Domingo, 6 de Marzo de 2011; 9º ord. A: Mt 7, 21-27
Estas palabras son el final del sermón de la montaña. El apóstol y evangelista san Mateo, más que otros evangelistas, va agrupando en unos sermones las diferentes predicaciones que Jesús fue haciendo durante aquellos años en que convivía con los apóstoles. En este sermón de la montaña reúne el evangelista gran parte de la mentalidad de Jesús sobre el comportamiento de un buen discípulo suyo. Termina ahora con una gran proclamación: Para ser discípulo suyo no basta el suplicar mucho ni el alabar, sino que es necesario el cumplir la voluntad de Dios.
Esto lo plasma en una parábola del hombre sabio y el necio en el momento de hacer la fundación o los fundamentos para su casa. No basta ver las posibilidades concretas del presente, sino hay que atender a las dificultades que puedan sobrevenir. Y por eso, porque el sabio comprende que vendrán vientos fuertes y tiempos lluviosos, construye su casa sobre un buen fundamento. Cosa que no hace el necio atendiendo a la bonanza que en ese momento encuentra.
San Mateo está escribiendo su evangelio especialmente a cristianos provenientes del judaísmo y por eso acentúa más las palabras de Jesús que van contra los fariseos. Así es todo este sermón de la montaña, y así es el final. Los fariseos eran personas que cumplían con exactitud sus rezos, sus ayunos, y a veces hasta con exageración; pero no hacían la voluntad de Dios. Jesús en alguna otra ocasión les recordó lo que ya les habían dicho algunos profetas, como lo de “este pueblo me honra con los labios, pero no con el corazón”. Y para expresar mejor que honrar con el corazón es hacer obras agradables a Dios, les recordaba aquello de: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Aquí la palabra “misericordia” significa: obras de misericordia; y “sacrificios” significa: actos de culto, que son acciones externas en favor de Dios, pero que en realidad son acciones aparentes, porque, dichas en aquel contexto, sólo buscaban el orgullo personal, no la verdadera adoración a Dios que debe estar siempre unida al amor al prójimo y al cumplimiento de todos los mandamientos.
Por lo tanto la idea principal de hoy es que no basta el escuchar o creer en Dios, porque también lo hacen los demonios, sino que se debe cumplir la voluntad de Dios. Esta voluntad de Dios la podemos ver en los mandamientos de su Ley. También en los mandamientos de la Iglesia y en los deberes del propio estado o circunstancias de cada uno. Entre los mandamientos sabemos que lo más esencial que Jesús nos enseñó fue el amarnos unos a otros; y no de cualquier manera, sino como El nos amó.
En realidad hay que huir de dos extremos. Hay personas que sólo piensan en lo práctico y no se preocupan mucho de escuchar a Dios o de tener buenos ratos de oración. Estos acaban por hacer su propia voluntad y no la de Dios. Hay otros que sólo creen estar hablando con Dios para alabar y pedir, pero no actúan con actos de misericordia. En realidad no hablan verdaderamente con Dios, como les pasaba a los fariseos. Hay que escuchar y actuar. Esto se resume en esta frase: “La fe se realiza en las obras, pero las obras no valen nada sin la fe”.
Hacer la voluntad es cumplir los grandes compromisos que expresamos para con El. Es muy importante ser “un hombre de palabra”. Quiere decir que cumplamos lo que prometemos. Esto vale para toda vida social; pero mucho más en nuestra relación para con Dios. Hay cosas que prometemos en momentos lúcidos, especialmente en algunos sacramentos, como la penitencia o la comunión. Mucho más en sacramentos que se reciben una vez, como la confirmación, el matrimonio y el orden sacerdotal. Si fallamos es porque nos comprometimos como el hombre necio del evangelio o que luego no hemos seguido ayudando al “fundamento”. Dios sí cumple, es “fiel a la alianza”. Si queremos ser sabios ante Dios prometamos de verdad; pero luego seamos constantes cumplidores de esa promesa de amor y pidamos refuerzos al Amor.
Fuente: Presbítero D. Jesús Vigo Martínez
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