SATURNINO, 14 de noviembre de 2012
Saturnino, amigo y hermano, Dios te
ha llamado ante su presencia. Todos tendremos que ir desfilando y hoy te ha
tocado a ti. Esta residencia te echará mucho de menos, ya que han sido cuarenta
y cinco años los vividos entre estas paredes y de convivencia. ¿Te acuerdas
Saturnino cuando estabas de portero estando las monjas? ¿y de los recados que
hacías y con los que te entretenías sintiéndote útil para los demás? Y la vida
trascurre con mucha agilidad y las fuerzas que van faltando nos recuerda que la
muerte se aproxima y que tenemos que presentarnos ante la audiencia de Aquel
que nos llamó a la existencia.
Cuando uno se hace mayor añora los
tiempos trascurridos en los cuales uno tenía la libertad y autonomía para
creerse capaces de todo. Pero Saturnino, el tiempo no perdona. Somos como las
hojas de los árboles en otoño, nos tornamos en amarillentas y caemos muertas al
suelo para estar a merced del viento.
Nadie ha velado tu cuerpo esta
noche. Tú última noche la has pasado en una cámara frigorífica del hospital. Ayer
no he podido rezarte un responso ante tu cuerpo sin vida. Pero hermano, ya
sabrás, porque de estas cosas los que estáis fallecidos lo sabéis, aplicamos
ayer una misa por tu eterno descanso. No teníamos ninguna obligación para
hacerlo, pero de nuestro interior surgió el deseo de hacerte este regalo.
Saturnino, amigo y hermano, los que
tenemos que dar cristiana sepultura a nuestros feligreses y seres queridos
debemos de tener el corazón más elevado hacia Dios para retomar la esperanza
cuando se debilita ante la realidad de la muerte. Uno puede estar solo en esta
vida, pero hay algo que nunca nadie nos podrá arrebatar: El amor de Dios.
Saturnino, hay gente que les gusta
pasar por esta vida haciéndose notar y amparándose en la apariencia desean
destacar entre el resto, ya sea por ocupar un cargo, ya sea por las herencias
que uno posea o por el mero hecho de hacerse el importante. Pero cuando uno no
tiene ni donde caerse muerto se siente afortunado porque Dios les cuida con
especial solicitud. Saturnino, te tengo que confesar una cosa. El día de Todos
los Santos, cuando uno entra en el campo santo y uno observa el colorido de las
flores en los panteones y ante las cruces yo estuve clavando mi mirada en
aquellos lugares donde nadie había colocado ni una flor. Y recé de un modo más
intenso por esos difuntos olvidados por los hombres, pero no por Dios.
Saturnino, hermano y amigo, no
temas, Cristo se encamina hacia tu presencia. Y cuando estés con el Señor dile
que los que estamos por aquí abajo somos pecadores pero que le queremos y
moriríamos, si fuera preciso, por anunciarle a Él.
Dale, Señor el descanso eterno. Y
brille para él la luz perpetua.
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