Jesucristo desea suscitar en nosotros hambre y sed de Dios. Es que resulta que nosotros nos hemos instalado en lo práctico, en lo cómodo, en lo que se ve y hemos perdido cierta visión de lo divino o de lo eterno.
Al meditar la Palabra de Dios no nos podemos quedar con la imagen de que el rico sea el malo y el pobre sea el angelical, ni tampoco a viceversa. A lo largo de la historia siempre ha habido y habrá ricos y pobres. Jesucristo va mucho más allá. Es el Señor el que nos está poniendo ‘las cartas levantadas sobre el tapete’ mostrándonos cómo está llamado a ser un cristiano que desee serle fiel. Él al mostrarnos ‘sus cartas’ con toda transparencia nos está invitando a sincerarnos, tanto con nosotros mismos como con Él. Y eso de sincerarse con uno mismo, eso de reconocer la propia miseria, eso de conocer y reconocer los propios pecados… eso no gusta ni le apetece a nadie.
Me acuerdo de aquel adolescente que estaba en el instituto durante la clase de trabajos manuales para hacer con marquetería una avioneta a pequeña escala. Y cuando estaba serrándola, con mucha paciencia para no salirse de los trazos señalados y evitar que se rompiese el pelo de la sierra… estaba pensando para sí que le estaba quedando una chapuza. El caso es que se le acercó un compañero que al verlo trabajando le comentó que le gustaba como lo estaba haciendo. Y nuestro afanoso muchacho le contestó que gracias que le estaba llevando su trabajo. Al cabo de un rato se le acercó un amigo de la pandilla que al ver la avioneta que estaba serrando dijo a nuestro chico: -‘Oye, que estás serrando más de la cuenta y además el dibujo trazado sobre la madera sería bueno que lo borrases e hicieras de nuevo’. – A nuestro chico las palabras de su amigo le sonaron a truenos y lanzándole la goma de borrar le contestó muy mal ‘mandándole a paseo’.
Yo me siento identificado con este adolescente. Muchas veces, aún sabiendo que nuestro obrar no es correcto ni justo, aceptamos los cumplidos, aceptamos que nos ofrezcan la miel en la boca, pero nos incomoda que nos digan ‘las cosas a las claras’ sabiendo, para remate fiesta, que el otro tiene toda la razón.
Jesucristo cuando coloca ‘sus cartas sobre el tapete’ nos está de algún modo incomodando porque nos está forzando a reconocer que mis cosas, mis preocupaciones, mi dinero, mis egoísmos me están impidiendo llegar a Dios. ¿Y cómo se yo que no estoy llegando a Dios?, yo lo conoceré en el momento que sepa si me estoy preocupando de las necesidades de los demás. Y resulta que cuando usted y un servidor colocamos mis cartas y las suyas ‘sobre el tapete’ nos quedamos desnudos ante la presencia de Dios. Nuestras cartas son las siguientes: ‘Vivir a todo tren’ al límite de nuestras posibilidades, dejarnos seducir por lo que nos anuncian, nos venden, centrarnos en nuestras cosas y olvidarnos de las inquietudes y dolores de los demás… y así un amplio elenco de actitudes y de comportamientos que solemos tener con cierta frecuencia.
Las cartas del Señor son misericordia, comprensión, dar sin esperar nada a cambio, la disculpa sin límites, el amor hecho persona y que hace que los otros se sientan reconocidos, queridos, amados, apreciados.
Sin embargo Jesucristo nunca nos recrimina nuestros defectos ‘a la cara’. Él prefiere otros métodos más cariñosos, y a la vez, acertados. ÉL VA POR DELANTE, NOS MARCA CON SUS PASOS LOS SENDEROS A SEGUIR. Jesucristo va siempre por delante de nosotros con su testimonio.
Hoy ser creyentes implica el optar. El mundo nos venderá todo lo vendible para engañarnos y que sigamos viviendo en nuestra ‘burbuja’ en donde la comodidad y el bienestar sea perfecto y nadie nos incordie. Sin embargo LA FE NOS HACE DISCERNIR, NOS LLEVA A LA VERDAD, NOS ENFRENTA A NUESTRO PROPIO YO y ‘tira de las orejas’ a nuestro amor propio y nos dice que esa avioneta que estamos haciendo en marquetería está mal delineada y serrada.
JESUCRISTO ES NUESTRA ÚNICA RIQUEZA Y EL MOTOR DE NUESTRO EXISTIR. Que nuestra actitud sea la de unas personas abiertas a Dios, solidarias con los más necesitados y conscientes de que lo efímero jamás puede eclipsar el don de la fe.
Al meditar la Palabra de Dios no nos podemos quedar con la imagen de que el rico sea el malo y el pobre sea el angelical, ni tampoco a viceversa. A lo largo de la historia siempre ha habido y habrá ricos y pobres. Jesucristo va mucho más allá. Es el Señor el que nos está poniendo ‘las cartas levantadas sobre el tapete’ mostrándonos cómo está llamado a ser un cristiano que desee serle fiel. Él al mostrarnos ‘sus cartas’ con toda transparencia nos está invitando a sincerarnos, tanto con nosotros mismos como con Él. Y eso de sincerarse con uno mismo, eso de reconocer la propia miseria, eso de conocer y reconocer los propios pecados… eso no gusta ni le apetece a nadie.
Me acuerdo de aquel adolescente que estaba en el instituto durante la clase de trabajos manuales para hacer con marquetería una avioneta a pequeña escala. Y cuando estaba serrándola, con mucha paciencia para no salirse de los trazos señalados y evitar que se rompiese el pelo de la sierra… estaba pensando para sí que le estaba quedando una chapuza. El caso es que se le acercó un compañero que al verlo trabajando le comentó que le gustaba como lo estaba haciendo. Y nuestro afanoso muchacho le contestó que gracias que le estaba llevando su trabajo. Al cabo de un rato se le acercó un amigo de la pandilla que al ver la avioneta que estaba serrando dijo a nuestro chico: -‘Oye, que estás serrando más de la cuenta y además el dibujo trazado sobre la madera sería bueno que lo borrases e hicieras de nuevo’. – A nuestro chico las palabras de su amigo le sonaron a truenos y lanzándole la goma de borrar le contestó muy mal ‘mandándole a paseo’.
Yo me siento identificado con este adolescente. Muchas veces, aún sabiendo que nuestro obrar no es correcto ni justo, aceptamos los cumplidos, aceptamos que nos ofrezcan la miel en la boca, pero nos incomoda que nos digan ‘las cosas a las claras’ sabiendo, para remate fiesta, que el otro tiene toda la razón.
Jesucristo cuando coloca ‘sus cartas sobre el tapete’ nos está de algún modo incomodando porque nos está forzando a reconocer que mis cosas, mis preocupaciones, mi dinero, mis egoísmos me están impidiendo llegar a Dios. ¿Y cómo se yo que no estoy llegando a Dios?, yo lo conoceré en el momento que sepa si me estoy preocupando de las necesidades de los demás. Y resulta que cuando usted y un servidor colocamos mis cartas y las suyas ‘sobre el tapete’ nos quedamos desnudos ante la presencia de Dios. Nuestras cartas son las siguientes: ‘Vivir a todo tren’ al límite de nuestras posibilidades, dejarnos seducir por lo que nos anuncian, nos venden, centrarnos en nuestras cosas y olvidarnos de las inquietudes y dolores de los demás… y así un amplio elenco de actitudes y de comportamientos que solemos tener con cierta frecuencia.
Las cartas del Señor son misericordia, comprensión, dar sin esperar nada a cambio, la disculpa sin límites, el amor hecho persona y que hace que los otros se sientan reconocidos, queridos, amados, apreciados.
Sin embargo Jesucristo nunca nos recrimina nuestros defectos ‘a la cara’. Él prefiere otros métodos más cariñosos, y a la vez, acertados. ÉL VA POR DELANTE, NOS MARCA CON SUS PASOS LOS SENDEROS A SEGUIR. Jesucristo va siempre por delante de nosotros con su testimonio.
Hoy ser creyentes implica el optar. El mundo nos venderá todo lo vendible para engañarnos y que sigamos viviendo en nuestra ‘burbuja’ en donde la comodidad y el bienestar sea perfecto y nadie nos incordie. Sin embargo LA FE NOS HACE DISCERNIR, NOS LLEVA A LA VERDAD, NOS ENFRENTA A NUESTRO PROPIO YO y ‘tira de las orejas’ a nuestro amor propio y nos dice que esa avioneta que estamos haciendo en marquetería está mal delineada y serrada.
JESUCRISTO ES NUESTRA ÚNICA RIQUEZA Y EL MOTOR DE NUESTRO EXISTIR. Que nuestra actitud sea la de unas personas abiertas a Dios, solidarias con los más necesitados y conscientes de que lo efímero jamás puede eclipsar el don de la fe.
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