sábado, 5 de marzo de 2011

IX Domingo del Tiempo Ordinario,cicloa

IX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a.

6 de marzo de 2011

Cristo nos pide que le sigamos. Esto supone un ejercicio de nuestra libertad personal. El hombre tiene muchos condicionamientos, pero por muchos condicionamientos que tenga culturales, personales, familiares, de salud, sociales o de cualquier otra índole terminarán condicionándole para decir sí o no a Cristo, pero no le determinan; al final es el propio hombre el que debe de elegir. Por ejemplo, fue el Padre Maximiliano María Kolbe el que elige en medio de aquel lugar terrible con esa experiencia del mal, del egoísmo y de la soberbia máxima que es Auschwitz. Es él el que decide determinarse por el amor y por la entrega por el prójimo; es él el que decide cambiar su vida por la de aquel preso que iba a ser ejecutado por los nazis. Dense cuenta de los graves condicionamientos que tenía el Padre Kolbe en aquel campo de concentración, pero él se determinó por el bien, él se determinó por el amor, él se determinó por cambiar su vida por la de aquel que había sido condenado a muerte. Lo cual manifiesta que somos libres.

Sin embargo una cosa es tener la capacidad y ese poder de determinarse y otra cosa es ejercerlo. Porque puede ser que uno tenga dentro de sí ese poder pero no lo ejercite, y a base de no ejercitarlo lo tiene medio atrofiado. Y esto pasa en otras cuestiones de la vida: Uno puede tener una capacidad intelectual teórica grande para poder memorizar, pero a base de no ejercitarla la tiene un poco atrofiada; no la ha ejercitado. En vez de haberse puesto a estudiar, a leer y haber trabajado su capacidad de memorización lo ha ido dejando y al final esa capacidad no la tiene fresca, no la tiene accesible, la tiene ahí ‘aletargada’. O supongan a una persona que tenga una gran capacidad muscular pero a base de no ejercitarla, a poco esfuerzo que haga, termina con unas agujetas serias, acaba con ese dolor muscular. Una cosa es tener la capacidad o el poder de determinarse, de ser libre y otra cosa es ejercerlo. Porque puede ser que esa capacidad de libertad por no ejercitarse se debilite. No seamos ingenuos, es más sencillo no ejercitarla, porque “¿donde va Vicente?, ¡donde va la gente!”, o esas frases que tantas veces han oído los padres de sus hijos adolescente, “¡es que todo el mundo lo hace, o es que todos los de mi clase tienen esto o lo otro!”. Y claro, es más fácil dejarnos arrastrar. ¿Esa persona que apenas ejercita la libertad es libre?, sí lo es, lo que sucede es que ‘se ha dejado arrastrar’ por lo que ‘el cuerpo le pide’ y parece que esas facultades las tiene como escondidas.

El ejercicio consciente y sacrificado de nuestra libertad para seguir a Cristo nos fortalece en esa capacidad de crecimiento y de maduración en la verdad y en la bondad. Cristo te dice: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca». Esta sociedad nuestra de la tiranía del consumo y ‘del tener de todo’ nos condiciona seriamente para decir ‘no a Cristo’. Sin embargo Cristo nos da la capacidad y su Espíritu para que le sigamos. Como decimos popularmente “la pelota está en nuestro tejado”, para que podemos ejercer esa libertad para pronunciar un rotundo ‘sí a Cristo’. Y un primer paso fundamental pasa ejercitar esa libertad, apostando por Cristo, es acudir a confesarnos en la Sede del Perdón que es el Confesionario.

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