la boca y echa en el cestillo del templo todo lo que
tiene y además tendrá a su cargo algunos hijos que dependan de ella. ¿Ustedes
seguirían su ejemplo? Seguro que la mayoría de los presentes pueden estar
pensando: ¡Qué mujer más imprudente! ¡A quien se le ocurre hacer eso! ¡Que
estaría pensando esta mujer para dar todo lo que tiene y luego tener que pasar
hambre! Realmente nosotros lejos de alabar su gesto de generosidad estaríamos
condenándola por insensata. Además, nosotros que poseemos dinero, tenemos la
experiencia de dar ‘a regaña dientes’, por lo que nos resulta aún más complicado
entender la acción de esta pobre viuda del Evangelio.
Ahora viene la segunda de las
preguntas: ¿A quién entrega esos dos reales esta pobre viuda? La viuda lo
entrega en el cestillo de las ofrendas del Templo. Es decir, todo lo que tiene esTa viuda se lo entrega a
Dios. Y nosotros podríamos decir que eso no es justo. Que Dios tiene
todo, además el Templo de Jerusalén ya disfruta de por sí muchas riquezas y
joyas de gran valor. Dicho con toda la claridad: podríamos enumerar un sinfín
de razones para que la pobre viuda no diese mencionada limosna. Sin embargo lo
da.
Nos hemos creado una opinión, más o
menos desafortunada, de esta pobre viuda a partir de un simple hecho: echar en
el cestillo todo lo que ella disponía. Y realmente nuestra mirada no iría mucho
más allá porque nos movemos en lo meramente superficial. Sin embargo Jesucristo pone a esta mujer como modelo de conducta para sus discípulos.
Es más, Jesús les llama y alaba públicamente a esa mujer. El Maestro que sabe
lo que se esconde en el corazón de las personas conoce que la vida de esa viuda
es una constante ofrenda a Dios. Ese
simple gesto generoso de los dos reales es
uno más de los tantos realizados por
esta pobre mujer. Pobre mujer a los ojos de los hombres pero grande ante
la presencia del Todopoderoso. Si nuestra vida fuese una constante ofrenda
generosa a Dios estaríamos construyendo una comunidad cristiana fundada en el
amor. El bien que cada cual hiciera
repercutiría a favor de los demás. Podríamos experimentar una auténtica primavera espiritual en nuestra
parroquia. Todos y cada uno, y aquí no se salva nadie, somos totalmente
responsables de estar sufriendo un invierno espiritual o una primavera
espiritual en nuestra comunidad cristiana. Esta
pobre mujer realiza un esfuerzo casi titánico, para conseguir esa primavera
espiritual tan deseada. ¿Siguen ustedes creyendo que esa mujer era
imprudente e insensata?
Pues si por imprudente e insensato se entiende poner
nuestra existencia en las manos de Dios, dándole todo y no reservándonos nada,
para que pueda rebrotar una primavera espiritual en la Iglesia,… pues entonces que
me apunten en la lista de los imprudentes e insensatos.
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