MIÉRCOLES DE CENIZA 2011
Hoy comenzamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma con un símbolo muy conocido por todos: la imposición de la ceniza. Se nos urge a reflexionar a cerca del deber de la conversión, y a su vez recordamos la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte.
La ceremonia de la ceniza nos eleva a la realidad eterna que no pasa jamás: a Dios. La conversión no es otra cosa que ‘volver a Dios’, valorando las cosas terrenales, intereses, posesiones y amores con los criterios de Dios.
Jesús recordó el deber que tiene el hombre de amar a Dios. Cristo nos exhorta con estas palabras: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Tal vez nos llame la atención que Jesucristo nos hable de ‘un deber de amor’. Tal vez nos llame la atención de hablar de ‘un deber de amor’ porque en nuestra cultura actual hablamos de deberes únicamente a lo que se refiere a los actos externos del hombre. Cuando hablamos de deberes o de legislaciones humanas regulan únicamente los actos externos y nos parecería impensable que el fuero interno del hombre estuviera también sujeto a una serie de deberes. Sería impensable que hubiese un estado que dijese “prohibido pensar mal del rey” o que dijese “prohibido tener envidia” o “prohibido odiar”. Esto es impensable que un estado o que un legislador legislase sobre esto porque es algo inconcebible que manden sobre los sentimientos del hombre. Nos parecería impropio, y con toda la razón, que un legislador intentase regular no sólo los actos externos que hacen referencia a ese respeto mutuo de convivencia que se requiere para un orden justo, sino que pretendiese entrar en el fuero interno del hombre. Pero sin embargo aquí es distinto. Cuando Jesús habla que el hombre tiene “un deber de amor” para con Dios, estamos hablando no de un legislador humano, estamos hablando de un señorío de Dios, ya que Dios es el Señor pleno de nuestra vida. Dios no es únicamente Señor de unos actos externos, no es únicamente Señor de unas relaciones sociales que ponemos en marcha en nuestra sociedad, sino que Dios también es Señor del interior del hombre, de nuestra conciencia, de nuestras relaciones familiares, de las relaciones de pareja, de las relaciones de amistad, también es Señor de esa sociedad en la que intentamos realizar el Reino de Dios. Hay por tanto un señorío que nadie puede prescindir. Y hoy en día como no hay que dar nada por supuesto y hay que poner las bases mínimas es importante recordarlo. Hace unos años dando catequesis y explicando el primer mandamiento de la Ley de Dios, “amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con todo tu ser…” recuerdo que un adolescente tuvo una salida al comentarme que Dios era muy egoísta ya que “todo era para Él”, y me dí cuenta cómo no había que dar nada por supuesto y era preciso poner los fundamentos primeros. Y el fundamento primero es que Dios nos ha creado y que nuestra existencia es un milagro del amor de Dios. Existimos por pura misericordia divina. Luego el hombre es fruto de una soberanía ejercida en el amor. Dios es Soberano que nos podía haber hecho como no nos podía haber hecho, podía habernos creado o no habernos creado. Pero su soberanía la ha ejercido con amor y con misericordia, luego el hombre está totalmente agradecido a esa creación, y el hombre reconoce una soberanía en Dios. Esto es importante porque si no se parte de que el hombre es una criatura y se partiera de ‘la autonomía del hombre’ no se entendería nada. Es absurdo hablar de autonomía del hombre frente a Dios porque es precisamente Dios el que nos está sosteniendo, ‘en Él vivimos, nos movemos y existimos’. Somos como el pez que nada en el agua o como el pájaro que vuela en el aire. Dios nos sostiene en nuestro ser. La acción de creación de Dios no fue puntual, sino que Dios continúa sosteniéndonos en el ser. Si esa acción creadora de Dios con nosotros, si dejase de sostenernos nosotros volveríamos ‘a la nada’, dejaríamos de existir, y Dios nos está también sosteniendo nuestro obrar. Lo que hacemos lo hacemos sostenidos por Dios que también obra a través de nosotros. Por eso el deber primero del hombre es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser.
El hombre no debe de amar a Dios únicamente en sus actos externos, sino interiormente también, su interioridad, la totalidad de su ser está llamado a responder en amor a esa llamada que Dios le ha hecho a la existencia.
1 comentario:
Que nos sintamos unidos, pidiendo unos por otros, para que sepamos estar abiertos a la gracia que este tiempo de cuaresma trae para todos. Un abrazo
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