DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO
B
Me acuerdo, en mis tiempos de
seminarista del seminario menor, que tenía un formador que nos solía decir que
las personas ‘siempre tendemos a la horizontalidad’, o sea, a relajarnos, a
‘bajar la guardia’, ‘a dormirnos en los laureles’. Por la noche en la capilla,
cuando nos recogíamos todos los del curso para dar las buenas noches a
Jesucristo presente en el sagrario, siempre en el marco del examen de
conciencia, nos refrescaba la reflexión que nos había dado a primera hora de la
mañana y nos comentaba que el esfuerzo, el sacrificio y la renuncia eran como
las tres cuerdas de una guitarra que bien afinadas ofrecían un sonido agradable
para los oídos de Dios. Y lo cierto es que cuando uno se esforzaba, se
sacrificaba y renunciaba era capaz de valorar lo que se tenía y de reconocer la
necesidad que uno tenía de Dios. Y hermanos, aquí está lo fundamental:
‘Reconocer la necesidad que uno tiene de Dios’.
Y es que resulta que este Dios que
es Padre se nos ha revelado en su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Y
Jesucristo no es, como muchos nos han hecho pensar, un amiguete o un colega. ¡Jesucristo
es Señor de vivos y muertos!; y es Rey y tiene como cometido reinar en nuestra
vida. Por supuesto que respeta nuestra libertad, pero también nos evidencia,
nos denuncia las heridas abiertas causadas por nuestro pecado. Como médico que
es desea sanarlas pero para eso es necesario que la persona ordene su
existencia según Dios.
Cuando ‘bajamos la guardia’ en la
vida espiritual, cuando ‘nos relajamos’ en nuestro trato de lealtad con
Jesucristo todo se derrumba, nos vamos hundiendo, poco a poco, en el fango de
tierras movedizas. Enseguida aparece en escena el desorden, las envidias y
rivalidades, porque ya no buscamos a la luz que es Cristo, sino que se va
anhelando otras motivaciones que desdicen de la dignidad del cristiano. El
apóstol Santiago nos dice que no podemos pedir cosas o ir corriendo detrás de
pretensiones para dar satisfacción a nuestras pasiones. Los cristianos no estamos
llamados a ser gusanos que nos arrastramos por la tierra detrás de tal o cual
pretensión para tener más, poder más o figurar más. Estamos llamados a ser como
ángeles que revoloteen alrededor de Dios, ya que ¡Él es nuestro único tesoro! Sin
embargo hay personas, muchas de ellas muy normales, que esto no lo ven ni lo
quieren entender. Desean seguir moviéndose con las reglas de funcionamiento del
mundo; prefieren balancearse en la mediocridad porque se sienten cómodas o
incluso algo importantes en ese micro mundo en el que se desenvuelven. Es
entonces cuando las guerras y las contiendas aparecen en escena y se arde en
envidia. El Apóstol Santiago es muy claro al señalarnos que «la sabiduría que viene de arriba ante todo
es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de
misericordia y buenas obras, constante, sincera». Dicho con otras palabras:
Un cristiano se va fraguando en la escuela del esfuerzo, el sacrificio y la
renuncia sabiendo que todo lo hace por amor y que dicho amor le va elevando
poco a poco en el conocimiento sublime al ir descubriendo a la persona de
Jesucristo, el cual no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida
por cada uno de los presentes.
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