lunes, 20 de septiembre de 2010

Santa Bernadette Soubirous (PARTE II)

CAPÍTULO SEGUNDO

Cuando lo invisible se revela

Más fuego para la chimenea.

A primeros de febrero de 1858 el trabajo era poco y mal retribuido. A pesar de sus esfuerzos los Soubirous apenas conseguían mal vivir. Los días sin trabajo Luisa iba a buscar en las riberas del Gave cualquier cosa de desechos dejados allá por las crecidas: huesos, chatarra o trapos… que luego vendía al chamarilero por unas monedas. También recogía palos secos de los que hacía manojos que luego vendía, después de reservar lo que ella necesitaba para su hogar.

Era lo que se disponía hacer al amanecer de aquel once de febrero de 1858, al comprobar que no tenía suficiente leña para encender su chimenea. Como era jueves, sus dos hijas estaban en casa. De pronto llegó Juana Abadíe, una amiga de ambas hermanas, apodada Baloum. Ésta propuso a Luisa que se quedara en casa para cuidar de los dos niños. Para ella sería un placer acompañar a las dos hermanas. Luisa aceptó después de recomendar a Bernardita que se arropara bien para evitar que cogiera frío.


Entre Gave y la roca.

La calle de los Petits-Fossés resonó con el golpeteo de las almadreñas de las tres muchachas y de su alegre conversación. Éstas siguieron el camino a lo largo del canal de Savy que atravesaron para ir a la confluencia del canal con el Gavy, a terrenos comunales donde estaba permitido a los pobres recoger leña. Llegaron allá frente al roquedo de Massabielle, horadado por diversas cavidades, entre ellas, al nivel del suelo, una amplia gruta y en su parte superior un nicho ovoide en cuya base había arraigado un escaramujo. Las niñas estaban separadas de la gruta por el canal detrás del cual había una banda de arena y grava. Las tres muchachas vieron trozos de leños secos sobre la grava y en la gruta algunos restos óseos. Con un mismo impulso lanzaron sus almadreñas a la otra orilla. Sujetando con una mano la cesta y con otra la falda y las enaguas recogidas Toñita y Baloum atravesaron el cauce. Bernardita presta para seguirlas se detuvo para quitarse las medias y así volver a ponérselas y tener los pies calientes cuando llegara a la tierra seca. Las otras dos ya se habían puesto a la faena.

De la sorpresa al embeleso.

Bernardita oyó de pronto un ruido de viento. Su mirada fue atraída hacia la oquedad de donde parecía provenir. Según atestiguó, entonces vio “un remolino de zarzas que iban y venían… mientras que nada se movía alrededor.” En el interior del nicho vio una claridad sobrehumana en cuyo seno apareció una “señora que parecía muy joven,” poco más o menos de su misma estatura (un metro cuarenta). Vestía “una túnica blanca, un cinturón azul y una rosa amarilla en cada pie.” Llevaba “un velo blanco que le cubría la cabeza y descendía a lo largo de la espalda y los brazos, casi hasta el borde de la túnica”.

En un primer momento Bernardita tuvo impresión de miedo, mezclado con una cierta desconfianza de sí misma. “Tuve miedo, me eché atrás. Quise llamar a las dos niñas, pero no tuve fuerza para ello. Creyendo estar frente a una ilusión me froté los ojos, pero en vano, yo siempre veía a la misma señora.” No podía por una parte contenerse en admirar a aquel bello rostro de mirada limpia e iluminado por una dulce sonrisa. Más ¿esto venía de Dios?. Para asegurarse Bernardita sacó su rosario. Si la señora venía enviada por el “espíritu malo” se desvanecería nada más decir Dios te salve María. Sus temores desaparecieron cuando la vio hacer la señal de la cruz con gran respeto, y más aún, rezando como jamás había visto. Bernardita comenzó a recitar su rosario. La señora tomó el suyo cuyas cuentas se deslizaban una tras otra entre sus dedos. (nota del traductor: la Virgen únicamente se unía a la oración cuando decían el Gloria al Padre…). Unos instantes después la visión se había desvanecido y con ella la nube luminosa que la rodeaba.

Bernardita continuaba aún arrodillada, las manos juntas y la mirada fija en el nicho, el rostro extremadamente pálido. Era precisamente cuando Toñita y Baloum, que se habían alejado buscando la leña, retornaban frente a la gruta. Habían hecho sus haces y tenían en el suelo la cesta semi llena de restos. Al ver a Bernardita en actitud orante, con los ojos fijos en la roca, las dos echaban en cara que pasara el tiempo rezando en lugar de ayudarlas. Pero la palidez de su rostro asustó a Toñita, que llena de miedo se lo hizo advertir a Baloum. Ésta le replicó: “Si estuviera muerta, estaría tumbada ”.

Dilo en secreto y se enterarán todos.

Vuelta en sí, Bernardita se quitó la segunda media se arremangó la falda y el delantal y atravesó a su vez el canal. Volvió a ponerse las medias y las almadreñas y se puso a rebuscar algunas ramas secas de árbol para hacer también su haz.

El toque del ángelus de la torre de la iglesia hizo que las niñas volvieran a la realidad: era mediodía y debían darse prisa para volver. A lo largo de todo el camino Bernardita permanecía silenciosa espiando con el rabillo del ojo a las otras dos, intentando observar si algo las traicionaba, en la hipótesis de que ellas también hubieran visto a la señora. Al fin no pudo por menos de preguntar:

-¿No habéis visto nada?.

- No. Y tú ¿has visto alguna cosa?.

- ¡Oh, no!. Si vosotros no habéis visto nada yo tampoco he visto nada.

Esta sencilla pregunta de Bernardita fue suficiente para avivar la curiosidad de Toñita y de Baloum, decididas a saber lo que fuera: Pues Bernardita había visto algo.

La una era su hermana, la otra su amiga. Ellas debían saberlo. ¡Prometido, jurado!. Ellas guardarían el secreto sólo para ellas.

Bernardita se dejó convencer. Les invitó a hacer un alto en el camino. Todo oídos, se prepararon a escuchar el secreto que Bernardita les iba a desvelar. Entonces les declaró que ella había visto a una bella y joven señora vestida de blanco con un cinturón azul y una rosa amarilla en cada pie. Y, que tenía muchas ganas de volver a verla.

Se pusieron de nuevo en camino a toda prisa. Pocos instantes después las dos hermanas dejaron a Baloum y entraron en el Cachot. A pesar de su promesa, Toñita no pudo contener su lengua y reveló a su madre el secreto de su hermana. Luisa no disimuló su disgusto: “¡Pobre de mí!. ¿Qué es lo que dices?”. Y dirigiéndose a Bernardita que permanecía en silencio: “Son tus ojos que te han engañado, será que has visto alguna piedra blanca ”.

- No, -replicó Bernardita con firmeza. –Ella tiene una hermosa figura.

Pero su madre concluyó: “Debemos rezar a Dios, quizás sea el alma de alguno de nuestros parientes que está en el purgatorio”.

Lo divino se refleja

La Señora que había visto Bernardita no era fruto de su imaginación ni el alma en pena de algún familiar. Del once de febrero al dieciséis de julio de 1858 la aparición volvería dieciocho veces al nicho que cobijaba la ruta de Massabielle. A la mañana, muy temprano, Bernardita presentía esa llamada que la empujaba a volver a la banda de arena y grava que separaba el canal de la roca. Cuando llega frente a la ruta encendía el cirio que llevaba en una mano y con la otra cogía su rosario, se arrodillaba y oraba en silencio. Algunos instantes después, la Señora aparecía envuelta en su claridad luminosa. (no siempre que iba veía a la Señora y a veces tardaba en aparecer) El rostro de Bernardita se cubría de una palidez extrema, pero iluminada por una sonrisa radiante, sus ojos permanecían fijos en el nicho, su cuerpo inmóvil permanecía insensible a todo fenómeno exterior. No manifestaba ninguna reacción ni aún si era pinchada con agujas o si la llama del cirio llegaba a lamerle la mano. Después que la Señora desaparecía Bernardita recobraba sus colores, se ponía de pie y se iba sin cuidarse de las reacciones de admiración hacia ella de los asistentes, cada día más numerosos.

Esta conducta de Bernardita, que se hizo ritual, tuvo algunas excepciones. En efecto, sucedió a veces que por gestos o palabras se comunicó con algunos o algunas de los asistentes que la rodeaban. Incluso un día la Señora la pidió que fuera a beber de la fuente. Se la vio ir a buscar el lugar donde debía encontrar aquella fuente, penetrar en la gruta y ponerse a excavar en la tierra, tomar en sus manos un poco del agua que acababa de brotar para beber y lavarse la cara con ella.


El mensaje que debía transmitir.

Antes y después que Bernardita descubriera la fuente, la Señora le había hablado en varias ocasiones. Le había dado consejos personales para ella y le había confiado un mensaje que debía transmitir al mundo, y ciertos encargos dirigidos al clero.

Por último la Señora le había dado su nombre:

- “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

¿Cuáles son los puntos esenciales de este mensaje?:

- Hacer penitencia por la conversión de los pecadores.

- Venir a la fuente y lavarse en ella.

- Decir a los sacerdotes que construyesen una capilla a la que se debía venir en procesión.

A su mensajera la Madre de Dios le había manifestado: “Yo no te prometo la felicidad de este mundo, sino la del otro”.

¿Algunos elementos para la reflexión?. La penitencia es, ante todo, la aceptación, en unión con los sufrimientos de Cristo, de todas las penalidades y dificultades de la vida.

La conversión de los pecadores es, evidentemente, la de cada uno de nosotros, consistente en el abandono total y confiado en un Dios desbordante de amor y de misericordia.

Ir a beber a la fuente, imitando a Bernardita, y lavarse en ella, consiste en desembarazarse de todos los obstáculos personales o exteriores que nos ocultan esa agua viva que es Jesús, manantial del que surge para nosotros la Luz del Mundo simbolizada por el cirio encendido que portaba Bernardita. Construir una capilla es, para cada uno de nosotros, vivir como auténticos miembros de la Iglesia. Venir en procesión significa reunirnos, mezcladas todas las naciones, para venir a expresar nuestra una y misma fe.

Si María se definió como “la Inmaculada Concepción” fue para darnos seguridad de su poder de intercesión cerca de su Hijo. Ella a quien el pecado jamás ha afeado, nos abre sus brazos de Madre. Nos promete guiarnos en nuestro camino de conversión y sostenernos en nuestras luchas para orientarnos hacia ese otro mundo, donde como a Bernardita se nos promete la verdadera dicha. Allí donde “Cristo basta”.

Bernardita hace frente

Vivir tales acontecimientos no le fue fácil a Bernardita. Al principio sus padres le prohibieron las visitas a la ruta. Ellos, sin embargo, conocían bien a su hija. Esta tenía tan firme franqueza que la hacía ser incapaz de la menor mentira, y era bastante lúcida para no dejarse engañar por su imaginación. Tampoco era posible, dada su sencillez y reserva, que ella misma hubiera preparado cuidadosamente una puesta en escena para atraer la atención. Por otra parte, comprendían su determinación a obedecer a las órdenes de la Señora, que ellos presentían como venidas de parte de Dios. Suficiente motivos para que desde los primeros días estuvieran dispuestos a levantar su prohibición.

En la escuela Bernardita aguantó sin jamás molestarse por las burlas de algunas de sus compañeras y la incredulidad de las religiosas que la exhortaban a poner fin a sus carnavaladas. Hubo de soportar repetidos interrogatorios de los gendarmes, del juez, del procurador, del alcalde. Los afrontó sin perder nunca su mesura, con una firmeza jamás desmentida. Cuando uno u otro la amenazaban con meterla en la cárcel si rehusaba retractarse, tenía una respuesta inmediata: “¡Tanto mejor!. Así gastaré menos a mi querido padre. Y en la prisión ustedes vendrán a enseñarme el catecismo”. O bien les decía también que procuraran que la puerta de la prisión fuera muy sólida para impedir que se escapara.

El clero reflexiona.

El comportamiento del clero local con Bernardita no fue demasiado espectacular. El párroco de Lourdes, el reverendo Peyramale, guardaba una sabia reserva. Escuchaba atentamente los testimonios de los que habían asistido cada día a las “apariciones” sin manifestar jamás su punto de vista. Prohibió a los tres coadjutores hacerse presentes en el lugar para evitar garantizar los hechos con su presencia. Sin embargo, uno de ellos, el reverendo Pomiam, cepellán del Hospicio, que había oído a Bernardita en confesión, la dejó en libertad para responder a las llamadas de la Señora.

La primera vez que Bernardita fue en nombre de la Señora a pedir al reverendo Peyramale que construyera una capilla, él lanzó un desafío a la hermosa desconocida: “Si, como decía, venía del cielo, que hiciera florecer en febrero, el rosal silvestre que había en el nicho”. Y que ella revelara su nombre. En este caso él crearía a Bernardita y su relato, y obedecería las órdenes que le transmitiera a través de Bernardita.

La incredulidad del reverendo Peyramale iba dejando lugar después de cada visita de Bernardita a otros pensamientos menos desfavorables.Apreciaba su franqueza, su fe todavía intuitiva, pero sólida. Conocía la falta de egoísmo de sus padres y su rechazo, a pesar de su indigencia, de aceptar favores, ni en dinero ni en especie. Sabía que Bernardita no tenía, en modo alguno, apego al dinero.

No, nada atraía a Bernardita: ni el hacerse notar, ni el provecho, ni la vida fácil. ¿Cuál era su único deseo?. Permanecer en su mísero Chacot al calor del amor de su familia y recobrar su retraso escolar y catequético en el hospicio.

Los signos hablan.

El reverendo Peyramale tenía sin duda un maravilloso conocimiento de Bernardita y podía apreciar sus cualidades. Comprobaba, por otra parte, los efectos positivos que los acontecimientos de Massabielle obraban sobre sus parroquianos: mayor espíritu de oración, una vida más acorde con el Evangelio, restitución de bienes, reconciliaciones mutuas, asistencia más regular a la misa y actos piadosos, confesiones y comuniones más numerosas… ¡Oh, si al rosal se le ocurriera florecer y si la Señora se dignase a manifestar su identidad!. ¡Él no tendría inconveniente para salir de su reserva!. Pero los tallos del arbusto, rehusando salir de su letargo invernal, permanecían tristemente desnudos. Una buena lección para recordar al cura que la obra de Dios también se desvela a su hora.

Y esta hora había llegado: El 25 de marzo, como se sabe, la Señora por fin iba a responder a las solicitaciones de Bernardita y nombrarse como a sí misma como la “Inmaculada Concepción”. El señor párroco sorprendido, casi sin poderlo creer, se convenció entonces de la veracidad de los relatos de Bernardita y escribió a su obispo rogándole nombrara una comisión de estudio. Esta se nombró el 17 de noviembre de 1858.

Dejémosle a esta comisión estudiar en su corazón y en su conciencia los hechos, gestos y palabras de Bernardita y realizar la investigación a la luz de los testimonios más diversos y más serios.

La muchedumbre ora.

Volvamos ahora a aquel periodo posterior al 25 de marzo. Bernardita no había vuelto a ver a la Señora más que el 2 de abril, miércoles de Pascua, y el 16 de julio día de su último adiós. Fuera de estas dos fechas no volvió a Massabielle, dedicándose a su trabajo escolar y a la preparación de la primera comunión que hizo el 3 de junio en la capilla del Hospicio. A pesar de su ausencia las muchedumbres iban aumentando constantemente: acudían de Lourdes, de Bigorre y hasta algunos del extranjero. Estos peregrinos espontáneos manifestaban su amor a María Inmaculada y le confiaban sus penas. Cogían agua de la fuente y la bebían. Se habló también de milagros: así hubo alguien que recobró la forma primera y la movilidad de su mano rígida, hubo un muchacho paralítico que de pronto comenzó a caminar, un ciego cuyos ojos se abrieron a la luz.

Sí, María estaba presente en Massabielle, todos aquellos que se reunían allá en silencio o para cantar cánticos estaban convencidos de ello, aún antes de conocer las conclusiones de la comisión. La piedad popular había colocado sobre un pequeño altar una Virgen de yeso y otros objetos: imágenes de santos, rosarios, floreros y, delante del nicho, un velero de madera hecho por el carpintero. A fin de hacer el lugar más accesible los canteros habían condicionado el áspero sendero que conducía por arriba a la entrada de la ruta y le habían arreglado en zig zat para suavizar la pendiente. Delante de la ruta habían preparado un espacio más cómodo y construido una pileta para facilitar la toma del agua.

Massabielle había llegado a ser un espacio privilegiado para expresar la fe y la confianza en su Madre de todos sus hijos de la tierra.

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