Dicen que un día llegó un hombre al cielo. Su sorpresa fue inmensa cuando descubrió que en la puerta del cielo no había nadie. San Pedro se había ido a alguna emergencia. Siguió avanzando el hombre y descubrió que en la pared estaba el anuncio de despedida de Dios. Se coló y también se dio cuenta de que en el despacho no estaba Dios. Miró todas las estanterías. Curioseó todo lo que tenía Dios en su despacho. Se fijó largamente en que en la mesa del despacho había unas gafas. Se las puso y comprobó que a través de ellas veía el mundo y a cada hombre que vive en este planeta.
Sintió gran curiosidad por saber algo de su socio, el que había trabajado codo con codo con él y se sospechaba que no era buena persona. Las gafas le hicieron descubrir la vida de su socio, sus negocios sucios, su infidelidad a su esposa y, sobre todo, que se había reído de él. En un momento no pudo contener la rabia, tomó la maceta que tenía al lado en la mesa de Dios y trató de tirársela a su socio a la cabeza. Cuando estaba en el intento de usar violencia contra aquel de quien tenía tantas sospechas, entró Dios. Le preguntó: “¿Qué haces?”.
Le respondió: “Me he puesto tus gafas y no aguanto tanta maldad, tanto pecado”, Dios le miró con cariño y le dijo: “Has cometido un gran error. Para mirar con esas gafas hay que ponerse antes mi corazón”. Sólo se puede mirar a los hombres con los sentimientos de su corazón.
Corazón de Jesús enséñanos a mirar con tu corazón.
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