martes, 14 de septiembre de 2010

La exaltación de la Santa Cruz

La exaltación de la Santa Cruz

14 de septiembre de 2010

Cuando se habla de cruz, la reacción es la de rechazo, la de apartarla de nuestro lado. Huimos de la cruz. Todo lo que suene a renuncia, sacrificio y a morir a nosotros mismos nos chirría y es detestado. Rechazamos todo eso, pero ahora bien, acogemos todo lo que lleve consigo la bonita estética. Se tiene la idea que la apariencia, el disfrute del momento y la imagen que uno proyecta hacia los demás fuese lo fundamental.

Estamos en la sociedad del microondas, del pañuelo de papel y del móvil. El microondas, si uno tiene algo de hambre enseguida, en un par de minutos, se calienta, aunque tan rápido como se calienta se enfríe. El pañuelo de papel, el de usar y tirar. Se usa y se tira, y no importa que lo que sea usado sea un objeto o una persona. Se usa y se tira, simplemente porque apetece, pero sin criterios claros, sin ideas lúcidas, con un corazón desordenado. El teléfono móvil es como si se tratase casi como un órgano más de nuestro cuerpo. Algo que es secundario que se ha convertido en fundamental. Algo de lo que se debería prescindir pero se ha convertido en imprescindible.

El hombre es como si fuese un potente imán que atrae todo lo que le agrada hacia sí. ¿Y qué cosas puede atraer el hombre hacia sí?, ¿atrae acaso la humildad y su frutos?, ¿acaso atrae ese imán tan potente la pureza del corazón?, ¿y la mansedumbre?, ¿y la sabiduría de la prudencia?, ¿y que sucede con la lucha y el esfuerzo?... estoy totalmente seguro que si existiese algún tipo de scanner o radiografía que pudiese detectar cosas como estas que afectasen a la vida espiritual no aparecerían en los resultados médicos. Al corazón está apegado los afectos desordenados, la soberbia y el orgullo, las críticas y las venganzas, el aparentar y las falsas apariencias. No se porque pero lo malo enseguida se nos pega.

Cristo quiere que arranquemos de nuestros corazones todos aquellos obstáculos que nos impidan vivir con dignidad como cristianos. Él nos habla de cruz, de renuncias y de apuestas fuertes por Él. ¿Porqué tenemos que renunciar de nuestras comodidades, porqué tenemos que renunciar a nuestra soberbia, orgullo y demás familia de malos propósitos?. ¿Acaso nos gusta disfrutar al privarnos de cosas que nos apetecen y nos dan la gana?. Cristo quiere que nos quitamos las vendas de los ojos para que podemos darnos cuenta como estas cosas, lejos de hacernos crecer y madurar, nos están aprisionando e impidiendo explotar al máximo todas nuestra capacidades. Cristo desea personas libres y no ha siervos de sus pasiones. Nuestro corazón sólo ha de estar apegado a una persona: A Dios. Si nuestro corazón estuviese apegado a Dios nuestras relaciones personales, familiares, laborales y vecinales mejorarían considerablemente.

Nuestros pueblos y ciudades, nuestras comunidades cristianas y nuestra sociedad está inmersa dentro de una profunda y densa niebla. Una niebla que no nos deja ver más allá de nuestras narices. Nos pasa los mismo que a los vikingos. Los vikingos navegaban con sus naves siempre teniendo a la vista la costa. Ellos mirando las estrellas sabían orientarse, de tal modo que cuando la niebla les cubría y la visión de las estrellas era imposible, ellos se encontraban atemorizados y desorientados, siempre con miedo de llegar al fin del mundo y de morir todos ahogados, porque ellos creían que el mundo era plano.

Cristo ha sido alzado en la cruz. Cristo ha sido cosido en la cruz. Una cruz que ha sido alzada a la vista de todos, para que todos fuesen testigos de su cruel agonía. Una cruz necesaria para que Cristo resucitase y así nos abriera a todos las puertas de la esperanza de la Vida Eterna. Como el antiguo pueblo de Israel, que caminaba por el desierto, miraban el estandarte creado por Moisés para sanar a los mordidos por las serpientes, así nosotros en el camino de la vida miramos a la Cruz y encontramos consuelo y perdón para el espíritu. Es cierto que estamos inmersos dentro de una espesa cortina de niebla que tiende a desorientarnos, tal y como les sucedía a los vikingos, pero también es verdad que Cristo nos dice cómo tenemos que ejercitar nuestro espíritu, que cómo tenemos que crecer en nuestra vida espiritual. Nos ofrece los medios, desde el sacramento de la penitencia, pasando por la Eucaristía, acercándonos con mucha frecuencia a la Sagrada Escritura, leyendo libros que nos ayuden a formarnos en la fe y pasando momentos de intimidad con el Señor en la oración. El sacramento de la penitencia, la Eucaristía, la Sagrada Escritura y los ratos de oración con el Señor son como aquellas estrellas de los vikingos que les ayudaban a estar orientados, pero con una gran diferencia, que a nuestras estrellas ninguna niebla las puede llegar a eclipsar, nuestras estrellas tienen tanto poder que se pueden ver aun con la molesta niebla.

¡Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos!,

que por tu santa cruz redimiste al mundo.

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