sábado, 22 de septiembre de 2007

Cuando uno se adentra en la aventura de conocer a Dios...

Cuando uno se adentra
en la aventura de conocer a Dios...

Cuando uno se adentra en la aventura de conocer a Dios poco a poco se va disipando la niebla de nuestro alrededor y nos permite contemplar la realidad tal y cual es en verdad. Me voy a dar a entender. Seguro que todos creemos que, más o menos andamos bien por la vida, porque como no matamos, ni robamos ni hacemos mal a nadie… pensamos que nos movemos en unos varemos de comportamiento cristiano aceptable. E incluso resulta chocante encontrarse con personas que dicen todo convencidas que ellos no tienen de qué confesarse, que eso de la confesión no lo necesitan. Ante una contestación como esta me ‘quedo a cuadros’. Suelo comparar a los pecados veniales con ese polvo que se va sedimentando en los muebles. De tal forma que si uno no ha pasado la bayeta del polvo por ellos, a las pocas semanas se puede llegar a dibujar en los muebles con un simple dedo. La suciedad acumulada del polvo nos molesta porque no podemos disfrutar de la belleza en plenitud de ese mueble… y no digamos nada si alguien, encima, es alérgico al polvo.

Hagamos una comparación: El polvo en los muebles es la suciedad molesta como los pecados veniales son el afecto desordenado que debilita la caridad. La gravedad del pecado mortal ya es más seria, los cuales serían equiparables a las terminas que devoran toda la madera que se encuentran en el camino.

Les invito a realizar un ejercicio de imaginación: Ustedes supongan que nuestro corazón fuese un potente imán, capaz de atraer hacia sí cualquier cosa. Pero este corazón ahora mismo le tenemos perfectamente aislado en una caja especial y además con el interruptor, de momento, apagado, por lo cual, hasta ahora no ha podido apresar nada en su campo de atracción electromagnético. Ahora nos vamos a disponer a sacarlo de esta caja y vamos a dar el interruptor de encendido para que atraiga hacia sí todo lo que auténticamente desea, todo aquello por lo que se anhela. Da igual que sea una minucia como si fuese un sueño irrealizable o una inmensa riqueza, ya fuera lo que fuese. ¿Se lo imaginan?. Estoy totalmente convencido que tan pronto como hemos encendido el interruptor el 98 por ciento de nuestros corazones ya estén totalmente aplastado por el amasijo de una tonelada de deseos y de aspiraciones. Seguro que la mayoría de esos deseos son buenos, son legítimos, son cosas dignas de ser deseadas. Sin embargo una sola cosa es necesaria: Jesucristo. El resto es accesorio, es cierto que más o menos nos podrán ayudar y muchas veces nos entorpecerán, pero nunca nos darán esa plenitud a la que aspira toda la persona.

Y ahora viene la pregunta: ¿En alguna de esas rendijas que han quedado entre el corazón aplastado por el amasijo de deseos ha quedado algún recoveco para Dios?... A mí me resuena aquella conversación que mantuvo Jesús con Marta y María cuando fue a visitarlas: ‘Marta, Marta, andas inquieta con tantas cosas y una sola es importante, y María ha elegido la mejor y nadie se la quitará’.

El Señor Jesús nos está diciendo que sepamos colocar nuestras cosas en su justo lugar. Dicho con otras palabras: No hagamos como definitivo, como fundamental, como esencial para nosotros cosas que en realidad son simplemente tangenciales, relativas, inconsistentes. Si ponemos en el centro de la felicidad lo que debería de figurar en su extrarradio (dinero, placer, comodidad), cuando se quiebra todo ello, nos quedaremos tan desamparados que no habrá consuelo que valga. Pensemos que aún siendo nosotros los administradores de los bienes, el único dueño es Dios.

Si nos conociésemos tal y como Dios nos conoce podríamos saber al dedillo mejor todo aquello que tenemos apegado en el corazón y se disiparía la niebla que nos impide conocer nuestros pecados. No nos conformaríamos solamente en andar como cristianos del montón, sino que con valentía, como aquel que se siente profundamente enamorado y no entiende su vida sin su amada.

El comportamiento de aquel que se siente enamorado tiende a buscar la novedad para sorprender a la persona amada. Los santos han sido personas enamoradas profundamente de Jesucristo. Ellos fueron creativos y originales que en las circunstancias más adversas supieron anunciarle con esa intensidad que solamente regala el Espíritu Santo.

Cuando uno se adentra en la aventura de conocer a Dios enseguida cae en la cuenta de dónde tiene uno su corazón, porque tal y como enuncia el adagio, donde está tu corazón ahí está tu tesoro.

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