lunes, 20 de septiembre de 2010

Santa Bernadette Soubirous (PARTE V)

CAPÍTULO QUINTO

El corazón en el cielo, los pies en la tierra

De una vez por todas.

Las cinco viajeras llegaron a Nevers a las 22,30 del sábado 7 de julio. Un carruaje que las esperaba las condujo a su destino: el convento de Saint-Gildard. Solamente dos o tres hermanas habían quedado esperándolas para acogerlas y darles de cenar. Bernardita y sus dos compañeras fueron seguidamente conducidas al dormitorio de las novicias y postulantes.

A la mañana siguiente las tres recién llegadas fueron recibidas por la Superiora sus asistentas y la maestra de novicias, M. Vauzou, bajo cuya dirección quedarían en adelante. De acuerdo con Bernardita, llegada allí para “esconderse” se convino en reducir sus visitas en el locutorio a los casos inevitables. Para precaver en ella todo sentimiento de amor propio en lo referente a las apariciones se le prohibió expresamente abordar este tema con ninguna de las religiosas. Se le había propuesto que al día siguiente, delante de las Hermanas de las tres casas que la congregación tenía en la ciudad, relatara los hechos. Una sola vez. Una vez por todas. Ese día de mañana se la acompañó a visitar el convento. Después de comer fue conducida a la gran sala del noviciado, donde la Superiora la invitó a tomar la palabra ante un auditorio impresionante (unas trescientas religiosas). Muy tranquila hizo un relato completo de las apariciones y respondió con toda claridad y precisión a cuantas preguntas se le hicieran.

Consolarse pero sin olvidar.

De esta primera jornada Bernardita salió muy airosa, pero agotada. Si bien estaba contenta de poder llevar en una cierta medida la vida escondida que deseaba, no podía impedir que su pensamiento volara hacia todo lo que había perdido: su padre, que no había podido nunca soportar no tenerla junto a sí, su madre, cuya salud ya muy quebrantada corría el riesgo de agravarse por la pena, sus queridos Toñita y Bernardo Pedro, su ahijado, a quien no vería crecer; y su gruta, de donde le había dolido tanto arrancarse. También, las Hermanas del Hospicio, sus amigas… si, Bernardita lloraba tanto como lloraba su compatriota: “Aquel día de domingo Leontine y yo quedamos bañadas en lágrimas” (testimonio de M. Bordenave, en Santa Bernardita, “la confidente de la Inmaculada,” p. 119).

Este estado de tristeza iría atenuándose día tras día en Bernardita que, por lo demás, había encontrado un lugar que le daba paz. Había en lo más profundo del jardín reservado a las novicias una estatua de la Virgen sonriente y con las manos extendidas. Se la llamaba con el título de Nuestra Señora de las Aguas porque a sus pies brotaba una fuente, bien aprovechada para regar el jardín. ¡Una fuente como en Massabielle!.

Bernardita fue acogida con gozo por toda la comunidad, lo que no impedía que en una carta para las Hermanas del Hospicio, dejara desahogarse su corazón: “Rogad por mí cuando vayáis a la gruta. Allí me encontraréis en espíritu, sujeta al pie de esa roca que tanto amo…”.

Partícipe en la Pasión.

Con gran alegría para Bernardita la M. Vauzou le dio el nombre de su santo patrono: se llamaría sor María Bernarda. Como todas siguió las prácticas propias del noviciado: curso de explicación de la Regla, de Sagrada Escritura, de doctrina cristiana y también de francés y matemáticas. Era siempre muy amable, muy simpática en los recreos, siempre dispuesta a escuchar, a consolar, a dar un consejo. Ocupaba el tiempo libre en la costura y especialmente en bordar.

En las horas de oración era para todas aquellas que la veían un estímulo para una verdadera devoción: “Cuando Bernardita rezaba el rosario- hará notar una novicia de su promoción- se diría que estaba viendo a la Santísima Virgen como en Lourdes”. ¿Recogida Bernardita?, cierto, pero sin la menor afectación. No tenía pelos en la lengua para fustigar esos modales ostentosos de algunas para parecer más piadosas. Un día una novicia marchaba delante de ella, la cabeza baja y los ojos cerrados, dejándose guiar por su más cercana compañera que la llevaba de la mano para evitar algún tropezón. Bernardita la interpeló: “¿Por qué cerrar los ojos cuando hay que tenerlos abiertos?”.

Por lo que se refiere a la formación de su vida espiritual por medio de la lectura se tienen pocos detalles, si exceptuamos este su propio testimonio: le gustaba leer la Pasión y decía: “Cuando leo la Pasión me afecta más que cuando nos la predican”. ¡Que buena partícipe Bernardita…!

… Con los pies en el suelo.

Referente a las vidas de santos, rechazaba los libros de edificación que los presentan “tan celestiales que más bien nos desaniman”, afirmación lúcida de la que estamos inducidos a participar y a precisar: “la contemplación de su triunfo total no me enseña nada; la vista de su combate es lo que me enseña a luchar (H. Lasserre)”. Sí, Bernardita había comprendido que la santidad no consiste, de suyo, en ser sujeto de hechos extraordinarios sino, en mucha mayor parte, en una invitación para intentar vivir el mensaje evangélico según las posibilidades de cada uno. Esto es lo que ella se había propuesto mediante la observancia cada día de la Regla de la congregación. Contaba con que sus superioras la ayudarían a mejorar su carácter que ella misma calificaba de “muy malo”.

Bernardita iba a encontrar en la M. Vauzou un apoyo eficaz para caminar por todos los medios en el camino de la humildad, la mortificación y el espíritu de sacrificio. ¿Qué medios?. Dos eran los que se usaban en aquella época para combatir el amor propio por medio de ejercicios públicos de humillación: una palabra hiriente y la obligación de arrodillarse en la sala del noviciado y besar el suelo… La M. Vauzou no dejó de manifestar cierto aprecio a Bernardita cuando a finales de agosto de 1866 una crisis de asma, particularmente violenta, la obligó a guardar cama. La M. Vauzou invitó a las novicias a rezar por su curación: “No somos dignos de tenerla, pero debamos de hacer violencia al cielo”.

In articulo mortis.

Después de una ligera mejoría Bernardita tuvo un nuevo acceso de ahogo, agravado por penosas expectoraciones de sangre, primeros síntomas de un ataque de tuberculosis. El 25 de octubre el médico de la comunidad, el doctor Saint Cyr afirmó que no pasaría de la noche. El capellán vino a darle la Extrema Unción que así recibía por segunda vez.

Antes de partir para “el otro mundo” donde tenía prometida la felicidad, debía hacer su profesión religiosa. Bernardita deseaba vestir el hábito de sus queridas Hermanas de la Caridad, donde María la había conducido. Le fue concedida la autorización. Monseñor Forcade tuvo el detalle de ir personalmente a aceptar su compromiso (sus votos). Como ella se sentía demasiado débil para pronunciar la fórmula, él la leyó en su lugar, pidiendo que diera su asentimiento a cada artículo diciendo “Amén”.

Se adivina la tristeza de quienes la rodeaban cuando vieron a la Superiora imponerla el velo y a la M. Vauzou colocarla el crucifijo en sus manos y la Regla sobre el lecho. Apenas había salido el Obispo, Bernardita abriendo los ojos susurró con una sonrisa: “Yo no me moriré esta noche”. Después quedó placidamente dormida. Hacia las cuatro de la mañana, cuando la hermana enfermera que la velaba esperaba lo peor, Bernardita le dijo: “Estoy mejor; el buen Dios no me ha querido. He llegado a la puerta y me ha dicho: Vete, es demasiado pronto”.

Todo Saint-Gildard pareció revivir cuando al levantarse se enteró de que “ella” todavía estaba en este mundo. La convalecencia fue bastante larga. Bernardita se ocupó en tanto estuvo en el lecho en trabajos de costura o en leer los textos recomendados por la M. Vauzou.

En el transcurso del mes de noviembre había recuperado fuerzas suficientes para pasear por los pasillos y asistir a misa desde la tribuna de la capilla. Fue en este estado de debilidad, todavía bien real, cuando se enteró de la muerte de su madre. Su dolor fue tal que se desmayó en medio de una crisis de lágrimas. Sin embargo se sintió reconfortada cuando supo que su querida mamá había sido llamada por el Señor el 8 de diciembre, ¡ día de la fiesta de la Inmaculada Concepción!.

Un fondo de amargura.

Una vez restablecida Bernardita reanudó todos los ejercicios del noviciado; pues su profesión, hecha en “artículo mortis” debía reiterarse en la fecha que estaba prevista por la Regla. La M. Vauzou modificó entonces su conduzca con ella bajo el pretexto de que esta novicia había recibido gracias excepcionales, pretendió encaminarla cada día más lejos en el camino de la perfección. Comenzó a tratarla con frialdad. Muchas de sus compañeras aseguran un trato duro con ella, el tono seco con que le hablaba, su costumbre de llevarle la contraria. La misma M. Vauzou, más tarde lo reconocerá: “Siempre que yo tenía algo que decirle, tendía a decírselo con acritud.” Para Bernardita estos desaires fueron difíciles de soportar: “Al fin y al cabo- dijo en una ocasión a una Hermana señalando su corazón- no habría mérito en nuestro interior si uno no se dominara ”.

El ‘sagrario’ de la interioridad.

Lo que irritaba a M. Vauzou en Bernardita era su resistencia a confiar plenamente en ella, algo que pedía a sus novicias: “No tengáis secretos conmigo, si no es algo propio de la confesión”- les decía. Bernardita había tenido en Lourdes como primera maestra de novicias a la misma Virgen María cuyo corazón había abierto a Bernardita y enseñado a colocar toda su confianza en el de su Hijo; y por tanto, a comenzar ya en este mundo a vivir en el otro, en el que “solo Dios basta”. Eh aquí a fuente del despecho de la M. Vauzou. Esta hija de notario, cuya autoridad y competencia para formar buenas novicias eran incontestables, se sentía por primera vez fracasada. Aquella humilde hija de un molinero rehusaba entregarle su interior; y, sin embargo, era una de sus mejores novicias, querida de toda la comunidad, conocida y venerada en el mundo entero.

Bernardita estaba sufriendo con la actitud de su maestra; pero lo interpretaba como el instrumento de una gracia particular que la incentivaba a avanzar enérgicamente, con toda confianza por el camino de la verdadera felicidad. Por otra parte, en este camino al que conduce la humildad, había cogido un buen puesto. Algunas de sus compañeras también han dado testimonio de la pobre idea que Bernardita tenía de sí misma. Un día durante la recreación, colocándose entre las dos más altas novicias dijo: “¡Mirad lo que soy!, ¿podría, acaso, tenerme por algo con este tipo?”. Cuando se enteró de que el precio de sus fotos, difundidas en grandes tiradas, había descendido de 10 a 5 céntimos, se reía a carcajadas al verse a sí devaluada a la mitad.

Otro día una postulante, que hacía solo dos días había llegado a Saint-Gildard, se quejaba de que no la habían presentado a Bernardita. Una joven hermana le dijo:

-“¿Bernardita?”.-“Aquí la tienes”-

La novicia no ocultó su decepción a la vista de aquella joven tan menuda y de tan modesto aspecto:

-“¿Esto?”.- Dijo la novicia.

Prosiguiendo en el mismo tono, Bernardita le respondió:

-“Pues sí señorita, no es más que esto”.

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