sábado, 19 de marzo de 2011

Segundo Domingo de Cuaresma, ciclo a

El segundo domingo de Cuaresma, 20 de marzo de 2011

Seguro que todos ustedes han tenido la experiencia de atravesar por momentos tristes, en los que cuesta mucho levantar el estado de ánimo. Y cuando uno está adentrado en estos nubarrones de pesimismo y de desánimo se agradece que una persona se te acerque para inyectarte una dosis de alegría, de aliento. Es como si la tormenta remitiese durante unos instantes para darnos una tregua.

Parece que uno no tiene fuerzas para afrontar las tareas del día ni tiene valentía para encarar los problemas que se plantean. Sin embargo Jesucristo, no sabemos cómo, de una manera misteriosa, se acerca a cada uno de nosotros y nos habla. Puede ser que no le reconozcamos, sin embargo, tal y como les sucedió a los Discípulos de Emaús nos arderá en serenidad el corazón. Es como si, en mitad de esa congoja que pudiéramos tener, sintiésemos el alivio que nos permite ‘respirar a pleno pulmón’. Hermanos, esa experiencia fue la que tuvo Jesucristo en aquella montaña alta de la transfiguración. Jesús sabía que siendo fiel a Dios Padre iba a terminar siendo aquel ‘cordero llevado al matadero o aquella oveja ante el esquilador’ de la que había profetizado Isaías. Fue esa experiencia de encuentro con Dios Padre la que ‘le inyectó’ ese ánimo para seguir adelante sabiendo que terminaría cosido a una cruz y, posteriormente, resucitando en el tercer día.

Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo han pensado desde antes de la creación del mundo en ti y en mí. Es más, existimos porque previamente hemos sido pensados y amados por Él. Entre las palmas de sus manos nos sostiene y su aliento nos permite afrontar la vida con ánimos frescos y renovados. Pero no sólo eso, sino que también, al conocernos mejor que nosotros mismos, nos ha dado una vocación, una tarea, un servicio, nos ha llamado para una misión. Unos para ser sacerdotes, otros para fundar un hogar cristiano, otros para la vida consagrada… y cuando Dios llama a uno se le ensancha el corazón de gozo porque alguien tan sumamente importante como Dios, ha pensado en nosotros. Pero no solo eso, sino que también tenemos una promesa: «Sabed que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» nos dijo el Señor. El mismo que nos ha otorgado una vocación, será el que nos dará la gracia para llevarla a cabo.

Y así como unas pilas recargables tienen que estar en el cargador correspondiente enchufado en la corriente eléctrica para que puedan ser usadas, del mismo modo nosotros debemos tener el corazón ardiente y la plegaria en los labios para recargar nuestra vida espiritual ante el Sagrario y así poder experimentar la misma sensación de alivio que tuvo Jesucristo en el monte de la transfiguración. Así sea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola amigos comentaristas blogueros, me gusta esa exortación a la unión con Jesús eucarístico en el sagrario, unidos a la Vid, también quiero invitaros a visitar un buen blog donde madurar la fe mediante la formación y catequesis adulta, mistagogia de la liturgia, pensamiento teológico, vida espiritual y aliento para la santidad.
Un saludo.

http://corazoneucaristicodejesus.blogspot.com/