sábado, 15 de septiembre de 2012

Homilía del domingo XXIV del tiempo ordinario,ciclo b

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

«Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante; porque inclina su oído hacia mí, el día que lo invoco» así es como comienza el salmo 114. Dense cuenta ustedes de la belleza de este texto y del bagaje de experiencia que contiene en si. El salmista declara abiertamente que ‘ama a Dios’, que ‘Dios es alguien sumamente importante en su vida’, y continúa dando dos de las razones de porque ama a Dios: « Porque escucha mi voz suplicante; porque inclina su oído hacia mí, el día que lo invoco». El salmista ha descubierto algo que aun estando desde siempre ahí, antes no se había ni percatado y ahora lo ha destapado. Es como ese terreno que uno ha heredado de sus antepasados y de repente, por pura casualidad, aparecen restos valiosos de otras civilizaciones o una veta de minerales preciosos.

Dios desde el principio ha estado acompañando al salmista (y cuando digo salmista incluyo a todos los aquí presentes). El mismo Dios ha sido testigo privilegiado de nuestro recorrido existencial, sin embargo nosotros ni nos habíamos percatado de su divina presencia. Es entonces y solo entonces cuando ha experimentado la ternura de sentirse escuchado cuando todo empieza a adquirir un sentido diferente, novedoso y descubre que lo trascendente, lo del ‘mas allá’ ha estado siempre acompañándonos en el ‘más acá’.

Y el salmo 114 prosigue de este modo bellísimo: «Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia» y ahora prosigue con una súplica que brota con el nudo en la garganta: «Señor, salva mi vida». ¡Cuántas veces todos hemos tenido la experiencia de que las circunstancias, los problemas, los sufrimientos y quebraderos de cabeza nos estaban quitando la paz del corazón!. Y no solamente nos estuviera quitando esa paz, sino que encima nos adentramos en una espiral de pesimismo, de tristeza porque caemos en la cuenta y constatamos de nuestras importantes limitaciones personales. Y es en este momento cuando uno se percata de si tiene amigos o no. Cuando todo va bien aparecen amigos ‘hasta por debajo de las piedras’, pero cuando el infortunio ‘aparece en escena’ ‘desaparecen del mapa’ muchas personas. Dios a veces permite el infortunio para que ese momento de tristeza sea transformado en un momento de gracia y de encuentro personal y amoroso con Él.

Y continúa el salmo con estas palabras llenas de realismo: «El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas me salvó». El salmista nos dice abiertamente que ha tenido una experiencia de Dios y que esa experiencia es algo que ha fundado una relación nueva; ha sido el germen de un nuevo modo de entender su vida; es una luz que le permite entender la realidad contando con el Todopoderoso. Se puede decir, sin el más mínimo resquicio de duda que Dios ha fundado algo nuevo y grandioso en esta persona y eso es un motivo de un eterno agradecimiento al Creador de todo. Y la respuesta más evidente ante el don que se le ha entregado es: «Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida».

Y cuando uno camina en presencia del Señor todo adquiere una nueva densidad, y se percata que lo trascendente, lo del ‘más allá’ se hace presente en el ‘más acá’. Que la fe me ofrece una sabiduría especial para reconocer la presencia de Dios en el quehacer cotidiano.

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