DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO
B
Nuestra sociedad y el propio
contexto donde nos solemos mover está sufriendo una grave decadencia moral,
religiosa y espiritual. El bajo índice de confesiones, las numerosas ausencias
de cristianos en nuestras Eucaristías dominicales y la poca implicación en la
vida parroquial son algunos de los barómetros que lo evidencian. No quiero
decir que aquella persona que se confiese, asista a la Eucaristía y que
participe en las actividades parroquiales sea mejor que los otros; lo que sí
digo es que por lo menos se está
ejercitando para mejorar en su vida cristiana, es decir, se esfuerza para
que Cristo lleve el timón de su existencia.
Toda esta relajación espiritual conduce
al arrinconamiento de Dios. El
nombre de Dios pocas veces es adorado y todo lo divino va desapareciendo de la
escena familiar y social. Llega un momento en el que el ‘apartado fe’ es
considerado como un elemento innecesario del
que se puede prescindir sin crear el más mínimo problema. Prescindir de
Dios es la gran equivocación que comenten algunos. Dios es para la vida de
nuestra familia como la columna vertebral en el ser humano. Si extirpamos la
columna vertebral a una persona nos podemos olvidar de andar quedando nuestro
movimiento extremadamente limitado. Hay personas que en nombre de una forma de
pensar o por prejuicios acumulados en el pasado se cierran de antemano a la
novedad que viene a ofrecerles Jesucristo. Hay otras que, aún sin cerrarse,
asisten a la Eucaristía
pero no han descubierto lo que Cristo les pide a título personal porque no han
adquirido esa actitud de escucha. Toda esta relajación espiritual se puede
asemejar a las densas nieblas invernales que nos impiden tener campo de visión.
¿Y saben ustedes quienes son los más perjudicados de la existencia de esta
densa niebla espiritual?: los jóvenes y los niños.
Todos necesitamos tener un modelo de
referencia. Y nosotros tenemos no ‘un modelo’ sino tenemos ‘al modelo’:
JESUCRISTO. Para muchos el nombre de Jesucristo es una palabra como muy grande,
como que se quiere decir muchas cosas, pero se termina descubriendo que, aun
siendo una palabra muy grandilocuente, está hueco, no sabemos como llenarlo de
sentido. De hecho nos sucede que hay palabras muy rimbombantes pero que no
tenemos ni idea del contenido de mencionados términos. Y aquí está el problema:
convivir con el nombre de una persona que se llama Jesucristo sin esa
curiosidad para encontrarse con Él. Estamos haciendo un flaco favor a nuestros
jóvenes y a nuestros niños al no hacer apostolado del Señor simplemente porque nos hemos conformado con memorizar
las cuatro formulaciones del Credo o con aquellas oraciones aprendidas de
pequeños y recitadas con gran agilidad.
Por eso entiendo el deseo que tiene
Moisés. Moisés se alegra de que el Espíritu se reparta entre aquellos que le
acojan. Ojalá que todos tuviesen la capacidad de acoger a Dios en sus vidas y
fueran testimonios de vida para los hermanos. Por eso Jesucristo desea que el
amor de Dios, que es un amor que transforma y regenera la existencia, llegue a
cuantos más mejor.
Es fácil de entender la gran
necesidad que tenemos todos de ponernos a punto en nuestra vida de fe para
ayudar a los jóvenes y niños a descubrir la importancia de Jesucristo y no ser
escándalo con nuestra tibieza espiritual.
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