CAPÍTULO CUARTO
Luces y sombras
Una entrevista que abre el porvenir.
Varios días más tarde el obispo de Nevers, monseñor Forcadé, vino a hacer una visita, en su calidad de superior, a las Hermanas de Nevers (las Hermanas de la Caridad de Nevers solamente tenían entonces aprobación diocesana). En tal ocasión manifestó el deseo de entrevistarse con Bernardita. La Superiora le condujo a la cocina donde en aquel momento Bernardita se ocupaba de raspar una zanahoria. Mirando de reojo, la Madre se la señaló diciéndole al oído: “Esa es”.
El Señor Obispo no quería tener simplemente una breve entrevista. Por ello al final de la comida pidió encontrarse a solas con ella. Él la pidió que le relatase los sucesos de Massabielle, lo que Bernardita hizo en un muy correcto francés. El Señor Obispo tenía la intención de tantearla sobre la eventualidad de una vocación religiosa. No pareciéndole correcto tocar este asunto de una manera demasiado directa, le hizo una pregunta previa:
- Muy bien, pero tú ya no eres una niña. ¿No te gustaría quizá encontrar una situación, un empleo en el mundo?.
- ¡Ah!, ¿Por qué no?, pero ¿qué?.
- Bueno, ¿por qué no intentas entrar en las Hermanas?.¿No lo has soñado alguna vez?.
- Es imposible, monseñor. Usted sabe bien que yo soy pobre, no tendré nunca lo necesario para la dote.
Cuando el Señor Obispo supo la razón que impedía a Bernardita manifestar la vocación que él había presentido en ella, se apresuró a despejar la objeción:
- Pero, hija mía, a veces se aceptan como religiosas muchachas pobres, sin dote, con tal que ellas tengan verdadera vocación.
Bernardita se sintió afectada por estas amables palabras; sin embargo tenía el sentimiento de ser ella por sí misma un obstáculo para solicitar cualquier modo de admisión.
- Pero, monseñor, las muchachas que vos admitís sin dote son hábiles o inteligentes, que pueden compensaros bien; pero yo no se nada ni valgo para nada.
El Obispo le contestó riendo:
- Hace un momento en la cocina me he dado cuenta de que vales mucho… para raspar zanahorias. En la congregación sabrán bien utilizarte. Por otra parte, en el noviciado completarás tu instrucción.
Todo estaba dicho. Para ella era como una puerta abierta a un discernimiento interior. Y para el Prelado el final de una prometedora conversación que se apresuró a referir a la Superiora. Ésta se manifestó dispuesta a aceptar la admisión de Bernardita si ella lo solicitaba; y al tiempo, determinada a prohibir a las Hermanas toda palabra capaz de influir en ella. Sabía, además, que intentar persuadirla no era el procedimiento más eficaz para atraer al convento a una joven de su temple.
El “sí, pero” de Bernardita.
El escultor no había estado ocioso en su taller una vez que retornó a Lyon. Hacia finales de marzo de 1864 daba el último golpe de cincel a su escultura con la que llegaba a Lourdes el día 30. Su primera visita fue para el reverendo Peyramale quien, a petición del escultor le acompañó para observar cual era la reacción de Bernardita al presentársela. Después de solicitar entrevistarse con ella fueron conducidos al locutorio. Antes que viniera, sacaron la estatua bien embalada en su caja de madera, y la colocaron sobre un pequeño mueble. Apenas vio entrar a Bernardita el sacerdote soltó, mientras señalaba a la estatua, la pregunta que le quemaba en los labios:
-¿Esta bien así?.
- Esta bien. – respondió Bernardita con aire evasivo; y después de un instante de reflexión: - Es muy bella, pero no es Ella… ¡Oh, no!. Se diferencia como la tierra del cielo.
Festejos.
Pese a sus imperfecciones la imagen de mármol puro sería colocada en el nicho en donde la Virgen había aparecido. El 4 de abril una procesión de 20.000 personas portando estandartes y cantando canciones, se formó ante la iglesia parroquial. El largo cortejo desfiló a través de las calles de la villa y vino a congregarse en los espacios recientemente acondicionados alrededor de la gruta. Monseñor Laurence acompañado de más de 400 sacerdotes quitó el velo que cubría la imagen y la bendijo: “Nos parece, -dijo, -que María todavía está aquí y que nosotros la vemos como la veía Bernardita ”. ¿Qué peregrino en Lourdes no hace suyas estas palabras del Prelado?.
Llantos y sufrimientos.
Sólo un hombre de la primera fila de aquella multitud exultante sentía más pena que alegría: era Fabisch. Había recibido por primera vez una herida en su amor propio con el severo juicio de Bernardita. Después que la imagen fue colocada en lo alto del nicho, un golpe aún más doloroso le hirió: “Debo hablar, -conferará, -de uno de los mayores disgustos de mi vida…es el que sentí cuando vi colocada mi estatua en su lugar, iluminada por una luz de reflejo… que le cambiaba totalmente la expresión”. (Memoria autógrafa 1878).
No era sólo el escultor quien no podía aquel día participar de la general alegría. El reverendo Peyramale estaba postrado en cama con una fiebre tan fuerte como repentina. En cuando a Bernardita, no había salido del Hospicio; ¿nueva crisis de asma?. O medida tomada por la Superiora para evitarle un baño agotador de multitudes, o para preservarla de sentimientos de amor propio que hubieran podido nacer en ella por una demasiada admiración de la gente.
Así, quien había visto con sus ojos a la Inmaculada y quien había creído en las palabras de su mensaje quedaron privados de la satisfacción, muy legítima, de ver como su imagen era colocada en ese lugar donde sería venerada por el mundo entero. El triste creador de la obra, bien presente, estaba él mismo no menos desencantado.
El “sí, pero” de la Madre Superiora.
Bernardita había sido dejada de lado en esta gran manifestación en honor de la Reina del Cielo; pero ella conservaba siempre viva en la memoria su imagen. Aunque no había vuelto a verla, frecuentemente oía que le hablaba al oído de su corazón. Aquel mismo día tuvo la impresión de que la Virgen la animaba a tomar la decisión de terminar su largo periodo de discernimiento. Anochecido pidió una entrevista con la Superiora para anunciarle que se sentía llamada a entrar en su congregación. La Madre se reservó darle respuesta hasta el 15 de agosto. Entonces le participó su admisión, que debía ser confirmada por la Superiora General de las Hermanas de la Caridad de Nevers. Por otra parte no sería en Lourdes donde habría de hacer su noviciado, sino en Nevers, sede de la casa-madre. La Superiora exigía el restablecimiento efectivo de su salud antes de la admisión.
Descanso y cariño.
¿Qué mejor para restablecerse y recuperar las fuerzas que un retiro en un encantador pueblecito lejos de la agitación de la ciudad y la mirada de los curiosos?. Es lo que vino a proponer a Bernardita una de sus primas, Juana Védère, de Momères, que vino a visitarla el 4 de octubre. Bernardita aceptó de inmediato la invitación. ¡Al fin podría pasar unas vacaciones de verdad en un cálido ambiente familiar!. La Superiora le permitió partir después de asegurarse de que, en caso de una crisis grave, podría intervenir el doctor Peyramale, hermano del párroco de Lourdes.
Estas vacaciones le fueron tan agradables que, proyectadas inicialmente para una semana, duraron al fin mes y medio.
En la escuela de la vida.
El 15 de noviembre, al volver a Lourdes, Bernardita recibió la agradable sorpresa de enterarse que había sido admitida en Nevers. Desde ahora en el Hospicio, sin ser considerada enteramente como una postulante, participaba más intensamente en la vida de la comunidad. ¿Será necesario hacer notar que sus momentos privilegiados eran los que pasaban en la gruta o con sus padres?.
Éstos, además, tuvieron necesidad de consuelo y ánimo cuando condujeron al cementerio al pobre Justino, su hijo, que a penas tenía 10 años. ¡Querido hermanito al que Bernardita había tantas veces acunado y cuidado durante las ausencias de su madre!. Redobló entonces las muestras de cariño a Toñita y a los dos muchachos, muy afectados también. Apenas pasaría un año y la última niña traída al mundo por Luisa moriría poco después de su nacimiento. Bernardita les ayudó a encontrar consuelo en la esperanza cristiana y en el pensamiento de que ellos tenían un intercesor más, en quinto en el cielo.
La elección sabia.
Bernardita se sentía útil en el Hospicio, especialmente cerca de los niños y de los enfermos de quienes era particularmente estimada. Por su parte ella apreciaba los cordiales sentimientos de las Hermanas y de sus compañeras, la mayoría de las cuales eran sus amigas. Sus visitas regulares a la gruta y a sus padres le daban un verdadero apoyo afectivo y espiritual. Para ella Lourdes era verdaderamente su cuna, el lugar al que sentía atada, donde ella asímismo deseaba continuar viviendo y morir.
Pero era también el de las continuas y extenuantes visitas que la agotaban y perjudicaban su recogimiento. Estaban también las consideraciones de que era objeto, diametralmente opuestas al camino de la sencillez que deliberadamente había elegido. Para consagrarse enteramente al Señor estaba muy convencida de la necesidad de separarse de lo que más amaba en el mundo: su familia y su gruta.
Así, si ella había estado impedida de estar presente en la bendición de la imagen, tuvo en cambio la alegría de asistir a la inauguración de la cripta, presidida por monseñor Laurence. La ceremonia fue grandiosa y la multitud en número jamás igualado, tanto que se extendía por el espacio recientemente preparado ante la gruta e igualmente por la orilla opuesta del Gave.
Al caer la tarde, un buen número de personas que no habían podido encontrarse con Bernardita, vinieron a llamar a la portería del Hospicio. Ante la insistencia de la multitud que amenazaba entrar por la fuerza si no se les dejaba entrar a ver a la “vidente”, la Superiora la hizo ir y venir a lo largo de la galería donde podía ser vista por todos. Bernardita así lo hizo, aunque refunfuñando contra la Madre que la exponía “como una vaca en una feria”. Este episodio que hubo de soportar por obediencia la animó en su decisión de dejar Lourdes.
Los deberes del corazón.
Como la mejoría de su salud se mantenía, se pudo fijar como día de su partida el 4 de julio de 1866. La víspera fue a dar su adiós a su querida gruta en compañía de la Superiora. Bernardita se puso de rodillas ante la imagen de la que no quitaba sus ojos. La Madre la oyó susurrar sollozando: - “¡Oh, Madre, mi Madre, como voy a poder dejaros! “.
Se levantó y fue a abrazarse a la roca enjugándola con sus lágrimas.
La Madre Superiora émula de emoción intentó consolarla:
-¿Por qué te entristeces así?, ¿No sabes acaso que la Santísima Virgen está en todo lugar y que en cualquier sitio ella será tu Madre?.
- ¡Ah, sí!, ya lo sé. –Respondía Bernardita sollozando.- Pero la gruta era mi cielo.
Después la Superiora la acompañó hasta el molino de Lacadé, donde la dejó para que hiciera su última comida en familia. Podemos imaginar la intensidad de la emoción y cariño de aquella velada, y las lágrimas derramadas por todos en el momento doloroso de la separación.
Al día siguiente Bernardita estaba presta a partir con otras cuatro compañeras de viaje. En casa de los Souvirous apenas se había dormido, sus padres y los niños no pudieron resistir el deseo de volver a verla por última vez, y apenas amaneció, instantes antes de que partiera el carruaje que le conduciría hasta la estación de Tarbes, ellos subieron al Hospicio. Parecían estar dispuestos a decirla algo, a renovar la certeza de su amor, a prometerle sus oraciones; pero cuando se encontraron ante ella la emoción les impidió pronunciar una sola palabra. No eran capaces más que de suspirar, derramar lágrimas y apretarla, uno tras otro, contra su pecho, abrazarla una y otra vez. Bernardita quiso poner fin a este concierto de lamentaciones que destrozaban lo que le quedaba de valor y fuerza.
“Vosotros podéis seguir llorando; pero yo no puedo seguir aquí”, le dijo Bernardita.
Una última mirada, un postrer beso y los viajeros desaparecieron en el interior del carruaje que arrancó con ruido ensordecedor.
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