sábado, 1 de septiembre de 2012

Homilía del domingo XXII del tiempo ordinario, ciclo b

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b

Hermanos, todos nosotros formamos parte de la gran familia de los hijos de Dios. Es decir que nuestras particulares raíces, que los fundamentos de nuestra existencia están entroncados en Dios. Si en Dios tenemos puesta nuestra esperanza y nos vamos alimentando con los sacramentos y familiarizando con su presencia todo nuestro ser gira hacia Él, va en su búsqueda y en Dios recobra la paz el corazón del hombre.

La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con Él. Y cuando uno «está con Él», cuando uno ‘comparte todas las jornadas al lado de Jesucristo’ va poco a poco adquiriendo esa sabiduría de lo sobrenatural. Va comprendiendo las razones por las que uno cree. Un adolescente o un joven que se ha confirmado simplemente por pasar un trámite social no se ha enterado absolutamente de nada. ¿Por qué?, porque ser cristiano no es como formar parte de un club deportivo o ser socio de una prestigiosa asociación. Ser cristiano no es algo que únicamente tiña o coloree nuestra vida, no cambia únicamente de aspecto; sino que se asemeja al gusano de seda cuando se transforma en mariposa. Se experimenta una total metamorfosis.

Y nuestra alma experimenta esta metamorfosis como consecuencia de la exposición directa y continuada a la gracia divina. Moisés exhortaba al pueblo israelita que escuchara a Dios, que se dejasen de pamplinas, que se centraran en lo esencial, que afinasen sus oídos y que mantuviesen el corazón ardiente para Dios. Solamente así la fe que profesamos en el Credo la podremos personalizar, interiorizar, asumir, que forme parte de nuestro particular A.D.N.

Y al lado de Jesucristo que es nuestro único Maestro nos va mostrando la sabiduría que lleva impregnada en todos los consejos y orientaciones de nuestra madre la Iglesia. Cuando un cristiano sigue a Cristo y sabe que en la Iglesia va a encontrarse con Cristo hace todo lo posible para serle fiel.

El apóstol Santiago en su carta nos lo escribe con gran claridad diciéndonos que la Palabra de Dios no nos limitemos con escucharla, sino que la llevemos a la práctica; que la aceptemos, que la acojamos, para irnos así entroncando más en Dios y adentrándonos en una dinámica de vida que es dinamizada desde lo más alto del Cielo.

¿Y como podremos saber si realmente estamos adquiriendo esa sabiduría de lo sobrenatural?¿cómo poder evaluar si estamos en ese proceso de metamorfosis del alma?¿qué consecuencias positivas nos pueden orientar para conocer si estamos en búsqueda de Dios? Pues muy sencillo: tan pronto como sintamos la necesidad de confesarnos, tan pronto como acudamos a la eucaristía con el corazón receptivo, tan pronto como meditemos la Palabra de Dios, tan pronto como vayamos a la Iglesia para encontrarnos con el Señor y demos pasos reales para mejorar la caridad fraterna. Si hacemos eso no duden ustedes que vamos acertados porque el Espíritu del Señor va obrando en nosotros. Así sea.

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